No sé si es posible olvidarse de quién fue uno, o mejor dicho recordarse y no reconocerse, mirarse al pasado como un extraño perdido, que habita un rincón de la memoria, marchito, donde se guardan las cosas que no sirven o que se olvidó pa qué servían. No sé si es posible redimir un recuerdo, recoser los hilos de la trama de la vida, repegar la personalidad perdida, retomar el objetivo entero del inicio de los tiempos, y encontrar el método familiar y la justificación, pues eso, justa. No sé si es posible deshacer lo que uno hizo de uno mismo, lo que construyó en un arranque adolescente, lo que pensó sería mejor que ser lo que uno era, hasta antes de decidir que era mejor no serlo. Mirar al ayer, 15 años ha, y reconocer el montaje, traje y cara, etiqueta, referencia, característica particular, determinada. Y en el reconocimiento, reconocer que la actuación fue tan creíble, que fue fácil apropiársela como propia, perdonarla como inocua, aceptarla como buena. So pena de re-conocer lo conocido, mirar aún más atrás y ver al niño, y notar que nada tienen en común las dos personas, que el niño fue uno y el adolescente otro, a fuerza de amputar aquí y allá las membranas salientes que chocaban con el mundo, que no encontraban eco, cercenadas por existir con el candor del que nada aprende como malo.
Ahí están, los dos extraños. Habla con ellos, me aconseja el consejero. ¿Qué les digo a esos fantasmas que soy yo y no soy ya ellos?, ¿qué le digo a dos extremos de algo que ya no existe, que nunca tuvo centro, que resolvió el plan hasta ___ y luego no supo ya más qué seguía? Perdóname por matarte, niña linda. Niña inocente, hermosa y sana. Niña cándida y candente, niña extraña. Niña protectora y sensible como nadie. Niña generosa, callada, introvertida. Niña temerosa, dolida, abandonada. Niña a la sombra de ser niña. Niña que no quiere molestar. Niña ansiosa de ayudar. Niña que quiere ser aceptada. Perdóname por matarte, pero si no lo hacía, morirías. Ibas a morir, insostenible. Venía ya la otra, la amazona. Bestia temeraria, ardiente, valiente, desafiante. A la adrenalina, adicta, a la debilidad, fóbica. Lanza rebelde, arriesgada, insolente. Joven inocente debajo del coraje. Joven insegura debajo de la danza. Joven vulnerable que soporta la apnea más larga. Insoportable arma que se hunde hasta que sangra, que no vive si no muere al alba. Brutalidad sin estribo, sin bozal, sin jaula. Bestia con alas de cera y poca cautela. Quimera falsa que se equivoca, se acolapsa, se destroza. Llamarada que arde, crepita, silba y explota, lo que puede, hasta que el viento sopla. Y se empeña en olvidarla de sí misma. La corrige, la regaña, la censura, la detiene, la castiga, la encierra. La insulta, la golpea, la reprime, la apaga, la elimina. La espía, la persigue, la acorrala. El viento implacable la hace otra vez buena. Una bondad falsa, pero la que de ella se espera. A tí no te maté, quemante llamarada, fue de nuevo el mundo que juzgó que no prometías nada, más que el abismo, el fracaso, lo barato, lo insensato.
Quedó entonces esto que no encuentra identidad en el pasado. Quedó este ecléctico resultado. Quedó la melancolía por la niña pura, y el sendero de vuelta oscurecido por el tiempo y la costumbre. Quedó el respeto a la tenaz amazona bárbara, con el siempre presente sinsabor de la derrota en la batalla. La razón recortó identidades heredadas de los fantasmas del inicio de los tiempos. El reloj las fue enterrando en recuerdos lejanos y congelados. Analizó casi sin sentir nada. Decidió conservar esto y abandonar aquello. Conservó algo de pasión, pero más deber que otra cosa. Y así intentó vivir por mucho tiempo. Forzó la persona a embonar con el modelo, y se llenó de méritos y excelentes desempeños. Demostró que se puede hacer cualquier cosa, que abandonada la niña y la amazona, podía ser aún de excelencia delegada. Otra vez fue al límite de la fuerza (bruta) y subió a la punta más alta de la montaña en cuestión. Y cuando hubo terminado con toda responsabilidad para con esta mierda de sociedad, a sí misma se miró. ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? El destino le regaló más de 300 días para responder, libros para leer, y hasta un espacio para verter lo que fuera menester.
Tras un largo silencio, me pregunté. ¿Qué fue de la niña, qué de la amazona? Qué parte de ellas era real y cuál, falsa. Qué parte fue construida y cuál simplemente fluía. Qué pedazos de la jarra se pueden pegar y embonan, qué esencia se puede recuperar y se siente natural y lógica. ¿No acaso son parte de la misma persona? Y ahí está de pronto la columna sólida. Una débil corazonada, química cristalizada, sospecha de hallazgo, reconocimiento entre la multitud confusa. Algo puedo reconocerme en los fantasmas, algo. Todavía no puedo tocarlas, pero ya estiro la mano. No es tarea de un momento, ni de un día. Es proceso de diálogo y remembranza. De lectura, estudio, selección, recuerdo. No es trivial hazaña. Es encargo del presente, insuperable sin el pasado. Es labor de sensibilidad y fuerza. De rescate, disculpa y puente. De recuperación, incorporación y calma. Son esenciales los tres fantasmas, para rearmar la historia de un alma.
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