Dec 27, 2009

el peso de las letras


Siempre he escrito, desde niña, cuando algo me produce una emoción intensa. Conservo con celo los diarios de la niñez, donde cerca de tercero de primaria empecé a verter pequeños relatos del corazón o la cabeza. Recuerdo haber registrado -con una cosquilla efervescente que, sospeché, debía conservar privada- cuando besé por primera vez, soñando (primer sueño con beso). Al tiempo, leía mucho, la mayoría libros cuyo mensaje principal para el joven lector es "pórtate bien" (mis padres detrás de ello, claro). El mundo de la literatura se esbozaba ya como una realidad paralela. Por algún motivo, una compañerita de la escuela alguna vez me prestó "El Precipicio", una cortísima novela para niños de 12 años, parte de la colección infantil de libros El Barco de Vapor (serie roja). Leí el libro (que para mi edad resultaba un verdadero reto, pues tenía sólo texto) y me encantó. Recuerdo que me pareció una historia muy entretenida, aunque he olvidado la trama. Entonces pedí a mi mamá que me llevara por más libros, y poco a poco la fuimos reuniendo. Recuerdo muchos títulos. Entre otros, "A Vueltas con mi Nombre" me causó carcajadas y aún recuerdo líneas. "Asesinato en el Canadian Express" era policíaca y de suspenso. Y "La Cazadora de Indiana Jones", que relataba la historia de una niña/adolescente que se enamora locamente. Recuerdo que al leer la última página empecé a gritar y saltar sobre la cama. Tendría 12 ó 13 años. Pensaba "¡eso me ocurrirá a mí también!, ¡eso le sucede a todas las niñas cuando crecen!", tan segura, tan convencida de que ocurriría...

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