Jun 24, 2018

Pensamientos

Ahhhggggg, maldita sea. Otra vez repaso en mi mente cómo fue todo, qué hiciste, qué hice, qué sucedió. Otra vez no le encuentro lógica a esta obra, estos papeles que interpretamos sin haber ensayado antes ni una vez. ¿Qué estabas pensando?, ¿qué querías?, ¿alguna vez me amaste? Nunca viste que estaba ahí, ¿no es cierto? Mamabas y mamabas de mí entremetido en tus libros y tus trabajos, con los ojos fijos en el papel tras tus anteojos. Yo nunca estuve ahí ante ti. Ni siquiera estuve para mí. ¿Te das cuenta? Yo ni siquiera estuve para mí porque estuve para ti. Traté permanentemente de que estuvieras bien. Es enfermo, lo sé. Estar respirando, durmiendo, comiendo, haciendo todo para alguien más no es sano. Es estar bajo un hechizo de zombie, viviendo como un sonámbulo. Así vivía yo. Aunque te amaba, mi amor tropezaba continuamente en esa máquina de correr cuya banda no para. Nunca detuviste la máquina. No, creo que no. ¿O tal vez sí? Tal vez lo hiciste y no me di cuenta. Era demasiado maltrato. ¿Te das cuenta? (sí, lo sé, ya lo pregunté) Todo mal. Todo, todo mal. Desde el principio, ¿ves? No sé qué me sucedió. ¡Era tan infantil, tan inocente! ¡Fui directo a tus fauces sólo por desear enamorarme! Y tú... otra vez me pregunto si alguna vez me amaste. Hoy tengo 40. Diez años más de cuando te conocí. Ya puedo mirarte. Ya puedo imaginar que alguien se me avienta al cuello, que es una linda chica, que no ve nada, que me da todo. Ya puedo aventurarme a sentir el hielo de tomar algo, o mucho, o todo, sin sentir nada. ¿Así estabas conmigo, sin sentir nada? Me veías entrar, salir, hacer, deshacer, y no sentías nada. Sé que no. Al menos varias veces. Aquellas, sí. Aquellas en que sentí claramente tu frialdad, tu indiferencia. ¡Y aun así quise maquillarla de trivialidad, restarle importancia! Pero qué cachetada más fría me has dado. Tantas y tantas veces fuiste indiferente... Si me aventuro a tener amor propio diría que hasta fuiste cruel. ¿Cómo pudiste? ¿Lo disfrutaste todo? ¿Te quedabas tranquilo cuando yo me iba llorando? ¿Te sentías satisfecho cuando me retiraba? Qué fuerte, sabes. Qué fuerte cuando lo pienso como ahora. Un collage de escenas que se hilan en una trama fantasmagórica, terrorífica. ¿Dónde estaba tu corazón? Tu corazón pequeño, contraído, seco, desconfiado como pasa vieja. ¡Sí, ese! ¡Ese que dijiste sacar cuando terminó todo! Supuestamente no querias terminar, ¿o sí? ¡Pero si ni querías que me mudara! No sé qué pasó, no me dijiste nada. ¿Tal vez la conociste a ella? ¿Tal vez te asustaste de tenerme cerca, de por fin construir, confiar, amar, tener, recibir? ¿De perder tu escusa perpetua de víctima y abandono? ¿De salir de tu propia zona de confort de carencia y reclamo perpetuo, venganza continua, traición permanente? El caso es que fue claro. Lo vi poco tiempo después. Fue claro que no deseabas que me mudara. Tu desdén fue el peor, ¿sabes? ¿Reconoces algo? El peor que antes. Fue entonces ya frío, acartonado, mecánico, patético. ¿Te das cuenta? Me había mudado, comprado una casa, puesto mi vida de cabeza, y todo por estar cerca tuyo. Pero no. No pudiste ser honesto ni siquiera entonces. Dejaste que todo sucediera y ya ahí empezaste a matarme lentamente. ¿Cómo puedes creerte el afectado, el abandonado, el traicionado? Vaya nivel de inconsciencia. Recuerdo esa tarde, ¿la recuerdas?, estabas encima mío, mi cuello colgaba en el borde del colchón. Miré tu rostro mirándome, resoplando en lo tuyo. Una inmensa tristeza subió a mi pecho, rodaron las lágrimas por mis mejillas. E incluso ahí no me abrazaste, no me tomaste, no me preguntaste nada, ni siquiera un simplísimo "¿qué sucede?". No. Te retiraste lentamente y te vi deslizarte a la izquierda inferior, como vampiro. Sin decir nada se sintieron las palabras, "ah, ¿ya no vamos a jugar este juego?". Y así fue. Terminó el juego.