Dec 11, 2009
por qué escriben los hombres II
Entiendo que un hombre ya entrado en años, más viejo que joven, escriba. Entiendo que vierta en la hoja lo que ha pensado, visto y/o sentido. Puede apreciar el valor de lo que ha vivido, puede mirar atrás desde el otro lado de la colina. Puede hablar por una época, por una mentalidad, por un modelo. Pero un hombre joven, ¿qué puede decir? Un adolescente, un hombre en sus veintes, quizá hasta en sus treintas, ¿qué puede ofrecer al lector que no resulte soso, neófito, naive, o trillado? Puede escribir ficción, ayudándose de la fantasía para decir algo que cree que es, o siente como real. Puede escribir relatos realistas, pero sólo a partir de la imaginación, no personalmente experimentados. Puede relatar lo que otros (hombres o mujeres mayores que él) le cuentan, o que atestigua, como un portavoz. Pero desde la experiencia propia, creo, es más probable que tenga poco que ofrecer (con la excepción de contados casos donde la niñez es rica en experiencia y la madurez llega pronto y con suficiente sustancia para ver la propia niñez con distancia y relatar el fruto de la experiencia).
Aquí, considero, la carta del estilo interviene con gran fuerza. Lo expresaré así:
+ experiencia - estilo = lectura ordinaria
- experiencia + estilo = lectura entretenida
- experiencia - estilo = ficción barata
+ experiencia + estilo = lectura trascendental
Entonces, al escritor joven le queda un recurso: el estilo. Si es talentoso, puede desarrollar un estilo que oculte o distraiga la atención del lector de lo sinsaboro del relato, de los acontecimientos que se leen. Un buen estilo puede embrujar al lector, aún cuando el contenido no deje una profunda marca en éste.
En el otro extremo, no todo hombre con numerosas y variadas experiencias puede ser un gran escritor. Hace falta que logre comunicarlas de la forma correcta, para que la variedad y abundancia se vuelvan valorables, relevantes, que aporten algo al que lee sobre ellas.
Concluyo pensando en que estos dos atributos, experiencia y estilo, requieren de un tercero para que ocurra la alquimia propia del escrito trascendental: ¿no es acaso la sensibilidad hacia el mundo interior o exterior entonces la pieza fundamental para escribir? Ya sea para relatar algo fantasioso, no real, o para disertar acerca de lo vivido; si el escritor no tiene sensibilidad para identificar ese mensaje que reluce entre el resto de las ideas en su cabeza, se convertirá en un mero relator. No habrá huella en el lector al menos que el escritor identifique plenamente qué ha dejado huella en sí mismo, y lo sepa transmitir. Lo que buscan los lectores es harina de otro costal, que discutiré en otra ocasión.
La experiencia se puede adquirir. El estilo se puede desarrollar y perfeccionar. Pero la sensibilidad, ¿es un atributo con el que se nace, o que se hace?
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Muy bueno tu esquema experiencia/estilo. Aunque es discutible (lo que siempre es bueno), me ha impresionado.
ReplyDeleteSobre la sensibilidad, claro: es indispensable, como las otras dos. Aunque, mientras que la experiencia se acumula y el estilo se afina, la sensibilidad parecería entonces anterior a todo ello. Una facultad esencial, que se desarrolla y evoluciona, sí, pero inherente por primigenia.
Dado que es ésta el pilar de la creación, yo siempre he querido defender que la sensibilidad puede estar o no de antemano; pero conforme pasa el tiempo me veo cada vez con menos argumentos: se nace con ella, y no me gusta que sea así: no me agradan las fatalidades: creo en la voluntad humana.
Me abruma el azar que nos decide.
Estoy pensando que no son excluyentes: con sensibilidad se nace, y, también, la sensibilidad se desarrolla. Es más, voy dejando de distinguir entre experiencia y sensibilidad (con velo idealista, claro). Pienso que las experiencias cambian a las personas, quizá las hacen más sensibles, se dan cuenta de otras cosas, y pueden comparar lo que viven con lo que vivieron. Después de la experiencia, se mira la realidad desde un nuevo punto de vista. ¿No es esto ser "más" sensible?
ReplyDeleteMe parece que entra un nuevo eje a través de los anteriores: la decisión. A veces, sensibilisarse es salir de la zona de comodidad: es aceptar, sufrir, asumir, actuar.
Pero entiendo lo que dices. Si la decisión es consciente, la voluntad queda evidenciada. Pero si es inconsciente, parecerá sensibilidad nata. De cualquier manera, no habrá decisión alguna sin tierra fértil en dónde la decisión germine... ¿y qué es esa tierra fértil? Tal vez una canción de cuna (o el silencio), un abrazo materno (o la falta de), un hermano pequeño (o su ausencia). De nuevo, experiencia. Entonces no, debe ser anterior. ¿Genético, místico?
¿Por qué te abruma el azar si no puedes conjurar en su contra? No hay más azar que el que decides aceptar.
Perdón: "sensibilizarse".
ReplyDelete1) Por supuesto.
ReplyDelete2) Gran descubrimiento, pero más bien creo, si eje, que las tres anteriores serían sus cabos y su medio. "Convicción emotiva", la llaman.
3) Sí, puede ser.
4) No. Aparte de que si lo acepto ya no lo es -dominable o no-, la realidad tiene sus límites: los que mi conciencia alcanza. El campo que excede mi conocimiento es caótico e impredecible; no sé nada de él y, sin embargo, existe. Hacia allá se dispara mi angustia, lo que tampoco está mal: sería infernal que todo fuera previsible. Pero esa parte del azar, la que me determina sin que yo me entere, sin que yo pueda evitarlo aun enterándome, aunque preferible, siempre me quitará el sueño. Lo puedo lamentar, pero no lo rechazo: más que a lo que gobierno, soy gracias a lo que no.
Cuéntame más de la convicción emotiva. Qué maravilloso término.
ReplyDeleteDe acuerdo, lo desconocido es más inhóspito que la calidez de lo certero (aún cuando indeseable, si desechamos la opción del beneficio de la duda, o el optimismo, como señalabas en una entrada de 'a propósito').
Sigo pensando, el azar, como el destino o la "voluntad de dios", es incomprobable. Pero bien decías que toda convicción no es más que una creencia, para bien o para mal.