May 21, 2011


este amor a fuego lento me tiene consumida en llamas


(mis) heridas







Humillación

He recordado algunas experiencias que forjaron mi herida de humillación, la que es más profunda en mí y la que la forma de mi cuerpo proyecta en mayor medida. No sé exactamente cómo se formó la herida en mí, qué fue lo que percibí desde los primeros años de vida que más tarde manifesté en la niñez, reafirmando la humillación. Pero recuerdo bien experiencias a las que sobrereaccioné, identificándome con un sentimiento de vergüenza, de pena por mí misma y por los demás. Voy a vertir mis recuerdos aquí, para que descansen fuera de mí, inertes, en paz.

-Recuerdo a mi madre cambiándome los pañales, frunciendo el ceño y aprisa -como siempre-.¿Quizá en un gesto de inconformidad, molestia, angustia, desespero?
-Me recuerdo lloriqueando en mi habitación y peleando con mi madre. Quise dormirme en señal de aislamiento, pero ella me tomó fuerte del brazo y me dijo con dureza que no me era permitido dormir en ese momento.
-Recuerdo en tercero de kinder una maestra que gritó a un niño inquieto si tenía "hormigas en las nalgas". Recuerdo el calor de la sangre en mi cabeza al escucharlo, avergonzada.
-Recuerdo a las niñas de 1° o 2° de primaria que, al salir la maestra del salón, se ponían de pie frente al grupo y se subían la falta y bajaban los calzones. Recuerdo que los niños gritaban, exaltados. Recuerdo ponerme de pie e intentar verlas, sin gritar y sin comprender por qué lo hacían, sentir que era muy peligroso si eran descubiertas, sentir vergüenza.
-Recuerdo la ira que sentí cuando una maestra suplente, para que yo no escribiera pegando la cara a la hoja, me tomó de la cola de caballo y me tiró con lentitud y fuerza. "Ponte derecha", me dijo. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no lloré, porque me daba vergüenza.
-Recuerdo acabarme los lápices rápidamente en la primaria, por escribir con tanta fuerza en la hoja y sacarles punta prácticamente todo el tiempo. Recuerdo la molestia de mi madre cuando le pedía un lápiz nuevo. "¿Por qué me dices a estas horas?", me preguntaba -lo que a mí me parecía- muy molesta.
-De muy pequeña, recuerdo hacer acopio de valor por varios días y preguntar por fin a mi madre si estaba enojada conmigo, si yo habría hecho algo que le molestara. Recuerdo la vergüenza que me causaba preguntarle, pero si no lo hacía, estaba faltando a mi deber, lo cual era imperdonable.
-Recuerdo esa rarísima ocasión en que trabajaba con mi padre en alguna labor casera y aquilatar el momento como nunca. Recuerdo haberle preguntado una pregunta inapropiada sobre los trabajadores de la casa. Recuerdo como no me dijo nada y me indicó que guardara silencio con el dedo en los labios. Recuerdo la sangre caliente en mi cabeza, sentirme tan avergonzada de haber arruinado todo.
-Recuerdo pedirle a mi madre que me comprara un brassiere o algo parecido, pues me sentía incómoda con la camiseta de la escuela, sin usar nada abajo, y las otras niñas ya usaban curiosas camisetas y cosas por el estilo. Fuimos a una tienda y ella se acercó a la dependienta, "Señorita, a ver, corpiños para esta niña, por favor", hablando en un tono de fastidio y mal humor (de nuevo, como siempre) y yo sintiéndome sumamente avergonzada y pensando que todo mi esfuerzo porque la situación fuera discreta había sido en vano y era mejor no estar ahí del todo.

Más adelante en mi vida, durante la adolescencia y los primeros 20s, me involucré en situaciones que me colocaban en una posición de ser humillada, las toleré más allá de la humillación con tontas excusas acerca "del deber", y más tarde busqué expresamente la desaprobación de mis padres como resultado de estas experiencias.

Desde luego, decir "no" siempre me costó trabajo. Terminar relaciones amorosas, rechazar pretendientes, rechazar personas, en fin, todo lo que significara decir no.  Hoy en día creo que mi sobrepeso está muy ligado a esta incapacidad de decir no. Pareciera que con mi sobrepeso me ahorro el tener que decir no a un hombre, por ejemplo, pues mi sobrepeso ya lo aleja de antemano.

Abandono

Por otro lado, aquí están mis recuerdos que reafirmaron mi herida de abandono, que también fue alimentada por la actitud de mi madre durante mi niñez, y que se manifiesta hoy en día en la postura de mi espalda, encorvada hacia el cuello, con un dejo de torpeza y actitud de "estorbar" o quererse hacer invisible.

-Recuerdo mirar a algún perro callejero y sentir la pena más grande, llorar en silencio, sin decirle a nadie.
-Recuerdo que de niña muy pequeña, me gustaba jugar con muñecas pequeñísimas, apenas del tamaño de un dedal, que tomaba con mis manos y podía pegar a mi cara, y podía ver qué pequeñas eran, y esto me fascinaba, aunque siempre temía perderlas.
-Recuerdo llorar inconsolablemente cuando se perdió mi pequeño pingüino de juguete que recibí como obsequio de un viaje de mi padre. Recuerdo haberle hecho una pequeña cama bajo mi silla, y haberlo colocado dentro de la minúscula bolsa de mi falda. Recuerdo caminar incansable por la escuela, esperando encontrarlo, pensando que quizá estaría ahí, en el siguiente rincón, pero no estaba.
-Recuerdo la incomodidad de esperar 50 minutos a que iniciaran las clases, pues mi padre nos dejaba en la escuela temprano para no encontrarse con el tráfico de las mañanas. Recuerdo el frío que se colaba bajo mi falda, y no encontrar ningún lugar cálido ni limpio para sentarme mientras llegaba la hora de entrar a clase. Me era muy desagradable.


Rechazo

Recuerdo también evidencias de mi herida de rechazo. En la primaria, por ejemplo, era costumbre mía acoger a los niños de los que nadie quería ser amigo. Recuerdo que durante muchos años fue mi "mejor amigo" un pequeño con nombre extraño, gordito, con la voz ronquita, siempre con mocos secos en la nariz y el suéter sucio. Como él, tuve otros amiguitos que los otros niños rechazaban.

Mi madre me había indicado que no debía rechazar a nadie (¿su propia herida de rechazo o injusticia?), y debía aceptarlos a todos. Yo seguía cabalmente las órdenes, pues en mí hay otra buena proporción de la herida de injusticia, y por ende yo quería ser justa en todo lo posible. Así, no era justo rechazar a nadie. Sentía mucha pena por estos niños, me inspiraban lástima e inmediatamente era imposible que yo me negara a "resolver" sus soledades.

Más tarde esto me causó muchos problemas que considero relativamente serios. Me costaba (y aún) mucho trabajo decir "no", negarme a las situaciones, rechazar algo o alguien. Esto provocó que me involucrara en situaciones en las que no deseaba participar, pero que no podía negarme. Acepté siempre con justificaciones moralistas, "el deber". Hace algunos meses ojié en un libro de esos baratos de autoayuda ("100 consejos para ser feliz", o algo parecido) en una librería. Ninguno de los 100 consejos me pareció rescatable, ninguno excepto uno. "No persigas las metas de los demás". En ese momento me cayó como un balde de agua fría. De pronto tuve claridad de cuántos años había perseguido metas que no eran mías, y siempre había dejado lo mío de lado, como no importante. Esto había desembocado en grandes frustraciones, tristezas, y una depresión grave que me cambió para siempre. Y aunque todavía no tengo el valor de hacerlo por completo, me pregunto contínuamente qué metas estoy persiguiendo, de quién son, qué significan para mí, y por qué tengo tanto miedo de perseguir las mías.


May 20, 2011

disecciones I



Hay algo de mí que todavía no me suelta. Es un vértigo profundo y afilado en el fondo de la garganta, es el insomnio inducido, es el nerviosismo del que está alerta sin que haya motivo. Así estoy estos días, con un nudo en el estómago y pensando que se me ha olvidado algo muy, muy importante, pero no logro recordar qué era.

Me aterra y me congela pensar en el futuro, qué será de mí que no entiendo nada de esto, que siempre busco inútilmente estar en lo correcto, qué tal que me equivoco y en unos años miro este presente como un gran error acumulado. Ya puedo ver hacia el pasado y encontrar huecas decisiones, sacrificios, grilletes y miserias que decidí serían mi vida mucho tiempo. Y hoy, ¿puedo ver acaso qué estoy haciendo con mi vida? ¿Puedo darme cuenta de que todo esto -otro gran error- me está saliendo más caro que antes? El tiempo ha pasado y la vida es justo ahora, ya no estoy en tiempos de planeación cuando no se me permitía vivir y todo era como un césped visto a través de una puerta cerrada con llave. Estoy de pie en el prado, ¿qué es lo que planeaba hacer?

Cuando escribí la etiqueta de este blog elegí "Presa de mí misma" para resumir en una frase muy corta mi excusa para escribir todo esto. Podía percibir que no era libre, y que seguramente sería yo la que mantenía este estado hacia mí misma. Pero no ha sido hasta estos días -casi 2 años después- que con cierta claridad percibo que si, que si estoy presa de voces y fantasmas que habitan mi cabeza, y me dicen qué dirección tomar y cómo, hacia dónde avanzar hasta en los procesos más sutiles, esos que están en el fondo del cerebro y casi nadie los conoce. Estoy presa de esta persona que se ha formado desde el tiempo 0, que se fue armando de estructuras y supuestos, y ahora intenta vivir fiel a ellos. ¿Quién soy yo fuera de esta prisión? ¿Quién surge de mí, cuando yo me dejo a un lado?

Matar el yo, matar el ego, conocerse a uno mismo, autocriticarse y analizarse. ¿Cómo saber que no es otra trampa de mí misma? ¿Quién valida la claridad del proceso si soy yo quién presume de la claridad para ahora verlo todo claro? El deseo de liberarme de mí misma me engaña todo el tiempo. Creo que he avanzado, he soltado, he dejado atrás, he perdonado (quizá), he comprendido, he fluído, he cambiado... ¿En verdad será así o estaré siendo presa de otra trampa? Otra trampa que me tiendo a mí misma porque los años pasan y las trampas deben incrementar en sutileza.

Qué horrible sensación cuestionar lo que presumo. Qué desagradable pensar que esta estrategia -esta vida tan fuera del patrón, tan diferente a lo que se esperaría- no es más que un desquite, una venganza de 24 horas continuas, 365 días, a lo que (incluso) amorosamente se me impuso sin conciencia. Qué desagradable pensar que he elegido cautelosamente lo que amo, para mantenerme así presa de mí misma y mis "motores". ¿Qué he hecho?

Y todo lo otro, lo "bueno", a lo que hay que tender toda la vida, imposible alcanzarlo pero no hay que dejar de intentarlo, todo aquello, ¿qué? Las verdades más absolutas y evidentes como la vida en todas sus formas. Y no se me ocurre ninguna otra. Todo ello... ¿Será que puedo liberarme de mí misma si caen todos mis dioses? ¿Y en qué voy a creer cuando ya no crea en nada, ni siquiera en que mi prisión me da -al menos- identidad, dirección y ritmo?