Dec 30, 2009
xx / xy
Entre las reflexiones que tienen lugar en mi cabeza, está la de considerar que haber nacido hombre en esta sociedad machista no me hubiera parecido nada mal, al contrario, lo encuentro, hasta cierto punto, deseable. Definitivamente es un papel lleno de ventajas, aún el día de hoy. De hecho, mi carácter no está salvo de rasgos que considero masculinos, heredados/adoptados de mi padre, y producto de añejos procesos reflexivos donde el resultado ha quedado acobijado entre valores más comúnmente propios del sexo fuerte (por llamarlo de cualquier forma). Estas pinceladas de tono (en una mujer) atípicamente masculino (me) saben a pequeñas rebeliones contra el estereotipo femenino, al que estoy patéticamente atada y del que inevitablemente formo parte. Sin embargo, encuentro más parsimonioso que mi parte femenina se adaptara a un ser varón, que la actual complicación de vivir el conflicto permanente de adaptar mi parte masculina a la mujer que soy. Pero nací mujer y con ello vino todo el kit hormonal, me gustan los hombres y es así, eso no lo puedo cambiar. Y eso tampoco cambia mi opinión al respecto. Motivos, tengo muchos.
Para empezar, aún desenvolviéndome con mi carácter auténtico (fuerte y extrovertido, propositivo y generalístico -de general de ejército-), si fuera hombre, con suerte cosecharía de los demás respeto y no, como frecuentemente me ocurre, miedo. También, conservaría amistades sólidas y añejas, que no se derrumbarían cuando las partes contraigan matrimonio o se reproduzcan, pues observo que los hombres suelen ser más constantes y leales como amigos que las mujeres, y más frecuentemente respetan la naturaleza del vínculo que dio origen a la amistad. Los amigos varones se aceptan tal como son, difícilmente tratan de moldearse caprichosamente a la idea que el otro tiene de cada uno. No así las mujeres, que compiten, reclaman y exigen (y en los peores casos, critican y chismean), o abandonan con ligereza aquellas amistades con las que no comparten el tema del momento. Además, me gustan las cantinas, la juerga, la música, salir con desparpajo a la banqueta abrazada de un buen amigo y gritar cualquier cosa al aire a las 3 de la mañana, pero si fuera hombre no quedaría como una ridícula borracha errante, sino como un bohemio conflictuado que sólo pone a flor de piel sus sentimientos con alcohol y El Andariego.
Hablando de la tan discutida cortesía que los hombres otorgaban antaño a las mujeres, hoy en día experimento un continuo debate interior respecto a ser cortés y amable con otras personas, pero estar a merced de ser juzgada como tonta, fácil, desesperada u ofrecida, mínimo (invitar un café a un hombre, por ejemplo). Como hombre, podría ser tan cortés como quisiera, sin temer a esas estúpidas etiquetas. Mi posición frente a otros quedaría intacta, a pesar de ser el que propone. Me libraría de este incómodo conflicto entre aceptar la cortesía de los hombres y en turno no parecer mal educada por descortés. Aún amable, sonriente y gentil, no se me tacharía de boba o ilusa, sino de caballero y seguro. Me causaría especial placer tratar a todos por igual, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, agraciados y desgraciados, quién fuera, sería cortés indistintamente. En un sentido mínimo, practicaría la justicia en mi cotidianeidad. Por otro lado, podría irme a los golpes con quién lo mereciera, en vez de quedarme con el coraje de la vida cuando alguien me tocara el trasero en el Metro. Para empezar, nadie andaría tocándome nada en el Metro o en ningún lado (espero, porque si no, en efecto me iría a los golpes).
Me nutriría intensamente de las múltiples áreas del conocimiento sin causar una contradicción en mi papel social. Una mujer que disfruta cultivarse, fácilmente puede ser tachada de "nerd" o intelectualoide, hasta subversiva, y la sociedad, compadeciéndola, siempre subrayará -aún tácitamente- que ha abandonado el rol reproductivo y lo ha mal suplantado con el rol que le compete al varón, el del conocimiento y la ciencia, el atuendo cerebral (ah, el estereotipo de la mujer sabia: fria e insensible). Leería a los grandes hombres de la Historia y podría reflejarme en ellos, comprenderlos y saber por qué y cómo dijeron e hicieron sus hazañas. Un hombre puede verse a sí mismo en todos los hombres que existieron antes y existirán después que él. No los percibiría como distantes pensadores enigmáticos, sino como mis "cuatachos del pasado". Cualquier día, podría gritar "¡no me molesten, carajo!" y acto seguido azotar la puerta de mi estudio, reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de la existencia humana hasta altas horas de la madrugada, y no parecer hermitaña depresiva suicida, sino genio loco irresistible. Aunque pensándolo bien, puedo azotar la puerta y gritar lo que me venga en gana cuando quiera, pues vivo sola y mi gata no es susceptible a desplantes de esta naturaleza. Dejemos ese ejemplo para aquellas mujeres que no pueden hacerlo por temor al cortante juicio de su marido y sus niños de kinder.
En el trabajo me vendría de maravilla. Andar con mi machete en el campo, sin temor a que nadie me hiciera nada. Saludar con un fuerte abrazo a los campesinos y sentarme con ellos a escuchar sus historias, tomando harta cerveza o alguno de esos licores silvestres (que, espero, mi estómago de hombre recibiría mejor que el actual). En los retenes militares me iría al tú por tú con los wachos y apuesto a que no me preguntarían "¿por qué tan solito, señorito?", pues se correrían el justificado riesgo de recibir un "ah, caray, ¡qué puñal me saliste ca'on!" como merecida respuesta (creo que aquí también tendría que considerar seriamente irme a los golpes). Igualmente para orinar durante las largas jornadas del campo simplemente tendría que darme media vuelta y bajarme el cierre. En las asambleas con los ejidos no sospecharía que los hombres en vez de escucharme me están mirando la camisa. Quizá podría impulsar un mayor número de proyectos en colaboración con los ejidos, y mi palabra de hombre sería cosa seria y segura, como es ahora también, pero nunca he escuchado que alguien se avale diciendo "me dio su palabra de mujer".
Me enamoraría fácil y seguido (que no perdidamente) de las mujeres al conocer de cerca los recovecos de sus personalidades. Hasta en los más oscuros y conflictivos caracteres, he encontrado rasgos adorables y maravillosos que, creo, deben resultar irresistibles para un hombre. Y sin vacilación ni circunvolución (alias "darle vueltas al asunto"), diría, salgamos, me gustas, bésame, quiero quedarme contigo esta noche. No creo que recibiera tantas negativas, y si las hubiera, no me importaría. El hombre que bien sabe que es un chingón, no necesita que nadie se lo confirme (dije chingón y no fue accidental). Al fin y al cabo las mujeres somos esclavas de la morfología. Siempre seremos receptoras, nos guste o no. Y así, tal cual, cuando la ocasión lo amerite, diría, espero que no te moleste si no nos vemos más, discúlpame, te deseo lo mejor, y daría media vuelta para seguir mi camino, en lugar de sentarme a llorar y obsesionarme años con un recuerdo descolorido. Si me mandan a volar, podría crecerme al castigo y no parecería dura, insensible, golfa o falsa. ¡Bienvenida la que sigue! Sobra decir que a la primera mona que se me metiera entre ceja y ceja por más de un par de años le propondría se mudara a mi jacal y punto, y no tendría que estarme esperando a que ese hombre que amé tanto tiempo se pusiera las pilas y me dijera de una vez por todas que iniciáramos un proyecto común. Hay qué ver cómo desperdician los caballeros todo el poder que tienen... o sería que él no me quería como yo a él.
También me tomaría el tiempo para hacer las cosas bien, nada de prisa y tonterías de 5 minutos (señores, ¿cómo es posible?). Me aferraría fuertemente al cabello de mi mujer, por la nuca, la miraría a los ojos y me hundiría en el perfume suave de su cuello, besaría sus labios y su oreja, sus hombros, bue-, no hace falta recorrerla toda en este texto simplón. Pero eso sí, con suavidad y cuidado estudiaría la forma y gravedad de sus senos y anatomías relacionadas, que hay que admirarlos, ya que gozaría del beneficio de no tener que cargarlos (ni la posterior modificación de su ubicación espacial). Cocinaría con lentitud el momento en que con la rodilla separara sus piernas y dejara caer con cuidado todo mi peso sobre ella (espero no fuera gordo), rozarían cálidos en mi cadera sus muslos, su abdomen, y me sentiría suavemente penetrarla, entrar en ella con mi carne, mirarla estremecer, y humedecerme de su piel, de su recoveco escondido y oscuro (y de agradable temperatura, según me han dicho). Estudiaría a cada mujer con cuidado, su ritmo y roce preferidos. Buscaría explorar y transgredir, experimentar y evolucionar, sin límites. Tendría mucha, mucha paciencia, y seguramente mucho, mucho sexo. Y cuando me pidiera tregua, le daría guerra (espero no me fallara la maquinaria). Con una, con otra, y con otra más, y con todas las que pudiera, porque cada una sería la primera, y la última, y la única. Cada una sería maravillosa y común, mujer irrepetible y todas las mujeres en una. Me pronunciaría por perder la cabeza por mi mujer (en turno) tanto como fuera posible. Seguramente al terminar de escribir esto, gustosamente me masturbaría aquí mismo. Pero quizá he revelado demasiado en este aspecto, y eso no sería propio de un caballero.
Y si tuviera la suerte de encontrarme una mujer completa, libre, independiente y segura (como quiero creer que soy), gozaría de acompañarla y dejarla volar. De escuchar su opinión y disfrutar dar la mía, discutir y disertar, intercambiar y aprender, analizar sin convencer ni ser convencido, simplemente interactuar con ese curioso ser que mira desde otra perspectiva completamente diferente. Me divertiría mucho, pues queda claro que soy simpatiquísima. Le ofrecería cuidado y cariño (con la correspondiente dosis de testosterona), que, si en efecto es libre, aceptaría gustosa, no así los hombres, pues no lo necesitan (o al menos de eso los han convencido que presuman). Intentaría comprender cómo es la breve existencia de una mujer con esa revolución de sentimientos estorbando a cada decisión por tomar en la vida. Y, claro, satisfacer toda esta curiosidad no me haría quedar como un bruto ignorante subyugado, sino como un observador, estudioso y analista de los conflictos de género actuales y la identidad de la mujer del s. XXI.
Me iría solo a la montaña, a caminar, a orinar de pie y defecar en cualquier sitio sin temor a ser atrapado en el acto. A gritar a los acantilados y comer cualquier cosa, a no bañarme en días y dejarme la barba crecer desordenadamente, buscándome a mí mismo en una travesía personal, inconfundible con embaucarse en una aventura descabellada y posiblemente mortal, no propia de una criatura del sexo débil (por llamarlo de cualquier forma). Obviamente me desharía del "tú no puedes hacer eso, es peligroso, te pueden violar, te pueden robar, no debes ir sola, te acompaño", o simplemente de los gestos mudos de desaprobación y las cejas que se alzan. Llevaría el cabello muy corto (nadie me increparía con un "no te queda"), podría ir a nadar o hacer el amor cualquier día del mes, no viviría a merced de las hormonas sino de las ideas, conservaría mi condición y figura a pesar de la descendencia, y no tendría que elegir entre ser madre o profesional. Haría muchos chistes salameros y pesados, y parecería entonces simpático y seguro, pero nunca histérico (sensu Freud), o perdido (coloquialmente, en conjunto, "llevado"). Lo mejor de todo, alguien más se haría cargo de las labores de maternidad, crianza, limpieza y orden, y no parecería yo un perro desalmado por no hacerlo en persona.
Y siempre me quedaría el recurso de, aún soltero, viudo o viejo decrépito, encerrarme largos días en mi estudio a pensar, leer, escribir, y hacerlo todo sin ser compadecido por estar solo e intentar llenar una vida vacía con actividades que seguramente no comprendo, pues están reservadas para los pensadores (en mi caso, ser confundida con una radical abuelita anacoreta que locamente practica con gusto el hermetismo). Y quiero decir, escribo todo esto, porque pienso que todavía no sé muy bien cómo ser mujer, y creo que ya no hay forma de aprenderlo (ni estoy segura de desearlo). Irreversiblemente, me encuentro en este estado intermedio donde mi parte masculina eclipsa a la femenina y muchas veces no se pueden poner de acuerdo. Así que me iré conciliando con la idea de seguir siendo censurada, criticada, apartada, observada y juzgada, pero hincha de mi pequeño hombrecito interno que me deja asomarme a ese mundo de libertad e independencia, y de vez en cuando me dice que quizá soy una mujer extra-ordinaria por tenerme a mí y a él en el mismo cerebro.
Ah, y me faltó decir, desde luego jugaría fútbol americano, en la ofensiva.
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