Es curioso el desenlace de algunos acontecimientos. Un encuentro deseado (pero no esperado), que se mantiene en secreto, puede resultar grato y hasta emocionante, provocar curiosidad infinita, producir sensaciones de poder y ventaja. El descubrimiento -a su tiempo- puede perder el brillo novedoso y convertirse en un posesión cómoda, algo asegurado, frecuentado, algo confiable.
Pasa un poco de tiempo, y de pronto...
Ocurre un nuevo descubrimiento que cambia por completo la percepción inicial del anterior. La curiosidad pasa la factura, lo grato se vuelve desagradable, el deseo se vuelve repudio, el poder y ventaja se transforman en sensaciones de debilidad y vulnerabilidad. Ahora la novedad es que se desea totalmente lo contrario, no haber descubierto nada, no haber poseído nada, no haber asegurado nada. "Beware of what you wish for".
Las situaciones se hilvanan entre sí y revelan lo que hay atrás de los encuentros. Primero, la inocencia de la posibilidad incognocible, después, la cotidianeidad del placer, finalmente, la expectativa de que lo grato permanezca inalienado. De la mano van el deseo de posesión y el temor a la pérdida. Y ante un resultado no deseado, llega inminentemente la decepción, y -naturalmente- el dolor.
Pero, si en un inicio se decide libremente entrar, ¿con qué derecho se reclama el deseo de salir, producto del efecto del encuentro? No queda más que retirarse silenciosamente y pensarlo dos veces antes de buscar otra revelación, de poseer y crear expectativas. ¿Será posible?
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