Dec 30, 2009
xx / xy
Entre las reflexiones que tienen lugar en mi cabeza, está la de considerar que haber nacido hombre en esta sociedad machista no me hubiera parecido nada mal, al contrario, lo encuentro, hasta cierto punto, deseable. Definitivamente es un papel lleno de ventajas, aún el día de hoy. De hecho, mi carácter no está salvo de rasgos que considero masculinos, heredados/adoptados de mi padre, y producto de añejos procesos reflexivos donde el resultado ha quedado acobijado entre valores más comúnmente propios del sexo fuerte (por llamarlo de cualquier forma). Estas pinceladas de tono (en una mujer) atípicamente masculino (me) saben a pequeñas rebeliones contra el estereotipo femenino, al que estoy patéticamente atada y del que inevitablemente formo parte. Sin embargo, encuentro más parsimonioso que mi parte femenina se adaptara a un ser varón, que la actual complicación de vivir el conflicto permanente de adaptar mi parte masculina a la mujer que soy. Pero nací mujer y con ello vino todo el kit hormonal, me gustan los hombres y es así, eso no lo puedo cambiar. Y eso tampoco cambia mi opinión al respecto. Motivos, tengo muchos.
Para empezar, aún desenvolviéndome con mi carácter auténtico (fuerte y extrovertido, propositivo y generalístico -de general de ejército-), si fuera hombre, con suerte cosecharía de los demás respeto y no, como frecuentemente me ocurre, miedo. También, conservaría amistades sólidas y añejas, que no se derrumbarían cuando las partes contraigan matrimonio o se reproduzcan, pues observo que los hombres suelen ser más constantes y leales como amigos que las mujeres, y más frecuentemente respetan la naturaleza del vínculo que dio origen a la amistad. Los amigos varones se aceptan tal como son, difícilmente tratan de moldearse caprichosamente a la idea que el otro tiene de cada uno. No así las mujeres, que compiten, reclaman y exigen (y en los peores casos, critican y chismean), o abandonan con ligereza aquellas amistades con las que no comparten el tema del momento. Además, me gustan las cantinas, la juerga, la música, salir con desparpajo a la banqueta abrazada de un buen amigo y gritar cualquier cosa al aire a las 3 de la mañana, pero si fuera hombre no quedaría como una ridícula borracha errante, sino como un bohemio conflictuado que sólo pone a flor de piel sus sentimientos con alcohol y El Andariego.
Hablando de la tan discutida cortesía que los hombres otorgaban antaño a las mujeres, hoy en día experimento un continuo debate interior respecto a ser cortés y amable con otras personas, pero estar a merced de ser juzgada como tonta, fácil, desesperada u ofrecida, mínimo (invitar un café a un hombre, por ejemplo). Como hombre, podría ser tan cortés como quisiera, sin temer a esas estúpidas etiquetas. Mi posición frente a otros quedaría intacta, a pesar de ser el que propone. Me libraría de este incómodo conflicto entre aceptar la cortesía de los hombres y en turno no parecer mal educada por descortés. Aún amable, sonriente y gentil, no se me tacharía de boba o ilusa, sino de caballero y seguro. Me causaría especial placer tratar a todos por igual, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, agraciados y desgraciados, quién fuera, sería cortés indistintamente. En un sentido mínimo, practicaría la justicia en mi cotidianeidad. Por otro lado, podría irme a los golpes con quién lo mereciera, en vez de quedarme con el coraje de la vida cuando alguien me tocara el trasero en el Metro. Para empezar, nadie andaría tocándome nada en el Metro o en ningún lado (espero, porque si no, en efecto me iría a los golpes).
Me nutriría intensamente de las múltiples áreas del conocimiento sin causar una contradicción en mi papel social. Una mujer que disfruta cultivarse, fácilmente puede ser tachada de "nerd" o intelectualoide, hasta subversiva, y la sociedad, compadeciéndola, siempre subrayará -aún tácitamente- que ha abandonado el rol reproductivo y lo ha mal suplantado con el rol que le compete al varón, el del conocimiento y la ciencia, el atuendo cerebral (ah, el estereotipo de la mujer sabia: fria e insensible). Leería a los grandes hombres de la Historia y podría reflejarme en ellos, comprenderlos y saber por qué y cómo dijeron e hicieron sus hazañas. Un hombre puede verse a sí mismo en todos los hombres que existieron antes y existirán después que él. No los percibiría como distantes pensadores enigmáticos, sino como mis "cuatachos del pasado". Cualquier día, podría gritar "¡no me molesten, carajo!" y acto seguido azotar la puerta de mi estudio, reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de la existencia humana hasta altas horas de la madrugada, y no parecer hermitaña depresiva suicida, sino genio loco irresistible. Aunque pensándolo bien, puedo azotar la puerta y gritar lo que me venga en gana cuando quiera, pues vivo sola y mi gata no es susceptible a desplantes de esta naturaleza. Dejemos ese ejemplo para aquellas mujeres que no pueden hacerlo por temor al cortante juicio de su marido y sus niños de kinder.
En el trabajo me vendría de maravilla. Andar con mi machete en el campo, sin temor a que nadie me hiciera nada. Saludar con un fuerte abrazo a los campesinos y sentarme con ellos a escuchar sus historias, tomando harta cerveza o alguno de esos licores silvestres (que, espero, mi estómago de hombre recibiría mejor que el actual). En los retenes militares me iría al tú por tú con los wachos y apuesto a que no me preguntarían "¿por qué tan solito, señorito?", pues se correrían el justificado riesgo de recibir un "ah, caray, ¡qué puñal me saliste ca'on!" como merecida respuesta (creo que aquí también tendría que considerar seriamente irme a los golpes). Igualmente para orinar durante las largas jornadas del campo simplemente tendría que darme media vuelta y bajarme el cierre. En las asambleas con los ejidos no sospecharía que los hombres en vez de escucharme me están mirando la camisa. Quizá podría impulsar un mayor número de proyectos en colaboración con los ejidos, y mi palabra de hombre sería cosa seria y segura, como es ahora también, pero nunca he escuchado que alguien se avale diciendo "me dio su palabra de mujer".
Me enamoraría fácil y seguido (que no perdidamente) de las mujeres al conocer de cerca los recovecos de sus personalidades. Hasta en los más oscuros y conflictivos caracteres, he encontrado rasgos adorables y maravillosos que, creo, deben resultar irresistibles para un hombre. Y sin vacilación ni circunvolución (alias "darle vueltas al asunto"), diría, salgamos, me gustas, bésame, quiero quedarme contigo esta noche. No creo que recibiera tantas negativas, y si las hubiera, no me importaría. El hombre que bien sabe que es un chingón, no necesita que nadie se lo confirme (dije chingón y no fue accidental). Al fin y al cabo las mujeres somos esclavas de la morfología. Siempre seremos receptoras, nos guste o no. Y así, tal cual, cuando la ocasión lo amerite, diría, espero que no te moleste si no nos vemos más, discúlpame, te deseo lo mejor, y daría media vuelta para seguir mi camino, en lugar de sentarme a llorar y obsesionarme años con un recuerdo descolorido. Si me mandan a volar, podría crecerme al castigo y no parecería dura, insensible, golfa o falsa. ¡Bienvenida la que sigue! Sobra decir que a la primera mona que se me metiera entre ceja y ceja por más de un par de años le propondría se mudara a mi jacal y punto, y no tendría que estarme esperando a que ese hombre que amé tanto tiempo se pusiera las pilas y me dijera de una vez por todas que iniciáramos un proyecto común. Hay qué ver cómo desperdician los caballeros todo el poder que tienen... o sería que él no me quería como yo a él.
También me tomaría el tiempo para hacer las cosas bien, nada de prisa y tonterías de 5 minutos (señores, ¿cómo es posible?). Me aferraría fuertemente al cabello de mi mujer, por la nuca, la miraría a los ojos y me hundiría en el perfume suave de su cuello, besaría sus labios y su oreja, sus hombros, bue-, no hace falta recorrerla toda en este texto simplón. Pero eso sí, con suavidad y cuidado estudiaría la forma y gravedad de sus senos y anatomías relacionadas, que hay que admirarlos, ya que gozaría del beneficio de no tener que cargarlos (ni la posterior modificación de su ubicación espacial). Cocinaría con lentitud el momento en que con la rodilla separara sus piernas y dejara caer con cuidado todo mi peso sobre ella (espero no fuera gordo), rozarían cálidos en mi cadera sus muslos, su abdomen, y me sentiría suavemente penetrarla, entrar en ella con mi carne, mirarla estremecer, y humedecerme de su piel, de su recoveco escondido y oscuro (y de agradable temperatura, según me han dicho). Estudiaría a cada mujer con cuidado, su ritmo y roce preferidos. Buscaría explorar y transgredir, experimentar y evolucionar, sin límites. Tendría mucha, mucha paciencia, y seguramente mucho, mucho sexo. Y cuando me pidiera tregua, le daría guerra (espero no me fallara la maquinaria). Con una, con otra, y con otra más, y con todas las que pudiera, porque cada una sería la primera, y la última, y la única. Cada una sería maravillosa y común, mujer irrepetible y todas las mujeres en una. Me pronunciaría por perder la cabeza por mi mujer (en turno) tanto como fuera posible. Seguramente al terminar de escribir esto, gustosamente me masturbaría aquí mismo. Pero quizá he revelado demasiado en este aspecto, y eso no sería propio de un caballero.
Y si tuviera la suerte de encontrarme una mujer completa, libre, independiente y segura (como quiero creer que soy), gozaría de acompañarla y dejarla volar. De escuchar su opinión y disfrutar dar la mía, discutir y disertar, intercambiar y aprender, analizar sin convencer ni ser convencido, simplemente interactuar con ese curioso ser que mira desde otra perspectiva completamente diferente. Me divertiría mucho, pues queda claro que soy simpatiquísima. Le ofrecería cuidado y cariño (con la correspondiente dosis de testosterona), que, si en efecto es libre, aceptaría gustosa, no así los hombres, pues no lo necesitan (o al menos de eso los han convencido que presuman). Intentaría comprender cómo es la breve existencia de una mujer con esa revolución de sentimientos estorbando a cada decisión por tomar en la vida. Y, claro, satisfacer toda esta curiosidad no me haría quedar como un bruto ignorante subyugado, sino como un observador, estudioso y analista de los conflictos de género actuales y la identidad de la mujer del s. XXI.
Me iría solo a la montaña, a caminar, a orinar de pie y defecar en cualquier sitio sin temor a ser atrapado en el acto. A gritar a los acantilados y comer cualquier cosa, a no bañarme en días y dejarme la barba crecer desordenadamente, buscándome a mí mismo en una travesía personal, inconfundible con embaucarse en una aventura descabellada y posiblemente mortal, no propia de una criatura del sexo débil (por llamarlo de cualquier forma). Obviamente me desharía del "tú no puedes hacer eso, es peligroso, te pueden violar, te pueden robar, no debes ir sola, te acompaño", o simplemente de los gestos mudos de desaprobación y las cejas que se alzan. Llevaría el cabello muy corto (nadie me increparía con un "no te queda"), podría ir a nadar o hacer el amor cualquier día del mes, no viviría a merced de las hormonas sino de las ideas, conservaría mi condición y figura a pesar de la descendencia, y no tendría que elegir entre ser madre o profesional. Haría muchos chistes salameros y pesados, y parecería entonces simpático y seguro, pero nunca histérico (sensu Freud), o perdido (coloquialmente, en conjunto, "llevado"). Lo mejor de todo, alguien más se haría cargo de las labores de maternidad, crianza, limpieza y orden, y no parecería yo un perro desalmado por no hacerlo en persona.
Y siempre me quedaría el recurso de, aún soltero, viudo o viejo decrépito, encerrarme largos días en mi estudio a pensar, leer, escribir, y hacerlo todo sin ser compadecido por estar solo e intentar llenar una vida vacía con actividades que seguramente no comprendo, pues están reservadas para los pensadores (en mi caso, ser confundida con una radical abuelita anacoreta que locamente practica con gusto el hermetismo). Y quiero decir, escribo todo esto, porque pienso que todavía no sé muy bien cómo ser mujer, y creo que ya no hay forma de aprenderlo (ni estoy segura de desearlo). Irreversiblemente, me encuentro en este estado intermedio donde mi parte masculina eclipsa a la femenina y muchas veces no se pueden poner de acuerdo. Así que me iré conciliando con la idea de seguir siendo censurada, criticada, apartada, observada y juzgada, pero hincha de mi pequeño hombrecito interno que me deja asomarme a ese mundo de libertad e independencia, y de vez en cuando me dice que quizá soy una mujer extra-ordinaria por tenerme a mí y a él en el mismo cerebro.
Ah, y me faltó decir, desde luego jugaría fútbol americano, en la ofensiva.
Dec 29, 2009
transiciones rítmicas
No sé si es posible olvidarse de quién fue uno, o mejor dicho recordarse y no reconocerse, mirarse al pasado como un extraño perdido, que habita un rincón de la memoria, marchito, donde se guardan las cosas que no sirven o que se olvidó pa qué servían. No sé si es posible redimir un recuerdo, recoser los hilos de la trama de la vida, repegar la personalidad perdida, retomar el objetivo entero del inicio de los tiempos, y encontrar el método familiar y la justificación, pues eso, justa. No sé si es posible deshacer lo que uno hizo de uno mismo, lo que construyó en un arranque adolescente, lo que pensó sería mejor que ser lo que uno era, hasta antes de decidir que era mejor no serlo. Mirar al ayer, 15 años ha, y reconocer el montaje, traje y cara, etiqueta, referencia, característica particular, determinada. Y en el reconocimiento, reconocer que la actuación fue tan creíble, que fue fácil apropiársela como propia, perdonarla como inocua, aceptarla como buena. So pena de re-conocer lo conocido, mirar aún más atrás y ver al niño, y notar que nada tienen en común las dos personas, que el niño fue uno y el adolescente otro, a fuerza de amputar aquí y allá las membranas salientes que chocaban con el mundo, que no encontraban eco, cercenadas por existir con el candor del que nada aprende como malo.
Ahí están, los dos extraños. Habla con ellos, me aconseja el consejero. ¿Qué les digo a esos fantasmas que soy yo y no soy ya ellos?, ¿qué le digo a dos extremos de algo que ya no existe, que nunca tuvo centro, que resolvió el plan hasta ___ y luego no supo ya más qué seguía? Perdóname por matarte, niña linda. Niña inocente, hermosa y sana. Niña cándida y candente, niña extraña. Niña protectora y sensible como nadie. Niña generosa, callada, introvertida. Niña temerosa, dolida, abandonada. Niña a la sombra de ser niña. Niña que no quiere molestar. Niña ansiosa de ayudar. Niña que quiere ser aceptada. Perdóname por matarte, pero si no lo hacía, morirías. Ibas a morir, insostenible. Venía ya la otra, la amazona. Bestia temeraria, ardiente, valiente, desafiante. A la adrenalina, adicta, a la debilidad, fóbica. Lanza rebelde, arriesgada, insolente. Joven inocente debajo del coraje. Joven insegura debajo de la danza. Joven vulnerable que soporta la apnea más larga. Insoportable arma que se hunde hasta que sangra, que no vive si no muere al alba. Brutalidad sin estribo, sin bozal, sin jaula. Bestia con alas de cera y poca cautela. Quimera falsa que se equivoca, se acolapsa, se destroza. Llamarada que arde, crepita, silba y explota, lo que puede, hasta que el viento sopla. Y se empeña en olvidarla de sí misma. La corrige, la regaña, la censura, la detiene, la castiga, la encierra. La insulta, la golpea, la reprime, la apaga, la elimina. La espía, la persigue, la acorrala. El viento implacable la hace otra vez buena. Una bondad falsa, pero la que de ella se espera. A tí no te maté, quemante llamarada, fue de nuevo el mundo que juzgó que no prometías nada, más que el abismo, el fracaso, lo barato, lo insensato.
Quedó entonces esto que no encuentra identidad en el pasado. Quedó este ecléctico resultado. Quedó la melancolía por la niña pura, y el sendero de vuelta oscurecido por el tiempo y la costumbre. Quedó el respeto a la tenaz amazona bárbara, con el siempre presente sinsabor de la derrota en la batalla. La razón recortó identidades heredadas de los fantasmas del inicio de los tiempos. El reloj las fue enterrando en recuerdos lejanos y congelados. Analizó casi sin sentir nada. Decidió conservar esto y abandonar aquello. Conservó algo de pasión, pero más deber que otra cosa. Y así intentó vivir por mucho tiempo. Forzó la persona a embonar con el modelo, y se llenó de méritos y excelentes desempeños. Demostró que se puede hacer cualquier cosa, que abandonada la niña y la amazona, podía ser aún de excelencia delegada. Otra vez fue al límite de la fuerza (bruta) y subió a la punta más alta de la montaña en cuestión. Y cuando hubo terminado con toda responsabilidad para con esta mierda de sociedad, a sí misma se miró. ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? El destino le regaló más de 300 días para responder, libros para leer, y hasta un espacio para verter lo que fuera menester.
Tras un largo silencio, me pregunté. ¿Qué fue de la niña, qué de la amazona? Qué parte de ellas era real y cuál, falsa. Qué parte fue construida y cuál simplemente fluía. Qué pedazos de la jarra se pueden pegar y embonan, qué esencia se puede recuperar y se siente natural y lógica. ¿No acaso son parte de la misma persona? Y ahí está de pronto la columna sólida. Una débil corazonada, química cristalizada, sospecha de hallazgo, reconocimiento entre la multitud confusa. Algo puedo reconocerme en los fantasmas, algo. Todavía no puedo tocarlas, pero ya estiro la mano. No es tarea de un momento, ni de un día. Es proceso de diálogo y remembranza. De lectura, estudio, selección, recuerdo. No es trivial hazaña. Es encargo del presente, insuperable sin el pasado. Es labor de sensibilidad y fuerza. De rescate, disculpa y puente. De recuperación, incorporación y calma. Son esenciales los tres fantasmas, para rearmar la historia de un alma.
deseos urgentes 2004-2010
Una propuesta, la que sea.
Que tu voz interrumpa violentamente el silencio.
Nostalgia por las noches en que dormía.
Vértigo, miedo, y rendir obediencia.
Respirar bajo tu peso y olor.
No pensar en qué hacer, que me lo digas.
Sentir el desagrado de tus pies fríos.
Responderte.
Reír con ironía pensando en los años en que dudé que existieras.
Melancolía por los días en que no pronuncié una sola palabra.
Cuestionarme seriamente si no era mejor estar sola.
Sentir el mínimo arrepentimiento.
Celos, y después asfixia.
Cerrar cualquier puerta en casa. Ocultarme de ti.
Frustración al escucharte cuando no quiero.
Darme cuenta que ya no leo tanto como antes.
Sobresalto al escuchar que la puerta se abre.
Gastar con molestia mis horas en tus tareas.
Dejar de buscar.
Pelear con grito y garra. Reconciliarme.
Sentir el leve peso de la mitad de las decisiones.
Ser seducida por el conformismo.
Dejar de arrastrar mi cuerpo y mente por la vida.
Dec 27, 2009
desterrada
el peso de las letras
Dec 26, 2009
padeciendo existir
Ven a casa. Quédate.
Estaremos completamente solos.
Cuéntame tus ocupaciones y tus preocupaciones.
Te escucharé con atención.
¿Lo necesitabas?
¿Y eso que has pensado?, ¿qué es?
Eso que no dirías a nadie, que crees que a nadie le importa, que crees que no es relevante.
Lo más profundo.
Después, quédate en silencio, si quieres.
Déjame abrazarte largo rato, que no pienses en nada.
Sólo en este momento, este abrazo.
Cierra los ojos.
Olvida a las personas que te buscan, que quieren algo de tí.
Olvida a todos.
¿Escuchas mi latido? Tiene vida.
Late por sí solo.
Mientras late, puedo hacerte compañía.
Dec 23, 2009
volver en mí
¡Qué pálidos deseos me aprisionan!
Dar la vuelta al Mundo y regresar,
a pensar en tus ojos y en tu ausencia.
¿Qué viaje merezco si estoy ciega?
¡Qué excusa patética aprovecho!
Qué fácil esconderme en esta guerra
de soledad, anhelo y fantasía.
¡Qué farsa!, ¡mi estudio, mis "ideas"!
Mi tiempo en reflexión, qué hipocresía.
¿No acaso he visto mil mentalidades,
y renegado de los tradicionalismos?
¿Mil veces no ha caído en mi conciencia
con peso la distancia y la montaña?
¡Qué niña, qué débil, qué cobarde!
¿Para qué mirar el horizonte
pensando en la belleza de tus labios?
¿Entender el segundo en combustión,
y el único fundamental Enigma?
Cosecho los frutos de mi altura,
semilla estéril de posibilidades.
Dec 22, 2009
propuesta I
Úsame a sabiendas de que mereces todo lo que te doy, y que agradezco tu gratitud por todo lo que tomas. Úsame, aprovecha, es tu oportunidad. Eso que pensaste nunca poder hacer, lo puedes hacer ahora, conmigo. Yo no tengo límites, puedo hacer cualquier cosa. Lo que me pidas, eso haré. Siempre confiaré en que sabes lo que haces. A cambio, yo te pido lealtad, interés, respuesta. Apasiónate por nosotros, no lo vuelvas ordinario. Regresa siempre, y siempre te dejaré ir. Déjame ir siempre, y siempre regresaré. Nunca seré tuya, pero tendrás todo de mí.
Dec 20, 2009
decidir conmoverse
De acuerdo con los fundamentos de la Física, en términos matemáticos, el tiempo es igualmente accesible hacia el pasado, que hacia el futuro. Lo que impide que accedamos al futuro es el cerebro humano, la conciencia. El cerebro únicamente tiene mecanismos de almacenamiento de los acontecimientos que ya ocurrieron. Pero no puede aplicar fisiológicamente las ecuaciones matemáticas que le permitan acceder al futuro. Entonces, esa sensación de novedad, no es más que el efecto fisiológico del primer encuentro del cerebro con determinada información. Toda, absolutamente toda novedad pierde el brillo de ser tal.
Las personas que pierden la memoria de corto plazo experimentan continuamente la sensación de novedad, para siempre. La capacidad del cerebro de almacenar la información nos permite experimentar la novedad y experimentar después la costumbre. Pienso en lo anterior profundamente. Hablando de una persona normal, de alguna forma, también participa la decisión en este proceso: todo me parece novedoso, o he decidido que nada me sorprenderá (hablando de los extremos). Algunas personas lo hacen automáticamente: la decisión es subconciente. Otras lo hacen concientemente, han decidido encontrar la novedad/frescura/maravilla en las cosas, aunque sean cosas cotidianas. Como alguien, por ejemplo, que sufre un accidente grave y logra recuperarse, para dar valor extraodinario a lo que -previo al accidente- consideraba ordinario. Y no sólo decide asignar dicho valor, sino que puede experimentar emocionalmente la impresión de la novedad, puede sentir el valor. La sensación, entonces, es parte de un proceso de decisión, ya sea conciente o inconsciente.
Hablando de aquello que nos conmueve, pienso que ocurre un proceso similar. Así como podemos experimentar sorpresa o admiración ante algo nuevo, podemos también sentir que un evento, frase, gesto, suceso, escena, experiencia, etcétera, puede provocarnos un repentino sentimiento de empatía, vulnerabilidad, disposición, apertura. A medida que he incorporado este tipo de análisis en mis propias emociones, son cada vez menos los estímulos que me parecen novedosos -aunque sea la primera vez que me encuentre con ellos- o que me conmuevan. Creo que tanto mi formación científica como otras experiencias que han consumido mi capacidad de -valga la expresión- alegrarme, tienen mucho qué ver en esta ausencia de conmoción y asombro.
Sin embargo, aún hay situaciones que me conmueven (hablando únicamente del grupo de situaciones a las que me enfrento en mi vida cotidiana, sin considerar aquellas que no experimento, por ejemplo, la guerra, los niños, el mar, entre otros). No logro identificar plenamente qué es lo que determina que algunas resulten en ello y otras no. Me parece que la sensación de conmoción viene de una conexión neuronal tan remota, que no tiene sentido intentar seguir el hilo de conexiones neuronales en reversa, hasta llegar a la razón. Diré entonces qué me conmueve:
- Ver a cualquier animal sufrir.
- El verde de las hojas de los árboles.
- Los cachorros de cualquier especie, sin incluir a los humanos.
- El atardecer.
- El cielo estrellado del campo, en absoluta oscuridad.
- Un paisaje natural sin evidencia de actividad humana.
- Alguien que, sin haber sido especialmente capacitado, realiza de manera formidable determinada tarea.
- Una plántula que emerge al germinar una semilla.
- La mirada silenciosa de Cas.
- El canto de las cigarras.
- El llanto de mi madre.
Dec 19, 2009
facultad anquilosada
Los acontecimientos que me ocupan son frios y distantes, puedo pensar en ellos, resolver, planear, pensar, actuar.
Puedo apasionarme de los proyectos, quizás sentir una alegría remota.
Son importantes, ¿no es así?
Pero la vida pasa lentamente, sin sobresaltos.
Todo, bajo esta extraña película gris de somnolencia.
Intento hidratarme de los encuentros con familia, amigos.
Son personas, me hablan.
Se interesan, dinos, cuéntanos, platícanos.
Respondo. Escucho mi voz. ¿Qué demonios estoy diciendo?
Increíble, puedo hablar de cualquier cosa, casi.
Tomo un libro.
Descanso.
La voz en mi cabeza deja de hablar sandeces.
La narración llena el silencio. Trato de seguir la historia.
¡Ah, qué interesante!, ¿de verdad?, impresionante.
No me admiro, pero finjo que sí. Es por mi bien.
Es bueno mantener la capacidad de asombro, ¿no es así?
Navego en la red. Impresionante, qué mundo ese de ahí afuera.
Increíble lo que hoy vivimos. Miro mil cosas que jamás pensé mirar.
Duermo. Sueño.
Se interrumpe violentamente la automatía.
Siento.
Amo.
Olvido la vida. Es que amo.
Despierto.
Al menos todavía puedo sentirlo, pienso.
Ahora en verdad me sorprendo.
No se me ha olvidado.
¿Pero, esto... qué significa?, ¿por qué..?
Mejor ni preguntármelo. No hay respuesta que valga.
Avanza el día.
Dec 17, 2009
ignorancia y perfección vs. sabiduría y deficiencia I
Desire is the source of our most noble aspirations and our deepest sorrows. The pleasure and the pain go together; indeed, they emanate from the same region in our hearts. We cannot live without the yearning, and yet the yearning sets us up for disappointment--sometimes deep and devastating disappointment.
-John Eldredge.
Desde siempre, otro deseo más que me mantiene presa es el de la perfección. Encontrarla en las personas, en los hechos, en los lugares, en el pasado, en el futuro. A menudo, imagino una compañía que puede leerme con exactitud hasta el más profundo nivel sin que yo revele mayor detalle (ah, delicioso amor platónico). Un hombre, un amigo, un desconocido, quién sea. Y me ha ocurrido muchas veces: creo ver cómo un acontecimiento se conforma perfectamente, proveyendo todas las satisfacciones deseadas, falto de carencias o inexactitudes. He buscado en largas horas tras el volante, como si existiera, ese lugar perfecto que tiene todo, donde puedo materializar ese sueño que no tiene lugar dónde nacer.
Y peor aún, muchos eventos: con personas, hechos, lugares, he creído que eran perfectos al inicio de mi convivencia con ellos. He sentido la alegría plena que provoca un encuentro perfecto, el silencio feliz del corazón henchido, la saciedad que da la sensación de buena suerte. Me he comprometido acorde a ello. Más tarde, no exenta de repentinos y duros golpes, y en ocasiones tras períodos de tiempo extremadamente largos (años), he tenido que abandonar la devoción que profería a la etiqueta de perfección asignada. He contrapuesto la realidad al ideal y argumentado por ambas partes. He escrito mentalmente las listas de pros y contras, de gozo y dolor, de sabor y sinsabor. Y he tenido que aceptar el resultado. La satisfacción que surgió tras la búsqueda satisfecha, se torna entonces vacío.
Generalmente, lo anterior antecede un período de decepción considerable, en tiempo e intensidad. Una sensación de abandono, de falta de interés y por ende falta de cuidado. En el peor caso: venganza y odio. Prevalece en mí un dejo de conflicto interior: el abandono forzado por la decepción me causa dolor, independiente del exterior. Pero después de un proceso de negación/aceptación, emerge un nuevo sentimiento que abraza y asume la imperfección. Me rindo. Se revela el absurdo. Paralelamente, el brillo de lo deseado se opaca, con tristeza. En la aceptación viene la pérdida del sueño original. Eso que creí que era, no es así. Análisis de la expectativa, de la evidencia, de la incongruencia.
Finalmente, los acontecimientos y yo nos fundimos en la vulgaridad cotidiana. Los ideales se quedan en un mundo imaginario, separado. Lo asumo: desde mi reducida perspectiva, la realidad está llena de fallas y decepciones. Ese concepto tan trillado de "no esperar nada de nadie ni de nada" es como un grillete al cuello que tengo que usar, por mi bien (en teoría). Me vuelvo común y corriente, un ente humano más, imperfecto también, muy a mi pesar. Hay que crecer. Me sacrifico.
Pero de vez en cuando jalo el grillete con tanta fuerza que se rompe, sin que me importe que en el futuro cercano o lejano pueda caer estrepitosamente (cada vez con menos frecuencia, pero aún y quizá con mayor intensidad, caigo) y -con suerte- levantarme con las rodillas desolladas. Sin lograr determinar qué es lo que me hace no aprender, no abandonar, no rendirme, voy de nuevo en busca de eso. Y sin controlarlo tampoco, de pronto, veo de nuevo la perfección. De nuevo parece real.
Entonces ahora, durante esta breve reflexión, me pregunto: ¿no es mi deseo de perfección, ignorancia?, ¿no es sabio acaso el asumir la deficiencia? ¿No es al fin y al cabo dicha "deficiencia" una creación mía? De la reflexión surge un nuevo pensamiento: las dos plataformas de partida son distintas en naturaleza e incompatibles, la imaginada y la real. No son comparables ni acoplables. Debo comprometerme con alguna. ¿Es posible comprometerse de forma distinta de acuerdo a cada situación? Y un poco más atrás: ¿cómo diablos aprendí a funcionar así?, ¿por qué nunca cambié?
Dec 11, 2009
por qué escriben los hombres II
Entiendo que un hombre ya entrado en años, más viejo que joven, escriba. Entiendo que vierta en la hoja lo que ha pensado, visto y/o sentido. Puede apreciar el valor de lo que ha vivido, puede mirar atrás desde el otro lado de la colina. Puede hablar por una época, por una mentalidad, por un modelo. Pero un hombre joven, ¿qué puede decir? Un adolescente, un hombre en sus veintes, quizá hasta en sus treintas, ¿qué puede ofrecer al lector que no resulte soso, neófito, naive, o trillado? Puede escribir ficción, ayudándose de la fantasía para decir algo que cree que es, o siente como real. Puede escribir relatos realistas, pero sólo a partir de la imaginación, no personalmente experimentados. Puede relatar lo que otros (hombres o mujeres mayores que él) le cuentan, o que atestigua, como un portavoz. Pero desde la experiencia propia, creo, es más probable que tenga poco que ofrecer (con la excepción de contados casos donde la niñez es rica en experiencia y la madurez llega pronto y con suficiente sustancia para ver la propia niñez con distancia y relatar el fruto de la experiencia).
Aquí, considero, la carta del estilo interviene con gran fuerza. Lo expresaré así:
+ experiencia - estilo = lectura ordinaria
- experiencia + estilo = lectura entretenida
- experiencia - estilo = ficción barata
+ experiencia + estilo = lectura trascendental
Entonces, al escritor joven le queda un recurso: el estilo. Si es talentoso, puede desarrollar un estilo que oculte o distraiga la atención del lector de lo sinsaboro del relato, de los acontecimientos que se leen. Un buen estilo puede embrujar al lector, aún cuando el contenido no deje una profunda marca en éste.
En el otro extremo, no todo hombre con numerosas y variadas experiencias puede ser un gran escritor. Hace falta que logre comunicarlas de la forma correcta, para que la variedad y abundancia se vuelvan valorables, relevantes, que aporten algo al que lee sobre ellas.
Concluyo pensando en que estos dos atributos, experiencia y estilo, requieren de un tercero para que ocurra la alquimia propia del escrito trascendental: ¿no es acaso la sensibilidad hacia el mundo interior o exterior entonces la pieza fundamental para escribir? Ya sea para relatar algo fantasioso, no real, o para disertar acerca de lo vivido; si el escritor no tiene sensibilidad para identificar ese mensaje que reluce entre el resto de las ideas en su cabeza, se convertirá en un mero relator. No habrá huella en el lector al menos que el escritor identifique plenamente qué ha dejado huella en sí mismo, y lo sepa transmitir. Lo que buscan los lectores es harina de otro costal, que discutiré en otra ocasión.
La experiencia se puede adquirir. El estilo se puede desarrollar y perfeccionar. Pero la sensibilidad, ¿es un atributo con el que se nace, o que se hace?
Dec 9, 2009
dos filos
Pasa un poco de tiempo, y de pronto...
Ocurre un nuevo descubrimiento que cambia por completo la percepción inicial del anterior. La curiosidad pasa la factura, lo grato se vuelve desagradable, el deseo se vuelve repudio, el poder y ventaja se transforman en sensaciones de debilidad y vulnerabilidad. Ahora la novedad es que se desea totalmente lo contrario, no haber descubierto nada, no haber poseído nada, no haber asegurado nada. "Beware of what you wish for".
Las situaciones se hilvanan entre sí y revelan lo que hay atrás de los encuentros. Primero, la inocencia de la posibilidad incognocible, después, la cotidianeidad del placer, finalmente, la expectativa de que lo grato permanezca inalienado. De la mano van el deseo de posesión y el temor a la pérdida. Y ante un resultado no deseado, llega inminentemente la decepción, y -naturalmente- el dolor.
Pero, si en un inicio se decide libremente entrar, ¿con qué derecho se reclama el deseo de salir, producto del efecto del encuentro? No queda más que retirarse silenciosamente y pensarlo dos veces antes de buscar otra revelación, de poseer y crear expectativas. ¿Será posible?
Dec 7, 2009
con amor y celos
Con fuerza ansías, dices, me confiesas,
encontrarte en mujeres una de ésas
que en arrebato sucumba a tu deseo.
Me duele ser la amiga, confidente,
obligada nobleza de escudero,
a darte sin dudar el visto bueno
de consumirte en ráfaga quemante.
Considero de pronto interrumpirte.
¡Aquí estoy!, ¿no ves cuánto te quiero?,
¿no ves que me destroza el escucharte?
¡No puedo seguir siendo tu escudero!
Quiero ser de la que hablas cuando dices
Loco estoy, sueño que la poseo. Pero
mientras cuentas tranquilo de una de ellas,
en silencio reflexiono en mi cabeza.
Yo no puedo convertirme en esa pieza
que te lance de la tierra a las estrellas.
Prefiero esta tortura del testigo,
mirando atónito el asesinato,
de amores que no duran más que un rato
y que vuelves para compartir conmigo.
Queda sólo el consuelo del secreto
de saber qué hay detrás de tu agonía,
aún mates mi cariño con el eco
de anéctodas de noche por el día.
A escucharte pues, sin mayor anhelo,
ansiosa espero, con amor y celos.