Conocí a un hombre. 53 años, con familia y vida hechas. Me pareció completo, inteligente, muy atractivo, (creo que) había química entre nosotros. Hablamos miles de palabras ante cientos de cafés. Fracasé en no enamorarme de él, pero (pensé que) poseerlo era perderlo. Preferí conservarlo, lejano. Me recordó (de nuevo) cómo son los hombres extraordinarios.
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