Después del viaje al desierto me había sentido completamente agotada, pero, sobre todo, vacía.
Cuando subíamos al Quemado no pude más, todos esos sentimientos negativos y emociones tóxicas se agolparon en mi pecho y en mi cabeza y no podía dejar de pensar en ellos.
De pronto me detuve, me estaban comiendo viva.
No me quedó más remedio que dejarlos salir.
En forma de llanto, un llanto muy profundo, muy sentido y que me permitió liberarlo todo al exterior. En ese momento no se sintió el consuelo, no se sintió un descanso.
Sin embargo, como no recuerdo que me haya sucedido antes, no podía dejar de llorar.
Lloraba, lloraba y lloraba.
Y en ese llanto se iban yendo, ahora veo, todas esas emociones negativas.
Él vino a sentarse a mi lado cuando le pedí al grupo que se adelantara.
En verdad no quería seguir.
No había ritual alguno que pudiera justificar, o costumbre o tradición que me hiciera seguir.
Era mi proceso, mi momento, independiente de lo que habíamos ido a hacer o la relación con el grupo.
Y necesitaba parar por mí.
Quiso acompañarme un momento, yo no podía dejar de llorar.
Quería estar realmente sola.
Me dio gusto darme cuenta de ello, genuinamente quería estar sola.
No quería buscarlo, correr a sus brazos y decirle, "tú, por tu culpa", o decirle "tú, consuélame", ni decirle nada.
Simplemente ahora esta soy yo.
Soy yo la que tiene esta situación.
La que tiene esta circunstancia.
Soy yo.
No importa de dónde vino, no importa si esto fue por él, o es culpa de uno o de otro, o de quién sea.
El punto es que la realidad que ahora vivo es diferente.
Se alejó algunos pasos, no se fue mucho.
Yo seguí llorando.
No había enojo en mi llanto, eso también me sorprendió, no era un llanto de ira, no era un llanto de odio. Era un llanto de liberación... ni siquiera.
Era un llanto que se sentía, que se hacía necesario.
Que, en cada momento que se manifestaba, simplemente se justificaba a sí mismo por estar sucediendo.
Es más, cualquier palabra o explicación sobraba.
Poco a poco me fui calmando, se fue deteniendo, y fui resolviendo ponerme de pie y al menos alcanzar al grupo.
No quería dar explicaciones, no quería decir a nadie me sucede esto, pobre de mí, esto es muy grave, nada de eso.
Así que me apresuré,tomé el camino y empecé a caminar.
Me di cuenta que él me observaba y estaba sentado a unos metros.
Y me vio cuando tomé mis cosas y empecé a caminar.
Pocas veces me pregunté si él sabría qué me sucedía, de todos modos no tenía caso.
Él estaba haciendo su propio trabajo y yo, llegar con este tipo de demandas, o buscando que de alguna forma él se sintonizara con mis emociones, ¡era ridículo!
Era ridículo.
Antes, cuando habíamos tenido esta conversación, él actuaba indiferente, parecía que él no tenía nada que ver en este asunto, y todo hubiera sido algo que yo viví independientemente de él.
Y yo sabía que él no deseaba tomar responsabilidad, decir lo siento, me equivoqué, no deseaba decir te cambié la vida, te la arruiné, no deseaba decir nada, no podía disculparse porque en la disculpa hubiera aceptado su responsabilidad y la gravedad de la situación y eso también resultaba doloroso para él.
Yo tampoco quería una disculpa, porque no iba a solucionar nada.
Yo sabía que él no lo había hecho con una mala intención, que no había sido adrede.
Había sido una distracción, un descuido grande.
Había sido un exceso de confianza, nos confiamos, y en esa confianza a mí... me habían cortado la cabeza. En fin.
Seguí caminando y él me siguió.
Estaba a unos paso cerca de mí y me acerqué callada sin decir nada, vacía, vacía, sólo indicando, ya puedo caminar, entonces él me comentó algo sobre el día, que estaba hermoso, lleno de luz.
Cortó plantas y las olió, me las dio a oler y yo no tenia nada qué responder.
Empezó a caminar, y caminé.
Llegamos con el grupo, nos sentamos, era el cierre de la travesía, la despedida.
Y cuando él dijo su rezo yo entendí que él estaba viviendo otra cosa, su propio proceso, y me alegré de no haberle comentado nada y dejarlo en su sintonia.
Agradeciendo lo que agradeció y pidiendo lo que pidió.
Él vivía todo de otra forma y yo no tenía derecho a exigir que lo viviera como yo.
Yo no dije nada, era una situación sin remedio.
No había remedio a la situación.
Sin embargo, después bajamos al pueblo y desayunamos.
En el desayuno me recuperé, me hizo bien comer y tomar dos jugos de naranja gigantes.
Después salimos a caminar por el pueblo y nos separamos él y yo del grupo.
Quizá en ese momento por primera vez en varios días regresamos a nuestras posiciones sociales, a nuestros papeles interactuantes dónde había entre nosotros cierto vínculo y se veía quién tenía qué ver con quién, y se aceptaba.
Dimos unos pasos, él y yo juntos, entre mucha gente.
Entonces le dije, me cuesta mucho trabajo esta situación.
Entonces él pudo, quizá, comprender, no lo sé, qué era lo que estaba sucediendo.
Qué era lo que estaba doliendo.
Y él dijo, lamento que lo tengas qué vivir así.
Eso fue un comentario curioso, porque tiene razón, de alguna forma yo lo estoy viviendo o lo vivi en ese momento de esta forma porque lo tengo que vivir así.
Porque en mi historia de esta vida éste es un reto grande que existe.
Éste es un nuevo planteamiento muy fuerte que yo no sé cómo abordar, yo no sé cómo recibir, cómo manejar.
Y en efecto, esa ignorancia me causa sufrimiento y dolor, y entonces pareciera que yo lo
tengo que vivir así para cruzarlo, para avanzar, para trascenderlo, superarlo, si que esto es posible.
Y para que llegue esto, mientras tanto, es necesario que lo viva de forma dolorosa, hiriente, de esta forma cambiante, con un dolor que con su fuego me va cambiando, me va aclarando, liberando, pero también me va asentando y forzándome a madurar de una forma seria y seca, pero no amargada, sino de una forma contundente.
Y me abrazó y me llenó de besos.
Y esto me consoló.
No porque fuera él, sino por mí misma, por la situación que vivo, independientemente de la relación que él tiene con ella.
Quizá en ese momento lo separé de la situación.
Quizá en ese momento me di cuenta de que él ya no es responsable, no es culpable.
La única responsable soy yo.
La unica que puede acutar soy yo.
Y no hay forma de volver al pasado.
Y el presente es ahora como es.
Y el presente es sólo mío.
Y él no está ahí.
Seguimos caminando y encontramos lugares y objetos, y yo me sentía tan pequeña y tan débil, tan vacía y tan indefensa ante el problema.
Ahhhhhhhhhhhh, viviéndolo profundamente.
Llegamos a una tienda muy linda y entramos, y una chica hermosa la atendía y decía cosas bonitas.
Y había ahí una pulsera turquesa.
Y él me dijo, ¿te gusta?
Claro que sí, si el turquesa me gusta mucho.
Entonces la tomó y la envolvió en mi muñeca.
Y silenciosamente, sin decir mucho más, me la dio, en un gesto que ahora me es entrañable...tan valioso.
Por un momento intenté penetrar en el significado de las emociones que surgen de ese gesto.
Quizá para mi fue como una pequeña reparación de esa grieta silenciosa entre nosotros.
Tan grande.
Con ese gesto tan pequeño, yo pude reafirmar que lo perdonaba.
Aunque él es quién hizo el obsequio.