Sep 11, 2013
La playa
Estando en la playa me invadía cierta melancolía por tiempos que nunca he vivido. Me gustaba el calor del aire, esa pesadez cálida y húmeda que lo envolvía todo, y ese olor a sal que parecía nutrir todas las hambres a través de los pulmones. Me gustaba el sol de la playa, cercano, radiante, muy amarillo y caprichoso. Verlo esconderse tras las nubes, señor de todo, irradiando bellos colores, o verlo acaparar todo el cielo con sus rayos infinitos y absolutos quemando las rocas, las arenas y las plantas. Me invadía cierta melancolía al venirse la tarde y su cigarras, esa estridencia de sonidos animales entre insectos, anfibios, aves y la brisa misma viva entre las hojas. El despedirse de la vida para descansar por la noche y miles de pequeñas criaturas que entonces inician su día. Escamas húmedas reptantes pegajosas brillantes. Escamas nadadoras autómatas sumidas en un océano infinito de oscuridad y sonidos de burbujas que no se sabe de dónde vienen y escapan a la superficie con bailes sensuales de la química y la física. Pero en cambio el Océano me imponía mucho temor y al sumergirme no podía más que imaginar que una terrible bestia enorme feroz de las profundidades se acercaría en un santiamén para engullirme. Se había ido el sentimiento desafiante de esos años de buceo, y había llegado una humildad y un respeto, que no sabían cómo expresarse más que en el miedo tímido del que no quiere perturbar lo grandioso, porque no lo comprende...todavía.
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