Finalmente, ¿qué es el sentarse a meditar?, ¿de qué forma ejecutarlo auténticamente? Cuando inicié este blog yo no había meditado nunca. Había escuchado de ello, pero no me sonaba a algo para mí. Ni siquiera recuerdo qué pensaba al respecto de meditar en aquellos tiempos.
Cuando terminé el doctorado, tardé un año en mudarme al DF y durante ese año no hice mucho más que ejercicio físico. Es curioso, recuerdo esos meses como si me hubieran borrado todas las memorias que no fueran las de salir de casa e ir al gimnasio, correr, nadar, hacer abdominales. Eso lo hice por 6 meses quizá. tenía el cerebro completamente frito y estaba muy deprimida. Sin pensar demasiado, y de forma natural, mi atención se fue a mi cuerpo, a intentar recuperar lo que había perdido en 5 años de estar sentada más de 10 horas diarias frente a la computadora.
Cuando finalmente me mudé al DF, me enteré de un curso de "Meditación para evitar episodios de depresión". No recuerdo ni cómo me enteré, dónde lo leí o quién me dijo que eso existía. El hecho es que asistí al curso. Duró poco. Quizá 2 veces a la semana por 3 semanas. Ahí medité por primera vez. O al menos intenté hacerlo.
¡Qué locura la historia que sigue a raíz de ese curso! Casi no puedo reconocer a la mujer que se sentaba a meditar en ese curso, esa mujer que era yo, pero que ahora no me identifico casi con ella. El curso fue interesante por el hecho de introducirme a la meditación, aunque en ese momento no me pareció gran cosa. Lo que sí me pareció, es que no quería volver a sentirme deprimida nunca más, y que si eso iba a evitarlo, me servía mucho meditar. Me sentía sumamente triste y abatida. Tal vez ni siquiera sabía que llevaba meses en depresión, como suele suceder. El resto de las mujeres que tomaron el curso tenían largos historiales depresivos, y todas tomaban medicamentos para ello, algunas los habían tomado por años. Yo las veía a ellas "peor" que yo, pero ahora creo que mi férrea aprehensión era lo único que me hacía creer que "yo no estaba tan mal". En realidad, yo era otro caso más y también pude estar medicada para salir de la depresión, aunque mi ignorancia nunca me llevó a ello, y nadie me lo recomendó.
Después del curso, intenté meditar en casa algunas ocasiones. En realidad no pude hacerlo. Fue hasta que me encontré con R, un año después, que volví a experimentar la meditación, una mañana que me invitó a meditar juntos. Me senté en su banco de meditación, y se me durmieron las piernas. No supe mucho qué hacer y mi cabeza divagaba constantemente. Traté de seguir mi respiración, pero me distraje muchas veces. Finalmente terminamos. Cuando pienso en aquella mujer que se sentó a meditar con R, tampoco me reconozco mucho. Había mucho ego en esa meditación.
R me recomendó "La meditación deconstruida", de Juan Ignacio Iglesias. Intenté leerlo una vez pero no pude, nada me parecía claro, al contrario, usaba un estilo rebuscado y pesado. Lo dejé. Sin embargo, después tomé el curso de la técnica y aprendí mi primera meditación guiada. Ese mapa mental me permitió sentarme a meditar con un "objetivo", y una historia qué seguir. Así que empecé a hacerlo regularmente, y así pude empezar a entrar en estados profundos de meditación, o lo que me parece que son estados profundos.
Hace algunos meses volvi a tomar el libro de Iglesias y lo pude leer casi de corrido. No sólo es excelente, sino que es un libro para releerse muchas veces en la vida. Vaya, es necesario consultarlo seguido. El autor hace un minucioso análisis de por qué meditar, para qué, cómo, con qué sentido, por qué buscar un sentido al meditar, y en qué fallamos cuando intentamos meditar para algo. Es sumamente interesante, pues la meditación es dinámica. Va cambiando en el tiempo. Crece. Decrece. Florece. Se apaga. Y así, cuando vamos meditando día tras día, vamos retirando las capas de la cebolla, la cebolla de nuestra vida como personas, de nuestra existencia como seres humanos, de nuestro sentido como seres con dimensión espiritual, y como experiencias energéticas breves y efímeras. Me gustó mucho leerlo.
La postura es importante en la meditación. Es interesante cómo la postura permite al que medita olvidarse del cuerpo para sumergirse en los reinos de la mente, pero si la postura no ha sido "dominada", sucederá todo lo contrario: la incomodidad mantendrá al meditador anclado al cuerpo. Es un ejercicio interesante. Quedarse quieto en una postura dónde la columna se encuentre recta, pero relajada, y dónde uno esté cómodo, pero no se quede dormido. Por ahora medito sentada. Sé que no es lo mejor, y menos cuando dejo la espalda descansar en el respaldo. Me gusta cuando veo a alguien que medita en posición de loto y con los empeines sobre las pantorrillas. Quizá sea interesante plantearme este año para alcanzar esa postura de meditación. No se requiere más que práctica y algo de flexibilidad que bien puede aumentarse con yoga.
A raíz de la lectura de J. I. Iglesias, ahora medito con cierta desconcertación, lo cual no creo que sea del todo malo. Es decir, no podemos juzgar la meditación como buena o mala, ni podemos decir que uno medita bien o mal, ni es necesario meditar con un fin o de una forma particular. Para mí, la autoinvitación es un reto a meditar sin sentido alguno, ni siquiera el de meditar. El reto es no juzgar, ni siquiera el hecho de no juzgar como bueno. La invitación es a dejarlo todo, todo, todo, el deseo, el ego, el sentido, todo. Dejarlo todo y sólo ser. Y quizá eso se puede hacer meditando, o no meditando también.
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