Finalmente sucedió la mudanza. No fue sencillo planearla y menos realizarla. Ese vértigo me acompañó por semanas y no se ha ido del todo. Era miedo, simple miedo a diversas incertidumbres. Esto me recuerda qué sigo aferrándome a tener el control. Debo seguir trabajando en soltarlo.
Mudarme no me acercó a mis afectos cómo pensaba qué sucedería. Si acaso, me colocó en posición de estar más disponible para ellos en el sentido de que ausentarme ya no tiene sentido. Es curioso, estoy mucho más cerca de todos pero mi soledad es la misma. Finalmente vivo, hago, como, duermo sola.
Mis animales están bien y recibieron la mudanza muy bien. Se han adaptado a la nueva casa y poco a poco establecemos un ritmo de vida nuevo. Al verme forzada a prestarles mucha más atención, no me ha quedado tiempo o ganas para la televisión. Difícilmente tengo tiempo para leer tanto como quisiera.
Mi familia vive su propia realidad con ahínco. Me cuesta un poco relacionarse con ellos. A veces no deseo hablar por teléfono y tener qué explicar mis cosas. Tengo un remoto deseo de no justificarme ante nadie, y de que las cosas sucedan repentina e instantáneamente. Sin avisos o explicaciones. Sin que nadie me pregunte nada. Mientras tanto, su vida y la mía se acentúan en sus diferencias.
Tengo ganas de escribir esa novela.
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