Hace mucho que no escribo, otra vez. ¿Qué está pasando conmigo? Tengo muchas cosas en la cabeza y más en el corazón, pero, no, escribir no es como era antes. Me pregunto si es un signo de atolondramiento emocional o, al contrario, un signo de paz interior y ausencia de la necesidad de expresar. Me recuerdo sentada en aquella cafetería en Buenos Aires, después de una larga caminata. Abrí la computadora y me dispuse a escribir como si estuviera a punto de comerme un platillo delicioso, sabroso, que me dejaría satisfecha. Escribir, lo que fuera, me confortaba... No, no. Pensándolo bien, esto no puede ser bueno. ¿Por qué siento que ya no cuento conmigo misma? Me pareciera que voy sola y me forzo, la forzo a ella, a la que soy yo, que no quiere conectarse con la que la forza. Ella es la que no quiere escribir. Prefiere seguir como si nada pasara. Si no escribo, tal vez no me caiga el 20 de lo que siento. Tal vez pueda seguir desechando estas emociones conforme las siento, al fin y al cabo, de un momento a otro, se pasan.
Me he vuelto más liviana, es verdad. Quizá no cargo conmigo tantos pesos dolorosos como antes. Quedan algunos, pero trato de observarlos. Muchas veces me descubro colocándome a mí misma en una posición de desventaja ante los demás. "No tengo esto o aquello... Esto no sucede para mí y sí sucede para los demás... Si esto o aquello sucediera, yo estaría mejor". Y así lo hago, en una autoflagelación sutil, pero continua. A veces no digo nada y simplemente me someto al estrés de un trabajo interminable. Nunca haces lo suficiente y no lo haces a tiempo, me digo. Y al momento siguiente me doy cuenta de que me estoy maltratando. Todavía no entiendo muy bien qué es verdad y qué inventé yo. Qué es necesario decir y qué no. Qué se debe soltar y qué se debe retener...y resolver. Todavía no entiendo muy bien.
Pero algo sí he notado. Conforme pasan los días, las semanas, los meses, todo se olvida. Todo, todo, todo queda atrás y ya no importa nada. El estrés que sentí por dejar la casa durante mis viajes, y los esfuerzos monumentales que hice por adelantar todo el trabajo posible antes de irme, ya no importan, ya no los recuerdo, ya olvidé por qué en ese momento tenían -según yo- las cosas qué ser justo de esa forma y no de otra. He sido muy aprehensiva, supongo. ¿Entonces qué es lo que importa en la vida? ¿El resultado de años de encontrarse en la misma sintonía? ¿El proceso de cambiar de canal? Dios, estoy tan acostumbrada a procuarme placeres efímeros que he caído estúpidamente en la trampa de creer que el placer momentáneo es felicidad, es satisfacción, es éxito. Ay, no, ahí estoy castigándome de nuevo.
No sé por qué no logro trascenderlo todo de sopetón y punto. ¿Por qué mis reflexiones no me llevan a liberarme de mis pesos? Si los observo y los estudio, no entiendo por qué no se esfuman. Tal vez necesito ayuda. Alguien que me diga, déjate de tomar todo tan a pecho. Si eso o lo otro sucede, ¿qué importa?, ¿no te has dado cuenta mil veces de que nada importa?, sé consecuente con ello y deja todo ir. Todo. Sí, también eso, si, y eso otro también. Nada es "más trascendental" que otra cosa. En realidad todo es lo mismo. El chiste es esperar pacientemente a que la vida transcurra. Todos los moralismos y etiquetas son construídos. Nada de eso es verdad. Ya estás demasiado lejos de eso. Sería hipócrita volverle a rendir tributo al ego. ¿No sería lo más estúpido volver a actuar por ego cuando ya te has dado cuenta de que el ego no existe? Sería extremadamente estúpido. Y las decisiones tomadas estúpidamente tienen consecuencias. Una cosa es que nada importe y otra que te pongas trabas de largo plazo. Cuidado, hay qé tener los ojos muy abiertos.
Bueno, respiro hondo. Al menos ya estoy escribiendo.
Dec 9, 2011
Oct 15, 2011
Están pasando una película sobre un hombre que tiene cáncer y va a morir en un año. Conoce a una mujer y resulta que ella también tiene cáncer y también va a morir. Ambos viven sin peso alguno, se enamoran, tienen sexo como locos, viajan, disfrutan, ríen. Lloran, se enojan, luchan. Cada segundo es el último. Tengo que escribir.
De nuevo estaba sentada frente a ella en su oficina. Se aproximaba el momento de decirle el tan repasado no, y me sentía flaquear. Otra vez me presentó el futuro como el trabajo de mis sueños, igual que hace año y medio, sólo que ahora en la selva. Me costó trabajo negarme. El trabajo sonaba bien, aunque tuve presente todo el tiempo que sus promesas solían resultar teóricas, y en la práctica los trabajos de los sueños se vivían como lenta tortura que se acaba hasta el fin del contrato. No pude ser contundente, si acaso dije no creo. Me alabó. Me sentí culpable por negarme. Sentí también que me perdía de la selva, y sería muy difícil volver. Para empezar, ¿por qué quería trabajar en la selva? No tenía ganas de pensarlo, ¿eso también se iba a desmoronar con todo lo otro? Ya no me estaba quedando nada que me hiciera yo. ¿En qué me estaba convirtiendo? En un color que se deslava sobre el papel... hasta que queda en blanco. ¿Tenía miedo de quedarme en blanco? ¿Qué dirían los demás cuando nada me importara? ¿No se supone que era una sensación placentera, que me hiciera sentir libre y liviana? En fin. Negociamos una especie de asesoría a distancia, yo quedaría como asesora del experto. En conclusión: en lugar de hacer el trabajo de mis sueños, iba a asesorar al que tuviera el trabajo de mis sueños. Suspiré con desgana, pero, ¿tenía otra opción?
Parecía que disfrutara del conflicto interno. Apenas decidía una cosa, pensaba si hubiera sido mejor decidir diferente. Siempre dividida entre dos realidades contrastantes y sin saber cuál escoger. Me agobiaba la incertidumbre y el desazón. Me daban ganas de llamarle y preguntarle ¿en verdad quieres algo conmigo?, ¿vas a estar conmigo siempre?, y si quiero tener hijos ¿vas a ser papá conmigo, o voy a ser mamá sola como tantas amigas? Dime algo que me motive a dejar la selva por ti. Comprendo que tú no puedas moverte, yo me mudaré. Pero dime algo que me asegure que cuento contigo. Dime algo que me deje tranquila. Pero no atiné a decirle nada de eso. Apenas una escueta llamada y me respondió con generalidades. Quizá sabría que estaba nerviosa, pero tampoco quería charlar demasiado. Esas promesas que yo exigía, él no me las haría. Ya las había prometido a alguien más. Y las había cumplido. Siempre serás bienvenida en casa, dijo. Pero yo, resistiéndome, no quería vivir ahí. Ya había vivido ahí seis años, ¡seis años de tedio y frustración! Negocié conmigo misma un destino intermedio. Eso sonaba aparentemente bien. Pero no era la selva.
Pero, pensando un poco, ¿de dónde venía la duda de los hijos? No los deseaba tener ahora. No me veía teniéndolos más tarde. ¿Cuándo? Estaba tan cansada. ¿Todavía faltaba oootra etapa de la vida, ahora la de los hijos, que era necesario vivir? ¿No podía descansar, conseguir una rutina, hacer las cosas simples que disfrutaba y no pensar en ello más? Era de nuevo el delirio de indecisión. Pánico a darme cuenta más tarde que los debía de tener cuando podía. Pero, ¿con quién? Llegaba al mismo punto. Y eso no podía pedirle prometer. Se antojaba abandonarse al Tao y dejar que sucediera lo que tuviera qué suceder. Sin pensarlo casi, sólo así. Pero el sólo así no era mi naturaleza. Si quería sobrevivir a la vida, tenía que continuar este proceso de decoloración. Aceptar la decoloración, no servía de nada resistirse. Come to meets with the absolute void.
Bien. Tenía miedo. Era así de sencillo. Miedo de dejar esta casa. Miedo de buscar otra. Miedo de mover a la perra. Miedo de la mudanza. Miedo del nuevo lugar, el nuevo plan. Miedo de arrepentirme de dejar este sitio. Miedo de haberlo imaginado todo mejor cuando no lo era. Miedo de haberme encaprichado con esta decisión, cuando en realidad daba igual. Miedo de estar equivocada. Miedo de decidir mal. Miedo de no encontrar nada mejor. Miedo de empezar de nuevo sola. Miedo de no encontrarme mejor al final de todo. Miedo de mirar atrás y verlo todo diferente de como lo miraba ahora. Miedo de cambiar. Miedo de cambiar. Me había acomodado aquí. Me disgustaba el clima, me disgustaba la distancia, me disgustaba el trabajo, me disgustaba la vibra. Pero aún así me inspiraba miedo dejar la casa, el lugar, el trabajo. ¿Por qué? Hacerlo sola -como siempre- le quitaba algo de sentido a todo. Aún después de tantos años, no había aprendido a amarme a mí misma y a decidir en función de un amor hacia mí, para mi felicidad, para mi bienestar. Parecía que tenía que quedar bien con los demás. Que el resultado agradara a los demás. ¡De nuevo me había atrapado el mundo fenomenal! Tendría que meditar de emergencia. Meditar, meditar, meditar. Vaciar el cerebro junto con todo lo que me atormentaba. Y fluir. Y dar el paso. Y confiar. Y darme un baño de tina caliente en cuanto tuviera una oportunidad.
Terminó la película. Hay un consuelo: se vale llorar por lo que no se pudo tener, pero después hay que dejarlo ir. Después hay que respirar hondo, seguir, y apenas sonreir.
Oct 11, 2011
lujos
Oct 10, 2011
la Tierra sin hombres
Pienso en las lluvias. Puedo escuchar el silencio del suelo y los tambores del aguacero. Animales empapados y corriendo a casa. Ningún paraguas, ni botas, ni impermeable. Ni una sola partícula de plástico. Nadie para decir qué bueno que llovió o qué malo. La lluvia dando vida a este enorme cuerpo flotante, devolviendo lo que respira en nubes al sol y al viento. Rayos y centellas rugiendo solos. Alumbrando los cerros negros y tal vez quemando los pastos para apagarse con el aguacero. Cuántos juegos de astro vivo.
Y luego las plantas. Me conmueve hasta el llanto su crecimiento callado y continuo. Su mirar a la luz y hacerse más grandes. Su raíz que cava y explora y absorbe y respira. Caería un árbol viejo de miles de años en medio del bosque de sequoias, que no se llamarían así ni nada, sólo otro árbol más de cien metros de alto. El estruendo de su caída sería una nota musical como cualquiera, y el nuevo hueco en el dosel la entrada de rayos al suelo que nadie ha pisado, ni pisará. Y una semilla germina. Y todo vuelve a comenzar por cien años más.
Cuántos siglos fue la Tierra tan perfecta. Cuántos siglos fue la música de la vida la que escuchaban rocas, plantas, animales. Cuántos siglos se arropó la Tierra para dormir a su propio abrigo. Cuántos siglos amaneció el Planeta con su mejor humor, y su más bella cara.
Sep 12, 2011
Sep 6, 2011
cara
Este lugar de cielo tan azul como papel de estraza. Este lugar de encinos plateados que rugen al viento. Este lugar de plantas como mujeres, y flores de 18 años. Este lugar de cerros cercanos, caminos frescos y verdes campos. Este lugar de ríos cantores y pastos danzantes. Este lugar de Sol tímido y quemante. De mejillas rosadas y ojos chispeantes. Este lugar de leña y humo. De hogar y casa cálida. De salir desnuda y ver árboles. Este lugar de noches tempranas, negras y calladas. Este lugar de amaneceres tempranos y luz en la cara y saltar de la cama. Este lugar de aves curiosas y cantarinas. Este lugar de visitas de R, de noches eternas a su abrazo y risas, de rones y cenas y caminar abrazados. Este lugar de estar solos y anónimos y tranquilos y aislados. Este lugar de perros y gatos felices, sueltos en el campo. Este lugar de caminatas fáciles, de paseos con perros, de olores de flores, de andar sin miedo de nada. Este lugar de gente trabajadora, honesta y amable. Este lugar de plazas y cafés, y comida de todo el mundo. Este lugar de andadores y blusas bordadas. Este lugar de caminos ocultos y patios de casas. Este lugar de mujeres ocultas y frescas, con telar y rebozo en la cabeza. Este lugar de pastoras pacientes, de borregos zapatistas, de lana hilada a mano. Este lugar de fruterías y piñas dulces como de costa. Este lugar de maíz azul, miel de abeja y tamales. Este lugar de niños descalzos y risueños, de novios tranquilos en la plaza, de marimba. De hombres que dejan de ser lo que fueron para ser otra cosa. Este lugar de viveros forestales, pequeños, pero viveros al fin y al cabo.
cruz
Este lugar. Este lugar que todos describen como "muy bonito". Esta masa gris que se expande sin forma y sin sentido. Este lugar que se come sin piedad las montañas verdes. Este lugar atrasado como 400 años en el tiempo. Este lugar que es pueblo jugando a ser ciudad, con calles que quieren ser avenidas y que no circulan. Este lugar de baches y hoyos abandonados. Este lugar de choque de razas. De ignorancia. De gente descalza en la calle que nunca ha usado zapados. Este lugar de tzotzil, inglés, italiano, francés, alemán, árabe, hebreo, y hasta castellano, y poco progreso y mucho coraje. Nativos que hablan español con acento tzotzil. Mestizos que hablan español con acento coleto. Gringos que hablan español con acento gringo. Gente sin otro empleo que sobrevivir. Hombres con bicicletas rotas y viejas, pedaleando. Rostros cafés y duros. Sonrisas por miedo o asco. Mochileros que pasan incesantes. Este lugar de cuánto cuesta tu carro, tu celular, tu renta, tus botas, tu... Este lugar de mensajitos. De manos flojas de saludo lacónico y mustio. Este lugar de perros con cara de persona, de perros muertos por todas partes, de perros medio vivos a la orilla del camino. Basura y más basura. Este lugar de volteos que van, que vienen, que nunca se detienen. Motores rugiendo por las estrechas carreteras. Este lugar de cerros comidos, de minas de mafiosos, de piedra blanca robada. Este lugar de salmonella, de partos, de amputados, de muertos por nada. Este lugar de mujeres con prisa y bolsas y niños prendados de los pezones y leche escurriendo. De leña en mecapal, de viejitas mendigas y gente sin brazos ni piernas en silla de ruedas por la terracería. Este lugar de hombres perdidos, de indios con gel, de lógica inversa, sin perdón de ida ni de vuelta. Este lugar de niños que no hablan pero ya venden, de niñas cargando hijos o hermanitos, de niñas vendidas o regaladas. De tratos de hombres. Y mujeres sin valor y sin nombre. Este lugar de lluvias eternas, de ríos de ciudad, de taxistas que empapan a los peatones. Este lugar de inundaciones. Este lugar de zapatistas, de radio radical y grosera, de protesta y denuncia. De abusos y abusos y abusos y abusos. Este lugar de un sólo tiempo y excusas. Este lugar dónde nada cambia. Este lugar de racismo y odio, de miseria y pobreza cáusticas. Este lugar donde el tiempo es eterno y el dinero muy poco.
Aug 31, 2011
Me visitaron tres ángeles. Estuvieron aquí por cinco días y todo fue luminoso durante su estadía. Pero el último día vino una prueba muy fuerte, de esas que me dejan desecha y llorando, y que pocos ángeles podrían salvarlas. Sentí vértigo de verme de nuevo deprimida, casi pánico. Hice lo que tenía qué hacer, no sé si los ángeles me ayudaron con su luz a lograrlo. Fue tan desagradable y triste que no había forma de saberlo. Ahí empezó lo gris que ahora amenaza con apoltronarse en mi casa. No se lo evitaré. Que pase. De todas formas no hay sol y tengo mucho trabajo. No hay ya tiempo para los conflictos internos. La verdad ya fue alumbrada y estuvo clara. La confusión es ahora casi voluntaria, parte del vaivén natural de los procesos. Entiendo, no entiendo, entiendo, no entiendo. Así, hasta que actúe. Se fueron los ángeles, ojalá volvieran.
No quiero escribir. Estoy de nuevo en tinieblas y declararlo me aterra. Me siento otra vez perdida, pero sin excusas. Simple estupidez. No, no, no, tengo que detener esta espiral oscura y empinada. Tengo... ¿pero cómo? No sé. No hago más que pasar el día en automático, refugiada en los actos y sorprendida cuando mi voz sale de mi pecho y hablo. ¿Quién demonios está hablando, si aquí adentro todo es tormenta?
Aug 2, 2011
10 kg menos
Acabemos con esto de una vez por todas, me digo para creer que es posible. Parece que en cuanto hice conciente lo que Lise Bourbeau describe como "la máscara del masoquista", y más allá, "la herida de humillación", ambas se han ido difuminando sutilmente en mí, sin que yo haga mucho más que pensar en ello.
Hace un par de meses inicié de nuevo la dieta de desintoxicación. Simplemente un día desperté y decidí hacerla de nuevo. Desde ahí la he respetado todo lo posible, con resultados asombrosos. Haré un recuento de mi experiencia con esta dieta. El año pasado en marzo pesaba más de 83 kg. Mido 1.73m, podría pesar, en teoría, hasta 63 kg. Esto significaba un sobrepeso de 20 kg. Pocos meses despues conocí a R. Él me prestó el libro en dónde se explicaba la dieta. Así que, en parte por experimentar y apoyada por el autoestima que R me había fotalecido, la inicié a finales de agosto del año pasado.
La primera vez que la hice bajé hasta 79 kg. Conforme pasaban las semanas y me iba pesando, no podía creer desde el fondo de mi corazón que la báscula marcara menos y menos peso. Era como si hubiera perdido toda esperanza en bajar de peso. Era más mi asombro que mi felicidad. Hice la dieta al pie de la letra por 1 mes, después la dejé, pero no la abandoné del todo, y seguí perdiendo peso. Finalmente bajé hasta 77 kg. Después de un par de meses de relajarme reboté hasta 79 kg, pero no más.
El 19 de mayo pasado inicié de nuevo la dieta. Me sucedió lo mismo que al inicio, no podía creer que la báscula marcara 78, 77, ¡76!, ¡¡75!! Creo que hace más de 10 años que no pesaba 75 kg. Para alguien que ha luchado toda su vida con su peso y quién se percibe de "complexión robusta", esto es un logro magnánimo. Sigo haciendo la dieta, pero también sigo siendo algo incrédula de poder bajar más. Es como si hubiera perdido la fe en mí misma, a base de autoregañarme tantos años. Y sin embargo, sigue funcionando.
Pero observo de cerca este fenómeno de mi pérdida de peso. Creo que hay mucho más trasfondo en estos hechos que el evidente cambio de alimentación. Antes de hacerla por primera vez, habían transcurrido unos intensos meses de aprendizajes espirituales. En ese tiempo, escuché por primera vez a Jac O'Keeffe, a Mooji, leí a Krishnamurti, a Rajnesh. Hablaban del desapego, del dejar ser, de la ausencia de control sobre las cosas, del minúsculo parpadeo de una vida y sus labores. La frase aplastante de O'Keeffe "tú crees que TÚ eres un grupo de pensamientos que has decidido que son verdad" me dejó helada. Todo aquello que pensé de mí misma se desmoronó, así como todo lo que pensé de lo que eran y hacían los demás. Fue un gran descanso dejar de juzgar(me) y etiquetar(me) las 24 hrs, y fue más duro estrenarme en el arte de aceptar la realidad. Mientras transitaba por los senderos de nuevos conceptos y aproximaciones a la vida, perdía peso paulatinamente. No es casualidad que ambos procesos sucedieran a la vez.
Después apareció el libro de Bourbeau de forma azarosa. ¡Ahí estaba yo!!, descrita con detalle en la herida de humillación. Incluso en ese momento podía identificar plenamente cómo mi aproximación a la vida me tenía en ese trabajo, en ese lugar, y en ese estado de ánimo. Nada estaba funcionando correctamente. El masoquista encuentra difícil rechazar a otros, decir "no", perseguir sus propias metas. Su miedo mayor es ser libre, aunque aparenta serlo, pero sabe bien que es sólo apariencia. El masoquista se involucra en situaciones que no lo satisfacen, pero en las que cree que hace lo mejor para otros. El masoquista carga su pasado, su presente y su futuro. Esa era yo, sin duda. Tenía que empezar a despertar, y ya podía hacerlo ahora que reconocía mi herida de humillación. De pronto tuve muy claro cómo y cuándo se formó esa huella. Y así como magia pude observarme sin emoción.
Inmediatamente apareció mi segunda herida, también profunda, la injusticia, y por ende, la máscara del rígido. ¡Qué rigidez había practicado gran parte de mi vida!, ¡cuántas cosas hice por el "deber", aunque no eran cercanas a mi corazón! Cuántas veces juzgué algo como inaceptable y desacredité a personas, sucesos, actividades. Qué cerrazón, qué dureza, qué contensión, qué amargura. Fue como despertar de un sueño de 25 años. También fue claro cómo y cuándo se formó la huella de injusticia en mí, y el trabajo que me había costado superarla, aunque ya desde hace tiempo estoy intentando hacerlo, aunque no fuera conciente de ello. Quizá a partir de que terminé el doctorado empezé a trabajar en esa rigidez, a intentar suavizarla. Fue mi último acto por deber... o casi.
Ahora ensayo pequeños ejercicios de recuperación de mí misma: decir "no" cuando hubiera dicho "si" por compromiso, expresar mis necesidades, llorar sin sentido, sentirme feliz sin sentido, vivir el momento presente, aceptar la realidad, quedarme callada, manifestar mis inconformidades, forzarme a actos que rechazo y realizarlos con asertividad, sentirme feliz por los demás aunque hagan cosas que yo no haría, en fin. En particular, me ha sido novedoso expresar un punto de vista opuesto al de los demás sin sentir un conflicto, y decidir en función de mí y mis intereses. Estos ejercicios, aunque sencillos, han sido duros de realizar. Me costaba identificar la diferencia entre egoísmo y autoconfianza. Entre indiferencia y desapego. Noté cuánto amor a mí misma me faltaba. En ocasiones me excedí en exigencias y resulté irritante para los demás, quienes me lo demostraron, pero fue parte del aprendizaje. Por primera vez sentí que actuaba en mi favor, independientemente de que otros lo aprobaran o no. Y fue una sensación increíblemente gratificante, como si cualquier cosa que decidiera con este criterio fuera infalible.
Fue durante estos meses que pude perder el peso que físicamente cargué tantos años. No sé si estas teorías expresadas en las lecturas que he estudiado sean verdad o mentira, si sea todo esto un truco de mi mente, o cómo funciona el cuerpo-cerebro, pero al menos en mi caso todo ha cambiado de forma integral, y ha sucedido en un período de tiempo considerable, sin mucho esfuerzo, pero sí experimentando un profundo dolor y desconcierto al desprenderme de concepciones y construcciones. Y poco a poco, una ligereza que parece envolverlo todo. Y una especie de paz de que lo que venga estará bien.
Jun 4, 2011
revelaciones
Uno de esos veintes aplastantes que me cayeron fue que no tengo control de las cosas. Esta simple idea que a otros les parecerá tan obvia, para mí fue un parteaguas de vida. No tengo control de las cosas. Cuando tuve claro esto, vinieron efectos faraónicos en la forma en que veo la vida. Pude soltar la angustia de echarme la culpa por todo lo que no era en mi vida como yo -u otros- lo deseábamos. Ahí está la angustia y tristeza de años por no tener una pareja. Ahí está la tristeza infinita que sentí cuando se fue Fiona. Ahí está toda la ansiedad que sentí cuando pensé que si las cosas no salían bien era por mi culpa. Fueron años de emociones negativas y mucha dureza conmigo misma. Pero no tengo control de las cosas. Las situaciones suceden y pasan, y no tengo control sobre ellas. Me resta simplemente hacer lo mejor que pueda con lo que tengo al alcance, que es muy poco. Y el resto aceptarlo y dejarlo en paz.
Otra de las revelaciones fue que no podemos cambiar a los demás. No está en nosotros que los demás sean de una u otra forma. No podemos vivir pensando que si los demás hicieran esto o aquello, serían felices, y por lo tanto nosotros también. Esto fue una ayuda enorme para separarme de los vínculos viciosos que sostenía con mi familia. Cuando comprendí que no podía cambiar a nadie, inmediatamente me sentí lista para aceptarlos como eran, con las cosas que yo rechazaba y las que aplaudía, aceptarlos tal cual con todos sus defectos, hasta los más aberrantes y dolorosos. También pude entonces aceptar personas de mi pasado, que actuaron de cierta forma y yo traté de que actuaran diferente. Se me quitó un gran peso de encima. Pude sentarme en el sillón y escuchar a mi interlocutor sin desear cambiarlo en absolutamente nada. Esta aceptación me trajo mucha paz. Lo siguiente era aceptarme a mí misma. Estoy en ese proceso.
Probablemente otra de las nuevas percepciones fue que las valoraciones son exclusivamente humanas, y las emociones y sentimientos también. Anteriormente, solía sufrir con las circunstancias que me parecían inadecuadas, la destrucción de la naturaleza, la pobreza, el maltrato a los animales, me causaban una angustia terrible. Pero esas valoraciones humanas que califican algo de bueno o malo, de correcto o incorrecto, de desagradable o grato, son arbitrarias y no existen más que en la cabeza de uno. No me hubiera sido posible desarrollar el trabajo que hoy hago si hubiera mantenido en mi cabeza esa tristeza terrible al escuchar las motosierras derribar los árboles. Pero estamos suspendidos en un segundo que nunca fue, en un instante imaginado, nada de esto es real, no existe lo real, es sólo nuestra mente jugándonos la pasada de la realidad construída. Así pues, la "destrucción" o "creación" de la naturaleza no es algo para entristecerse o alegrarse. Simplemente, es. Y eso es todo. Y así con todo lo demás que solía calificar.
De pronto tuve la sensación de que no quedaba nada para aferrarme. No quedaba nada ni nadie por qué luchar, no había control, y las valoraciones eran arbitrarias. El mundo apareció ante mí como un ente descifrado por mis sentidos, como una película con el sonido desactivado. No hubo conexión entre mis emociones y el mundo, ni sus personas, ni sus circunstancias. Entonces fui capaz de hacer todo, de estar horas sola y en silencio, tranquila, sin comerme la cabeza. De trabajar y hacer y deshacer, hablar con personas, buscar, preguntar, sin sentirme abrumada o fuera de lugar. Todo se tornó ligero y banal, tuve una sensación lúdica, como si estuviera en un teatro y pudiera actuar cualquier cosa. Pudiera decir cualquier cosa, hacer cualquier cosa, -aun lo que antes pensé que jamás podría decir por ser incorrecto o darme pena- y nada fuera importante o trascendental, todo era ajeno a mí, aún lo que yo hacía o decía. Y esta es una sensación maravillosa que me trae mucha paz, aunque no siempre puedo mantenerme en ese lugar de absoluta ecuanimidad.
flagelo
Recientemente me doy cuenta de algo que quizá he estado haciendo por muchos años: suelo recordarme de situaciones en las que me ridiculizé a mí misma, u otros me ridiculizaron. Situaciones remotas, probablemente ya olvidadas por todos menos por mí, sin importancia. Pero ahi están, vuelven a mi cabeza y vienen de no sé dónde. Les doy vuelta un rato, hasta que me quema la frente, me vuelvo a sentir avergonzada, y me reprocho en silencio mi estupidez.
Pasan unos días y me olvido de cierto recuerdo, no lo traigo más al presente, sigo mi vida normal. Pero pronto regresa cualquier otro recuerdo doloroso, que en el presente duramente juzgo, y me apeno de haber actuado así, me lo sigo reprochando, y al fin me castigo pensando que ocurrió y es imborrable, que es permanente, aunque está en el pasado.
Aún no logro determinar la razón por la que traigo a colación estos recuerdos. Si es en un momento de baja autoestima o un momento de crisis particular. O al contrario, si en un buen momento me saboteo con este tipo de recuerdos. Lo cierto es que vienen muy silenciosamente, nunca los comento con nadie, me aterra la vergüenza de verbalizarlos tan solo.
indagaciones
Si hay algo que nos caracterizaba a mí y todavía a mi familia (padres, hermano), y que durante casi 30 años de mi vida fue un elemento esencial en mi personalidad y en mi manera de ver el mundo, era la resistencia a las cosas. Siempre buscar que las cosas sean como uno quiere, y hacer todo lo posible para ello. Si no es así, molestarse, manifestar la inconformidad según la "importancia" del asunto, a mayor importancia, mayor molestia si la situación no era como uno deseaba. Y hasta quedarse en el "debí hacer esto... hubiera hecho esto otro", por semanas, meses, hasta años.
Éste es un rasgo característico de las personalidades controladoras, que buscan que todo sea como se desea, que tratan de manipular todo lo posible, personas, sucesos, situaciones, resultados, en fin, todo lo que esté al alcance de la mano para ser modificado y que el resultado sea como uno desea. La personalidad controladora sufre permanentemente, pues no acepta la realidad que encuentra, sino que la imagina diferente, ahí experimenta frustración, e inmediatamente se autoimpone la labor de modificar la realidad al juicio personal, siempre creyendo que "es el correcto", y en función de esto poniendo en marcha sus recursos, para provocar en las situaciones el resultado deseado. Si el resultado es el deseado, la personalidad controladora se regocija momentáneamente, hasta que decide que es hora de seguir controlando.
En la familia tenemos una broma local que es sobre la manía de buscar cosas imposibles. Esa marca de pantalón y ninguna otra, ese color de maquillaje y ningún otro, esa situación repetida mil veces con precisión escandalosa, en fin. Una especie de obsesión por las cosas más difíciles de alcanzar, y que no tienen importancia al fin y al cabo. En general, nos mostrábamos aprehensivos y quisquillosos de las cosas, eligiendo con sumo detalle todo, con una indecisión abrumadora hasta antes de decidirnos, y al decidir por fin, pensar un minuto después que la decisión debió ser diferente. Es una forma de ser verdaderamente agotadora, uno vive esforzándose permanentemente, en un juego de aunto premio y auto castigo, como en una prueba de desempeño que nunca es aprobada ni reprobada del todo.
May 21, 2011
(mis) heridas
Humillación
He recordado algunas experiencias que forjaron mi herida de humillación, la que es más profunda en mí y la que la forma de mi cuerpo proyecta en mayor medida. No sé exactamente cómo se formó la herida en mí, qué fue lo que percibí desde los primeros años de vida que más tarde manifesté en la niñez, reafirmando la humillación. Pero recuerdo bien experiencias a las que sobrereaccioné, identificándome con un sentimiento de vergüenza, de pena por mí misma y por los demás. Voy a vertir mis recuerdos aquí, para que descansen fuera de mí, inertes, en paz.
-Recuerdo a mi madre cambiándome los pañales, frunciendo el ceño y aprisa -como siempre-.¿Quizá en un gesto de inconformidad, molestia, angustia, desespero?
-Me recuerdo lloriqueando en mi habitación y peleando con mi madre. Quise dormirme en señal de aislamiento, pero ella me tomó fuerte del brazo y me dijo con dureza que no me era permitido dormir en ese momento.
-Recuerdo en tercero de kinder una maestra que gritó a un niño inquieto si tenía "hormigas en las nalgas". Recuerdo el calor de la sangre en mi cabeza al escucharlo, avergonzada.
-Recuerdo a las niñas de 1° o 2° de primaria que, al salir la maestra del salón, se ponían de pie frente al grupo y se subían la falta y bajaban los calzones. Recuerdo que los niños gritaban, exaltados. Recuerdo ponerme de pie e intentar verlas, sin gritar y sin comprender por qué lo hacían, sentir que era muy peligroso si eran descubiertas, sentir vergüenza.
-Recuerdo la ira que sentí cuando una maestra suplente, para que yo no escribiera pegando la cara a la hoja, me tomó de la cola de caballo y me tiró con lentitud y fuerza. "Ponte derecha", me dijo. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero no lloré, porque me daba vergüenza.
-Recuerdo acabarme los lápices rápidamente en la primaria, por escribir con tanta fuerza en la hoja y sacarles punta prácticamente todo el tiempo. Recuerdo la molestia de mi madre cuando le pedía un lápiz nuevo. "¿Por qué me dices a estas horas?", me preguntaba -lo que a mí me parecía- muy molesta.
-De muy pequeña, recuerdo hacer acopio de valor por varios días y preguntar por fin a mi madre si estaba enojada conmigo, si yo habría hecho algo que le molestara. Recuerdo la vergüenza que me causaba preguntarle, pero si no lo hacía, estaba faltando a mi deber, lo cual era imperdonable.
-Recuerdo esa rarísima ocasión en que trabajaba con mi padre en alguna labor casera y aquilatar el momento como nunca. Recuerdo haberle preguntado una pregunta inapropiada sobre los trabajadores de la casa. Recuerdo como no me dijo nada y me indicó que guardara silencio con el dedo en los labios. Recuerdo la sangre caliente en mi cabeza, sentirme tan avergonzada de haber arruinado todo.
-Recuerdo pedirle a mi madre que me comprara un brassiere o algo parecido, pues me sentía incómoda con la camiseta de la escuela, sin usar nada abajo, y las otras niñas ya usaban curiosas camisetas y cosas por el estilo. Fuimos a una tienda y ella se acercó a la dependienta, "Señorita, a ver, corpiños para esta niña, por favor", hablando en un tono de fastidio y mal humor (de nuevo, como siempre) y yo sintiéndome sumamente avergonzada y pensando que todo mi esfuerzo porque la situación fuera discreta había sido en vano y era mejor no estar ahí del todo.
Más adelante en mi vida, durante la adolescencia y los primeros 20s, me involucré en situaciones que me colocaban en una posición de ser humillada, las toleré más allá de la humillación con tontas excusas acerca "del deber", y más tarde busqué expresamente la desaprobación de mis padres como resultado de estas experiencias.
Desde luego, decir "no" siempre me costó trabajo. Terminar relaciones amorosas, rechazar pretendientes, rechazar personas, en fin, todo lo que significara decir no. Hoy en día creo que mi sobrepeso está muy ligado a esta incapacidad de decir no. Pareciera que con mi sobrepeso me ahorro el tener que decir no a un hombre, por ejemplo, pues mi sobrepeso ya lo aleja de antemano.
Abandono
Por otro lado, aquí están mis recuerdos que reafirmaron mi herida de abandono, que también fue alimentada por la actitud de mi madre durante mi niñez, y que se manifiesta hoy en día en la postura de mi espalda, encorvada hacia el cuello, con un dejo de torpeza y actitud de "estorbar" o quererse hacer invisible.
-Recuerdo mirar a algún perro callejero y sentir la pena más grande, llorar en silencio, sin decirle a nadie.
-Recuerdo que de niña muy pequeña, me gustaba jugar con muñecas pequeñísimas, apenas del tamaño de un dedal, que tomaba con mis manos y podía pegar a mi cara, y podía ver qué pequeñas eran, y esto me fascinaba, aunque siempre temía perderlas.
-Recuerdo llorar inconsolablemente cuando se perdió mi pequeño pingüino de juguete que recibí como obsequio de un viaje de mi padre. Recuerdo haberle hecho una pequeña cama bajo mi silla, y haberlo colocado dentro de la minúscula bolsa de mi falda. Recuerdo caminar incansable por la escuela, esperando encontrarlo, pensando que quizá estaría ahí, en el siguiente rincón, pero no estaba.
-Recuerdo la incomodidad de esperar 50 minutos a que iniciaran las clases, pues mi padre nos dejaba en la escuela temprano para no encontrarse con el tráfico de las mañanas. Recuerdo el frío que se colaba bajo mi falda, y no encontrar ningún lugar cálido ni limpio para sentarme mientras llegaba la hora de entrar a clase. Me era muy desagradable.
Rechazo
Recuerdo también evidencias de mi herida de rechazo. En la primaria, por ejemplo, era costumbre mía acoger a los niños de los que nadie quería ser amigo. Recuerdo que durante muchos años fue mi "mejor amigo" un pequeño con nombre extraño, gordito, con la voz ronquita, siempre con mocos secos en la nariz y el suéter sucio. Como él, tuve otros amiguitos que los otros niños rechazaban.
Mi madre me había indicado que no debía rechazar a nadie (¿su propia herida de rechazo o injusticia?), y debía aceptarlos a todos. Yo seguía cabalmente las órdenes, pues en mí hay otra buena proporción de la herida de injusticia, y por ende yo quería ser justa en todo lo posible. Así, no era justo rechazar a nadie. Sentía mucha pena por estos niños, me inspiraban lástima e inmediatamente era imposible que yo me negara a "resolver" sus soledades.
Más tarde esto me causó muchos problemas que considero relativamente serios. Me costaba (y aún) mucho trabajo decir "no", negarme a las situaciones, rechazar algo o alguien. Esto provocó que me involucrara en situaciones en las que no deseaba participar, pero que no podía negarme. Acepté siempre con justificaciones moralistas, "el deber". Hace algunos meses ojié en un libro de esos baratos de autoayuda ("100 consejos para ser feliz", o algo parecido) en una librería. Ninguno de los 100 consejos me pareció rescatable, ninguno excepto uno. "No persigas las metas de los demás". En ese momento me cayó como un balde de agua fría. De pronto tuve claridad de cuántos años había perseguido metas que no eran mías, y siempre había dejado lo mío de lado, como no importante. Esto había desembocado en grandes frustraciones, tristezas, y una depresión grave que me cambió para siempre. Y aunque todavía no tengo el valor de hacerlo por completo, me pregunto contínuamente qué metas estoy persiguiendo, de quién son, qué significan para mí, y por qué tengo tanto miedo de perseguir las mías.
May 20, 2011
disecciones I
Hay algo de mí que todavía no me suelta. Es un vértigo profundo y afilado en el fondo de la garganta, es el insomnio inducido, es el nerviosismo del que está alerta sin que haya motivo. Así estoy estos días, con un nudo en el estómago y pensando que se me ha olvidado algo muy, muy importante, pero no logro recordar qué era.
Me aterra y me congela pensar en el futuro, qué será de mí que no entiendo nada de esto, que siempre busco inútilmente estar en lo correcto, qué tal que me equivoco y en unos años miro este presente como un gran error acumulado. Ya puedo ver hacia el pasado y encontrar huecas decisiones, sacrificios, grilletes y miserias que decidí serían mi vida mucho tiempo. Y hoy, ¿puedo ver acaso qué estoy haciendo con mi vida? ¿Puedo darme cuenta de que todo esto -otro gran error- me está saliendo más caro que antes? El tiempo ha pasado y la vida es justo ahora, ya no estoy en tiempos de planeación cuando no se me permitía vivir y todo era como un césped visto a través de una puerta cerrada con llave. Estoy de pie en el prado, ¿qué es lo que planeaba hacer?
Cuando escribí la etiqueta de este blog elegí "Presa de mí misma" para resumir en una frase muy corta mi excusa para escribir todo esto. Podía percibir que no era libre, y que seguramente sería yo la que mantenía este estado hacia mí misma. Pero no ha sido hasta estos días -casi 2 años después- que con cierta claridad percibo que si, que si estoy presa de voces y fantasmas que habitan mi cabeza, y me dicen qué dirección tomar y cómo, hacia dónde avanzar hasta en los procesos más sutiles, esos que están en el fondo del cerebro y casi nadie los conoce. Estoy presa de esta persona que se ha formado desde el tiempo 0, que se fue armando de estructuras y supuestos, y ahora intenta vivir fiel a ellos. ¿Quién soy yo fuera de esta prisión? ¿Quién surge de mí, cuando yo me dejo a un lado?
Matar el yo, matar el ego, conocerse a uno mismo, autocriticarse y analizarse. ¿Cómo saber que no es otra trampa de mí misma? ¿Quién valida la claridad del proceso si soy yo quién presume de la claridad para ahora verlo todo claro? El deseo de liberarme de mí misma me engaña todo el tiempo. Creo que he avanzado, he soltado, he dejado atrás, he perdonado (quizá), he comprendido, he fluído, he cambiado... ¿En verdad será así o estaré siendo presa de otra trampa? Otra trampa que me tiendo a mí misma porque los años pasan y las trampas deben incrementar en sutileza.
Qué horrible sensación cuestionar lo que presumo. Qué desagradable pensar que esta estrategia -esta vida tan fuera del patrón, tan diferente a lo que se esperaría- no es más que un desquite, una venganza de 24 horas continuas, 365 días, a lo que (incluso) amorosamente se me impuso sin conciencia. Qué desagradable pensar que he elegido cautelosamente lo que amo, para mantenerme así presa de mí misma y mis "motores". ¿Qué he hecho?
Y todo lo otro, lo "bueno", a lo que hay que tender toda la vida, imposible alcanzarlo pero no hay que dejar de intentarlo, todo aquello, ¿qué? Las verdades más absolutas y evidentes como la vida en todas sus formas. Y no se me ocurre ninguna otra. Todo ello... ¿Será que puedo liberarme de mí misma si caen todos mis dioses? ¿Y en qué voy a creer cuando ya no crea en nada, ni siquiera en que mi prisión me da -al menos- identidad, dirección y ritmo?
Apr 10, 2011
máscaras I
El huidizo mantiene a determinada distancia al masoquista, si se aleja, lo acerca, si se acerca demasiado, lo aleja. En respuesta, el masoquista se autocompadece por sentirse lejano, ignorado. Se calla implorando atención, pero no se va. El dependiente aviva de nuevo el vínculo, parece hacerlo íntimo. El controlador se alegra de estar de nuevo en el juego.
Parece que reaccionamos mucho más de lo que pensaba. Me pregunto si algo entre nosotros nace de nosotros mismos.
Apr 5, 2011
ser uno mismo más allá de la herida
Hace algunos días me topé de casualidad con un libro que se llama "Las 5 heridas que impiden ser uno mismo" (Lise Bourbeau, Ed. Diana). Leí un par de páginas y lo compré inmediatamente. Tardé muy poco en leerlo, es una lectura muy ligera, clara y amena. Pero sobre todo, es apabullante.
El argumento central del libro es que, cuando uno nace, y es muy pequeño, simplemente ES. Los adultos se ocupan de mandarnos mensajes sutiles con los que nos indican cómo debemos actuar para "satisfacerlos". En ese proceso, nos damos cuenta que no podemos simplemente ser "nosotros mismos", sino que tenemos que desarrollar "máscaras" que nos permiten ser aceptados por los demás. Las máscaras se arraigan hasta el grado en que creemos que nosotros somos así. Pero son en realidad protecciones para no revivir las dolorosas experiencias de la primera infancia: el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia.
Las 5 heridas anteriores no deben tomarse literalmente. Una persona que sufrió la herida de abandono, por ejemplo, no necesariamente fue abandonada físicamente por sus padres, sino que el sentimiento de abandono se puede formar como producto de muchas experiencias diferentes, que no necesariamente significan un abandono físico. En el caso de un abandono literal, la herida puede ser muy profunda y por lo tanto la máscara será contundente.
A cada herida le corresponde una máscara. Y he aquí lo sorprendente de la lectura: podemos vernos reflejados con precisión en las características de las diferentes máscaras. Todos conocemos a alguien controlador (herida de traición) o a alguien que parece nunca destacar (herida de rechazo), y hasta podemos vernos a nosotros mismos -o parte de nosotros- retratados con fidelidad en cada máscara. Todos tenemos las 5 heridas, en mayor o menor grado, y conforme la herida sea más profunda, la máscara será más evidente. La correspondencia de las heridas y las máscaras es la siguiente:
Herida de rechazo - máscara de huidizo.
Herida de abandono - máscara de dependiente.
Herida de humillación - máscara de masoquista.
Herida de traición - máscara de controlador.
Herida de injusticia - máscara de rígido.
Las máscaras tampoco deben tomarse literalmente. El huidizo, dependiente, masoquista, controlador y rígido no lo son en sentido literal, sino que actúan de manera muy sutil reafirmando su máscara, con lo que nos defendemos del mundo, y tratamos de evitar volver a vivir las dolorosas heridas. Por ejemplo, el masoquista se ofrece de ayuda a los demás, pero esto finalmente le causa problemas, y sin embargo, lo sigue haciendo.
Además de la correspondencia de heridas y máscaras, la forma de nuestro cuerpo está relacionada con la herida más profunda que experimentamos. Seguramente a ustedes también les ha sucedido que han conocido gente que tiene una forma de cuerpo que va perfectamente con su personalidad. O su forma de caminar, o sus problemas con el subir/bajar de peso. Bueno, esto también es producto de las heridas. La correspondencia de las heridas con la forma del cuerpo es la siguiente:
Rechazo: cuerpo contraído, angosto, delgado, fragmentado.
Abandono: cuerpo largo, delgado, sin tono muscular, jorobado, piernas débiles, espalda encorvada, brazos de apariencia demasiado larga y pegados al cuerpo, partes del cuerpo caídas o flácidas.
Humillación: cuerpo grueso, rollizo, talla corta, cuello grueso y abombado, tensión en el cuello, en la garganta, en la mandíbula y en la pelvis. Rostro redondo y abierto.
Traición: cuerpo que exhibe fuerza y poder. En el varón, los hombros son más anchos que la cadera. En la mujer, la cadera es más amplia y fuerte que los hombros. Pecho y vientre abombados.
Injusticia: cuerpo erguido, rígido, lo más perfecto posible. Bien proporcionado, glúteos redondos, talle corto ajustado por la vestimenta o el cinturón. Movimientos rígidos, piel clara. Mandíbula firme, cuello tieso. Erguido con orgullo.
Además de la forma del cuerpo, el libro describe a detalle otras características relacionadas con cada herida: los principales rasgos del carácter, el progenitor que la inflinge, el vocabulario usado comúnmente por la persona, el temor más grande que experimenta la persona, la forma de alimentación y las enfermedades que es más propenso a sufrir.
¿No resulta perfectamente creíble -y lógico- que nuestra profunda psique se forme al tiempo que nos volvemos "persona" y ésta se refleje en nuestro cuerpo (nuestro interlocutor con el mundo físico) y la forma cómo lo nutrimos, lo movemos, las palabras que usamos, etc.? ¿No resulta perfectamente creíble que nos formamos en función de aquello que más tememos vivir?
Bien dice la autora que el ego intentará impedirnos ver nuestras heridas. Al fin y al cabo la función del ego es ahorrarnos ese dolor. Sin embargo, si nos animamos a aceptarlas, todo queda mucho más claro de pronto, con nosotros mismos y con los demás. No hay que olvidar que nuestros padres sufren las heridas que sufren porque les fueron inflingidas por sus padres a su vez. También, la autora hace una anotación interesante: ya que has identificado tu herida o tus heridas principales, es importante que sepas cuándo eres tú mismo y cuándo estás reaccionando en función de ellas. Esto me parece fundamental. En el momento en que reaccionamos, estamos actuando a merced de la herida, dejamos de ser nosotros mismos, somos presos de nuestro temor, actuamos automáticamente, como si entráramos en stand-by y la vida ocurriera afuera de nosotros. En cambio, cuando somos nosotros mismos, actuamos en conexión con un sentido de autenticidad, auto-aceptación, amor a nuestras heridas y abrazamos el momento de manera inconcidicional. Quizá únicamente en ese momento somos libres de nosotros mismos.
Apr 2, 2011
Mar 23, 2011
estos días te quiero más que antes
estos días te quiero más que antes. pienso en ti muchas veces -como siempre- pero ahora no llegas tú a mi cabeza, sino algo más que me recuerda a ti, una canción, la luz del sol en el jardín, una taza de té. los veo sin verlos, y de pronto me llega esta sensación de ti, de cuando estabas aquí, de tu cuerpo vivo y caliente. y se me abriga el corazón con un baho cálido y pasajero, y me siento feliz.
estos días te quiero más que antes. el silencio ha dejado de asfixiarme y la distancia me parece cómodo accesorio de los tiempos. no siento tu ausencia ni el vacío inmenso que aquí dejas. todo es como debe ser y todo está en su lugar sin duda. la mañana y su viento soleado ocupan el silencio, y el aire y los árboles de colores ocupan el espacio. tu estás aquí divinamente omnipresente, dentro y fuera míos, sin invadir mi intimidad, acompañándome.
estos días te quiero más que antes. se me ocurren mil preguntas para hacerte. quiero entenderte. comprender de pronto toda tu existencia y tu sentido. pero al siguiente instante me parece que ninguna pregunta puede pedir-te en respuesta. si llego a comprender-te será siendo paciente, dispuesta, sensible, silenciosa, y te deje ser, cerca mío, cuando se pueda. no debo adelantarme a tus relatos.
estos días te quiero más que antes. he dejado de imaginar sobre ti o tus silencios. los significados que extraje del imaginario amoroso se han esfumado y no ha quedado nada para interpretar lo ininterpretable. ahora pasan los segundos y simplemente estás presente, más abajo, más profundo, en un lugar propio, separado de un simple pensamiento de consuelo o de placer imaginado.
Últimamente me da por ver las nubes moverse. Miro fijamente un pedacito del contorno de alguna y observo detenidamente cómo se mueve, hacia dónde va. Son enormes. Puedo sentir que a esa altura los vientos son ráfagas mortales que a ellas apenas les impulsan en su viaje atmosférico. Y este movimiento no me parece diferente del que está animado por la vida, del movimiento de un animal o del mío mismo. Me sucede con los árboles también, pero el contrario. Los miro quietos en el prado, recibiendo el sol, o el agua. Apenas se mueven. Y sin embargo están tan vivos. Por dentro de sus cortezas hay una ciudad de células con avenidas y calles, tejidos y recovecos, funciones y procesos. Y afuera la calma. Sus hojas brillan con un verde tan hermoso que lloro por dentro al verlos. Su quietud me conmueve y me doblega hasta el nivel más simple de amor puro. Me siento tan humana y tan sola. Me envuelve la soledad de todo el Universo, y de este mundo azul suspendido en la oscuridad total, existiendo en un segundo que nunca fue.
Feb 26, 2011
Quiero llegar hasta el núcleo más íntimo de la necesidad, hasta su esencia, hasta las razones que hacen que ésa sea la necesidad y no otra, hacia las causas del vacío que quiere dejar de serlo. Quiero comprender qué es eso, eso del fondo profundo, que no se llena con nada, que llora, que guarda un luto, que no se levanta. ¿Qué es ese deseo que no muere? ¿Por qué no se va, por qué no se rinde? ¿Grita con su permanencia el crédito de su esencia? ¿Y quién le ha otorgado esa validez, esa investidura?
Feb 3, 2011
dilema
Ansiaba fluir en una vida simple, pero la vida sola se le complejizaba. Ansiaba no tener más responsabilidades que las autoimpuestas, pero la vida le ofrecía hacerse responsable de situaciones complejas. Debía decir no. ¿Pero estaba viendo con claridad las oportunidades? ¿Era sabio, suficiente, auténtico ir por lo meramente deseado, sin consideraciones? ¿No eran contradictorios los términos "fluir" y "lo deseado"? Deseaba acercarse a los más queridos, pero ¿era esto una limitante, una debilidad, disfrazada? La vida la mantenía lejos, y prometía hacerlo por un tiempo considerable. ¿Valía la pena negociar algo -cualquier cosa- en la vida? Otra vez, dudaba.
Jan 26, 2011
evanescencia II
Va mi paso por la tierra sin testigo. No hay evidencia, no hay muestra. A cada paso desaparece el anterior, sin rastro. Las paredes son testigo de las luces que encendí, los pisos fríos son testigo de mi traginar en este espacio. Resuenan en el aire las notas que exhala mi garganta, y se van con el viento, desaparecen, y de nuevo hay silencio.
No hay evidencia de las cosas que pasaron. Están en mi cabeza y en ningún otro lado. Células que emiten y reciben transmisores de la dimensión de una molécula. Nanocorrientes que ocurren un instante, emiten el eco de un recuerdo que no existe, muriendo al siguiente instante y luego nada. Nadie sabe qué pasó, qué se dijo, qué sucedió antes, después, ni cómo, ni dónde. De tantas cosas no hay evidencia alguna que las pruebe, ni siquiera el recuerdo en mi cabeza.
No hay testigo de que amé con toda mi alma, o si es que así fue o lo estoy imaginando. A mi madre, a mis gatas, a ese hombre maravilloso, a las plantas. A la Naturaleza verde y absoluta, y a la muerte. No hay testigo de calor de mi cuerpo, ni de mis lágrimas. Ni siquiera mi letra en tantas cartas, mis relatos, mis escritos. ¿Qué son sino la anti-muestra de que estuve alguna vez tras ellas? No habrá cabida para mí en el pasado cuando falte en el presente.
Desaparecerán los bosques, los hielos, las magnánimas criaturas y existencias. Desaparecerán las rocas, en arena en el viento, en partículas microscópicas e infinitas, imperceptibles, perdidas. Desaparecerán los paisajes, los silencios. Las aves y sus cantos en la madrugada. Se irá todo. Moriré, moriremos todos. Morirán los otros con sus recuerdos de los otros. Y aún antes de eso, cuando yo me vaya, así en un instante, se habrá todo desecho y desaparecido. Se esfumará mi cuerpo en unos días y no habrá ya más rastro de esta vida.
No hay evidencia de las cosas que pasaron. Están en mi cabeza y en ningún otro lado. Células que emiten y reciben transmisores de la dimensión de una molécula. Nanocorrientes que ocurren un instante, emiten el eco de un recuerdo que no existe, muriendo al siguiente instante y luego nada. Nadie sabe qué pasó, qué se dijo, qué sucedió antes, después, ni cómo, ni dónde. De tantas cosas no hay evidencia alguna que las pruebe, ni siquiera el recuerdo en mi cabeza.
No hay testigo de que amé con toda mi alma, o si es que así fue o lo estoy imaginando. A mi madre, a mis gatas, a ese hombre maravilloso, a las plantas. A la Naturaleza verde y absoluta, y a la muerte. No hay testigo de calor de mi cuerpo, ni de mis lágrimas. Ni siquiera mi letra en tantas cartas, mis relatos, mis escritos. ¿Qué son sino la anti-muestra de que estuve alguna vez tras ellas? No habrá cabida para mí en el pasado cuando falte en el presente.
Desaparecerán los bosques, los hielos, las magnánimas criaturas y existencias. Desaparecerán las rocas, en arena en el viento, en partículas microscópicas e infinitas, imperceptibles, perdidas. Desaparecerán los paisajes, los silencios. Las aves y sus cantos en la madrugada. Se irá todo. Moriré, moriremos todos. Morirán los otros con sus recuerdos de los otros. Y aún antes de eso, cuando yo me vaya, así en un instante, se habrá todo desecho y desaparecido. Se esfumará mi cuerpo en unos días y no habrá ya más rastro de esta vida.
Jan 18, 2011
fantasía
La verdad que nada de esto pasó pero de vez en cuando reclamo mi derecho a interrumpir la pasividad con una buena sacudida imaginaria. Para mí no hay diferencia: lo que imagino y lo que vivo me es completamente indistinguible. Nunca he podido despertarme de una pesadilla y he creído con franca ilusión las cosas más iverosímiles que han aparecido en mis sueños. Y cuando me siento algo seca, como ahora, me humedezco el alma escribiendo. Y así vivo lo que escribo. Hoy es una de esas noches.
Se trata irremediablemente de sexo. Y amor, un poco. Pero principalmente sexo. Lo segundo es mera felicidad por lo primero. Y es que no sé qué sucede conmigo que cuando necesito sentirme feliz pienso en sexo. Por un lado parecerá banal, pero por otro lado siento que me armoniza con mi sentido más fundamental, animal, y por lo tanto, natural. No tengo que pensar en nada, sólo ser. No hay nada más grato que lo natural. Pero ya estoy divagando. El caso es que esa noche fue una de las mejores que pasé con él.
Habíamos viajado por muchas horas a este lugar de playa que tanto nos gustaba. El hotelito estaba casi vacío y teníamos la cabaña más alejada de todas. Era redondita, como hongo, y tenía un baño de piedra con ventanas al mar. Con los días nos habíamos entregado a esa vida de sibaritas heliófilos y ahora estábamos completamente despeinados y bronceados. Por supuesto hacíamos el amor todos los días, pero quizá no habíamos estado concientes de ello hasta esa noche. Habíamos cenado al atardecer y entre copa y copa se nos había venido la noche encima. El mar rugía sincopado y charlábamos al abrigo de la tenue luz ámbar y brisa tibia. Nos conocíamos poco, la distancia lo hacía inevitable. Pero disfrutábamos lo poco que nos conocíamos, y lo poco que avanzábamos en conocernos cada ocasión. La música de son cubano había acompañado la velada.
No sé si fue mi imaginación pero sentí que me miraba de forma diferente esa noche. No podía ver claramente a dónde apuntaban sus pupilas negras entre las velas, pero sentí que lo descubría mirándome, callado, con su vaso en la mano y los hielos haciendo música. Algo estaría pensando que no me decía. Después miraba al mar y yo me convencía de que probablemente eran ideas mías. Por fin nos retiramos con la cálida despedida de los muchachos del restaurante. Estábamos relajados, habíamos tomado un buen rato. Nos encaminamos sin prisa por la vereda minúscula que serpenteaba entre palmas y farolillos hasta nuestra cabaña. El cielo era oscurísimo y las estrellas refulgían en la inmensa distancia. Yo caminaba al frente y él venía atrás. Íbamos charlando y riendo, algo sobre las iguanas y sus piyamas. Esporádicamente rozaba la hendidura de mi cintura con la punta de los dedos, con empujoncitos mínimos, como guiándome, y al entrar en la habitación me tocó suavemente el costado. Me sentí dispuesta.
Decidí darme un baño tibio y dejé la puerta abierta. Lo sentía moverse de un lado a otro en la habitación, ordenando sus cosas, buscando los libros, prendiendo luces. Me gustaba sentir su presencia haciendo cualquier cosa. El agua estaba fresca y muy suave, me enjaboné con los ojos cerrados. Salí del baño envuelta en la toalla y él ya estaba desnudo y listo para brincar en la regadera. Era muy alto y delgado, su cuerpo escurridizo viajaba siempre ligero. Mientras se bañaba me pasé el peine por el cabello, lentamente frente al espejo. Estaba marcado en mi cuerpo el traje de baño y contrastaba con el tono cálido del bronceado. Me puse el camisón de verano y abrí un libro tendida en la cama. Él canturreaba algo en la regadera. Lo escuché cerrar la llave y secarse, aún cantando.
Se acercó a mí y me mojó con sus rizos húmedos. Dejé el libro sobre mi pecho y lo tomé de la nuca, besándolo. Me besó de vuelta, ahí de pie al costado de la cama, recargado en mi cadera para no caerse. Se fue cantando al baño y seguí leyendo. Me gustaban sus besos de ron. Mi cuerpo reaccionó, húmedo, a su cercanía, pero no supe qué le apetecía con precisión. Quizá era un beso de buenas noches. Empecé a sentirme agotada. Me duermo, R, le dije, pero ya no escuché su respuesta.
No sé cuánto tiempo pasó o qué hizo, al despertarme estaba todo ya oscuro. Me despertaron sus dedos viajando por mi cadera, usmeando hacia las costillas. Su respiración era tranquila y muy cercana a mi oído. Yacía mi cuerpo de costado, con su pecho tibio a mi espalda. Respiré hondo y tomé su cuello con la mano, como tanto me gusta hacerlo. Quise besarlo y encontré su boca húmeda y pausada. Me acariciaba lentamente el costado, viajaba por todo mi cuerpo, se detenía donde le placía. Tomó mi mano con fuerza y la acercó a su sexo. Estaba tenso y solícito. Lo acaricié con gusto, largo rato, disfrutando su tensión. Giré para estar frente a frente, los dos descansábamos la cabeza en la almohada. Seguimos en la oscuridad, tranquilos, disfrutando, respirando, solicitando, otorgando. Mi cuerpo se humedecía gradualmente, a fuego lento. Me quitó el camisón y seguimos.
No sé cómo se daba cuenta que era el momento ideal para montarme. No lo hacía ni antes ni después de lo deseado, había quizá algo en mi respiración que se lo indicaba, o el olor de mi cuerpo, o mis caricias cada vez más profundas. Se encaramaba suavemente sobre mí, como si abordara un objeto precioso. Separaba mis piernas con delicadeza. Se tomaba de mis hombros y empujaba, cuidadoso. Era una sensación muy grata. Su garganta quedaba al alcance perfecto de mi lengua. Podía lamerlo y tirar de su cabello. Su espalda se extendía sobre mí como manto perfecto. Entraba en mí con cuidado y respiraba. Siempre le sentí muy contento, algo de él denotaba celebración en el instante. Se humedeció de mí y se columpió suavemente unos minutos. Pronto se incorporó en cuclillas y miré su torso levantarse en escuadra del mío, penetrándome. Acarició mi torso y me miró largo rato a los ojos. Sus pupilas brillaban entre los plateados cabellos.
Estuvimos así cierto lapso. Me incorporé con cuidado, tomándolo de la cadera y separándolo de mi cuerpo. Me puse de pie y lo tomé de la mano, caminé hasta el baño y me recargué en el lavabo. Me miraba expectante. Había una luz muy tenue de las jardineras de afuera, podía ver su silueta y ligeras facciones en su rostro. Se acomodó tomado de mis caderas y entró con fuerza. Empezaba a columpiarse con más dinamismo y me empujaba. Debía sostenerme con firmeza del lavabo. Podía mirarlo en el espejo, con el rostro hacia abajo, oliéndome, mirándome. Interrumpía de vez en cuando el ritmo y me hablaba. Sentía sus dedos prendados de mi piel, apretando. Preciosa, ¿estás bien?, me decía. Musitaba palabritas cariñosas en silencio. Y a mis gemidos respondía con tiernas afirmaciones de labios sellados. Mhm. Mhm. Mhm. Ah, ¡cómo me gustaba!
Salió lentamente de mí y me llamó, ven, dijo. Me dio la mano y regresamos a la cama. Se tendió boca arriba y me jaló del brazo, indicándome que lo montara. Así lo hice, acomodándome en él con facilidad. Estaba muy húmeda. Lo besé mientras me mecía lentamente. Tomado de mi trasero, arqueaba el cuello y resoplaba. Disfruté estar encima suyo, para mirarlo y besar su cuello, sus hermosos hombros, tomarme de su cabello y olerlo. Poco a poco fui acelerando el ritmo. Mecí la cadera con rapidez, él me ayudaba con la velocidad que prefería, yo encuclillé una pierna y me tomé de su nuca. Sigue, me indicaba, y me detenía con un no te muevas lánguido. Próxima a terminar, sentí la presencia tan agradable de su cuerpo, de la oscuridad, del mar rugiendo a la luna, de la sal, de la arena. Escuché sus pulmones vaciarse con los ruidos característicos que emitía al terminar. Me tomé con fuerza de su torso mientras se sacudía.
Al regresar del baño, ya dormía, quieto y plácido. Entré en las sábanas y lo abracé sin fuerza. Me acarició suavemente, amoroso. Dormimos sin sueños, muchas horas. Al despertar, el sol ya brillaba bien alto. Era un nuevo día.
Jan 13, 2011
recuerdos I
Hace unos días viajaba por la carretera por muchas horas. Era un viaje que no estaba contenta de hacer, no era un viaje que buscaba. Me dispuse a viajar con calma y con cuidado, procurando que el disgusto por el viaje no se filtrara en mi inconsciente y me llevara a algún accidente.
Llovía con mucha fuerza. Los paisajes tropicales. La vegetación tan alta. Grandes árboles redondos. Todo estaba verde. La poca selva que quedaba recibía la lluvia. De pronto me rodeó con mucha precisión la sensación de cuando estuve en Panamá. En ese lugar hasta cierto punto tan simple, tan plano. Con una vegetación tan exuberante y lustrosa, en todos los rincones. La vida exacerbada por el agua, el calor y el sol. Todavía estaba viva en mí la sensación del lugar tan húmedo. Las noches eran húmedas, las mañanas eran húmedas. Salir del baño y no poder secarse nunca. El olor de la casa donde habitaba, de la cocina. Del aire tan cargado de humedad, a la orilla del Canal. El autobús que me llevaba a Gamboa, ruidoso y con asientos de cuero, anchos. Las mujeres negras de curvas vertiginosas y trenzas interminables. Fue vívida la sensación de estar ahí. Me sentía muy contenta, haciendo lo que me gustaba, casi a lo único que le encontraba un sentido. Y nadie me conocía.
Recordé entonces la sensación de libertad de ese momento. Me había desprendido de las responsabilidades que la autoridad de entonces me imponía. Me sentía independiente, liberada, feliz. Fuera del mundo que me asfixiaba. Fluía como anónima y desconocida. Mi labor era simple y nadie me obligaba a complejizarla. Todas las mañanas caminaba media hora al vivero donde aprendía los secretos de decenas de especies de la selva. Las semillas germinando. Las charolas al sol. La selva aledaña y sus cigarras interminables. Y en los mercados las piñas más dulces que he probado. El café todas las tardes. La guitarra. Las sábanas húmedas. La simpleza que sólo otorga la vida del trópico. El abandono de la civilización.
Recordé una noche en que me sentía libre y emocionada. Había una fiesta cercana, de chicos que no conocía. Me arreglé para la ocasión, me sentía festiva. Iba de falda corta y blusa de tirantes, con un collar de semillas rojas bien apretado al cuello. Limpia y desacomplejada. Hablé de nada con los chicos que no conocía. Sentía que flotaba, nada me comprometía. Recordé haber visto en la fiesta al chico que antes conociera y me había parecido atractivo. Simpático y sencillo. Me dijo dos palabras afuera del baño, sin sonrisa. Más tarde bailamos. Y así tranquilamente y sin esperar nada, le dije, y bien, ¿nos vamos? Fuimos a casa y nos bañamos juntos. Reímos mucho. Tuvimos sexo. Tenía un cuerpo curioso, el pene erecto le descansaba un poco de lado, me pareció divertido. Y a la mañana siguiente salí bien temprano al campo con los colegas del trabajo, y no lo vi más. No sentía ancla alguna.
Esto fue ya hace 4 años. Pero fue tan clara la sensación de ligereza. Y después volví a la vida llena de obligaciones, al clima frío y seco, y a las tareas. Y por algún motivo me convencí de que esa vida de hamacas y guaguas no era para mí. Mis capacidades eran mayores y mis responsabilidades también, claro. Y ahí dejé una parte de mí que era sólo una muchacha del trópico que trabaja en un vivero, va a una fiesta de vez en cuando, y respira el aire húmedo al compás de las cigarras.
Llovía con mucha fuerza. Los paisajes tropicales. La vegetación tan alta. Grandes árboles redondos. Todo estaba verde. La poca selva que quedaba recibía la lluvia. De pronto me rodeó con mucha precisión la sensación de cuando estuve en Panamá. En ese lugar hasta cierto punto tan simple, tan plano. Con una vegetación tan exuberante y lustrosa, en todos los rincones. La vida exacerbada por el agua, el calor y el sol. Todavía estaba viva en mí la sensación del lugar tan húmedo. Las noches eran húmedas, las mañanas eran húmedas. Salir del baño y no poder secarse nunca. El olor de la casa donde habitaba, de la cocina. Del aire tan cargado de humedad, a la orilla del Canal. El autobús que me llevaba a Gamboa, ruidoso y con asientos de cuero, anchos. Las mujeres negras de curvas vertiginosas y trenzas interminables. Fue vívida la sensación de estar ahí. Me sentía muy contenta, haciendo lo que me gustaba, casi a lo único que le encontraba un sentido. Y nadie me conocía.
Recordé entonces la sensación de libertad de ese momento. Me había desprendido de las responsabilidades que la autoridad de entonces me imponía. Me sentía independiente, liberada, feliz. Fuera del mundo que me asfixiaba. Fluía como anónima y desconocida. Mi labor era simple y nadie me obligaba a complejizarla. Todas las mañanas caminaba media hora al vivero donde aprendía los secretos de decenas de especies de la selva. Las semillas germinando. Las charolas al sol. La selva aledaña y sus cigarras interminables. Y en los mercados las piñas más dulces que he probado. El café todas las tardes. La guitarra. Las sábanas húmedas. La simpleza que sólo otorga la vida del trópico. El abandono de la civilización.
Recordé una noche en que me sentía libre y emocionada. Había una fiesta cercana, de chicos que no conocía. Me arreglé para la ocasión, me sentía festiva. Iba de falda corta y blusa de tirantes, con un collar de semillas rojas bien apretado al cuello. Limpia y desacomplejada. Hablé de nada con los chicos que no conocía. Sentía que flotaba, nada me comprometía. Recordé haber visto en la fiesta al chico que antes conociera y me había parecido atractivo. Simpático y sencillo. Me dijo dos palabras afuera del baño, sin sonrisa. Más tarde bailamos. Y así tranquilamente y sin esperar nada, le dije, y bien, ¿nos vamos? Fuimos a casa y nos bañamos juntos. Reímos mucho. Tuvimos sexo. Tenía un cuerpo curioso, el pene erecto le descansaba un poco de lado, me pareció divertido. Y a la mañana siguiente salí bien temprano al campo con los colegas del trabajo, y no lo vi más. No sentía ancla alguna.
Esto fue ya hace 4 años. Pero fue tan clara la sensación de ligereza. Y después volví a la vida llena de obligaciones, al clima frío y seco, y a las tareas. Y por algún motivo me convencí de que esa vida de hamacas y guaguas no era para mí. Mis capacidades eran mayores y mis responsabilidades también, claro. Y ahí dejé una parte de mí que era sólo una muchacha del trópico que trabaja en un vivero, va a una fiesta de vez en cuando, y respira el aire húmedo al compás de las cigarras.
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