Oct 15, 2011



Están pasando una película sobre un hombre que tiene cáncer y va a morir en un año.  Conoce a una mujer y resulta que ella también tiene cáncer y también va a morir.  Ambos viven sin peso alguno, se enamoran, tienen sexo como locos, viajan, disfrutan, ríen.  Lloran, se enojan, luchan.  Cada segundo es el último.  Tengo que escribir.

De nuevo estaba sentada frente a ella en su oficina.  Se aproximaba el momento de decirle el tan repasado no, y me sentía flaquear.  Otra vez me presentó el futuro como el trabajo de mis sueños, igual que hace año y medio, sólo que ahora en la selva.  Me costó trabajo negarme.  El trabajo sonaba bien, aunque tuve presente todo el tiempo que sus promesas solían resultar teóricas, y en la práctica los trabajos de los sueños se vivían como lenta tortura que se acaba hasta el fin del contrato.  No pude ser contundente, si acaso dije no creo.  Me alabó.  Me sentí culpable por negarme.  Sentí también que me perdía de la selva, y sería muy difícil volver.  Para empezar, ¿por qué quería trabajar en la selva?  No tenía ganas de pensarlo, ¿eso también se iba a desmoronar con todo lo otro?  Ya no me estaba quedando nada que me hiciera yo.  ¿En qué me estaba convirtiendo?  En un color que se deslava sobre el papel... hasta que queda en blanco.  ¿Tenía miedo de quedarme en blanco? ¿Qué dirían los demás cuando nada me importara? ¿No se supone que era una sensación placentera, que me hiciera sentir libre y liviana?  En fin.  Negociamos una especie de asesoría a distancia, yo quedaría como asesora del experto.  En conclusión: en lugar de hacer el trabajo de mis sueños, iba a asesorar al que tuviera el trabajo de mis sueños.  Suspiré con desgana, pero, ¿tenía otra opción?

Parecía que disfrutara del conflicto interno.  Apenas decidía una cosa, pensaba si hubiera sido mejor decidir diferente.  Siempre dividida entre dos realidades contrastantes y sin saber cuál escoger.  Me agobiaba la incertidumbre y el desazón.  Me daban ganas de llamarle y preguntarle ¿en verdad quieres algo conmigo?, ¿vas a estar conmigo siempre?, y si quiero tener hijos ¿vas a ser papá conmigo, o voy a ser mamá sola como tantas amigas?  Dime algo que me motive a dejar la selva por ti.  Comprendo que tú no puedas moverte, yo me mudaré.  Pero dime algo que me asegure que cuento contigo.  Dime algo que me deje tranquila.  Pero no atiné a decirle nada de eso.  Apenas una escueta llamada y me respondió con generalidades.  Quizá sabría que estaba nerviosa, pero tampoco quería charlar demasiado.  Esas promesas que yo exigía, él no me las haría.  Ya las había prometido a alguien más.  Y las había cumplido.  Siempre serás bienvenida en casa, dijo.  Pero yo, resistiéndome, no quería vivir ahí.  Ya había vivido ahí seis años, ¡seis años de tedio y frustración!  Negocié conmigo misma un destino intermedio.  Eso sonaba aparentemente bien.  Pero no era la selva.

Pero, pensando un poco, ¿de dónde venía la duda de los hijos?  No los deseaba tener ahora.  No me veía teniéndolos más tarde.  ¿Cuándo?  Estaba tan cansada. ¿Todavía faltaba oootra etapa de la vida, ahora la de los hijos, que era necesario vivir?  ¿No podía descansar, conseguir una rutina, hacer las cosas simples que disfrutaba y no pensar en ello más?  Era de nuevo el delirio de indecisión.  Pánico a darme cuenta más tarde que los debía de tener cuando podía.  Pero, ¿con quién?  Llegaba al mismo punto.  Y eso no podía pedirle prometer.  Se antojaba abandonarse al Tao y dejar que sucediera lo que tuviera qué suceder.  Sin pensarlo casi, sólo así.  Pero el sólo así no era mi naturaleza.  Si quería sobrevivir a la vida, tenía que continuar este proceso de decoloración.  Aceptar la decoloración, no servía de nada resistirse.  Come to meets with the absolute void.

Bien.  Tenía miedo.  Era así de sencillo.  Miedo de dejar esta casa. Miedo de buscar otra.  Miedo de mover a la perra. Miedo de la mudanza. Miedo del nuevo lugar, el nuevo plan.  Miedo de arrepentirme de dejar este sitio.  Miedo de haberlo imaginado todo mejor cuando no lo era. Miedo de haberme encaprichado con esta decisión, cuando en realidad daba igual.  Miedo de estar equivocada.  Miedo de decidir mal.  Miedo de no encontrar nada mejor.  Miedo de empezar de nuevo sola. Miedo de no encontrarme mejor al final de todo.  Miedo de mirar atrás y verlo todo diferente de como lo miraba ahora.  Miedo de cambiar.  Miedo de cambiar.  Me había acomodado aquí.  Me disgustaba el clima, me disgustaba la distancia, me disgustaba el trabajo, me disgustaba la vibra.  Pero aún así me inspiraba miedo dejar la casa, el lugar, el trabajo.  ¿Por qué?  Hacerlo sola -como siempre- le quitaba algo de sentido a todo.  Aún después de tantos años, no había aprendido a amarme a mí misma y a decidir en función de un amor hacia mí, para mi felicidad, para mi bienestar.  Parecía que tenía que quedar bien con los demás.  Que el resultado agradara a los demás.  ¡De nuevo me había atrapado el mundo fenomenal!  Tendría que meditar de emergencia.  Meditar, meditar, meditar.  Vaciar el cerebro junto con todo lo que me atormentaba.  Y fluir.  Y dar el paso.  Y confiar.  Y darme un baño de tina caliente en cuanto tuviera una oportunidad.

Terminó la película.  Hay un consuelo: se vale llorar por lo que no se pudo tener, pero después hay que dejarlo ir.  Después hay que respirar hondo, seguir, y apenas sonreir.
   

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