Jul 2, 2009
corazón crédulo
Ayer soñé contigo. Todo era un poco confuso, había personas que hablaban, relaciones que ocurrían, interacciones, movimientos. Lugares que cambiaban, la luz, el día, la oscuridad, la sombra. Pero algo estaba claro, tú me querías. Me sentía contigo tan cómoda como en mi propio cuerpo, y no tenía que pensar en nada, ni pensar en lo que tú pensarías de lo que yo hiciera, de las palabras que usara, de los gestos que pusieran en mi cara un sentimiento. Tu mirada era afable y cordial, amistosa y tranquila. Tu cuerpo reposaba a la espera de mi compañía, sin prisa y sin urgencia, con un deseo constante y sólido que no acababa nunca. En la confusión, yo pensaba muchas cosas que a la vez no eran nada. No puedo recordarlas. Pendientes, algo que decir a alguien, un lugar que "debía" ser visitado por una u otra razón, obligaciones, responsabilidades. Pero yo sabía que al final de todo, cuando todo ello acabara, yo podía ir contigo y estar en casa. Y al final de la jornada, que duraba muchas horas, yo pensaba que iría hacia tí, como tantas veces en el día lo había pensado, y no era un sentimiento de alivio o de triunfo. Era simple pertenencia. Me acercaba a donde tú estabas, me mirabas tranquilo y me decías algunas palabras amistosas. Sonreías y no parecías preocupado por nada. Estabas seguro de tí mismo. Y yo hasta entonces sentía que todo el exterior por fin quedaba afuera, y que nada de lo que resultara de los acontecimientos de la jornada importaba ya. No había en mi corazón un brinco de ánimo alegre, o en mi sangre un pulso sediento y urgente. Yo por completo era marea baja, desierto silencioso, bosque al viento. Y por fin, al acomodarme entre tus brazos ocurría el silencio, me invadía una alegría enorme, una seguridad arrolladora, "por eso estoy aquí", pensaba, "por eso existo". Y entonces todo tenía sentido, toda yo era una razón, y podía claramente separar el mundo de los hombres del mundo de dios.
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