Los amantes jóvenes se encuentran en el bullicio de la vida. Su energía es tanta que confunden el amor y el odio, el deseo y la ira, el hoy y el destino. Son como dos flamas agitadas que se funden, consumiendo todo a su alrededor. Dónde acaba uno o dónde empieza el otro no se distingue más. En su mundo de niños-adultos cometen errores que a los viejos les parecen estúpidos. Los amantes jóvenes son odiosos e inseparables, se mimetizan en un gemido, en una risa, en un sobrenombre ridículo, en un gesto de amor trillado. Comparten su breve pasado como anécdotas de un cómic, defienden sus opiniones a capa y espada, y miran el barco de su amor como inundible. Y así juntos comienzan el camino. Pronto abandonan los gestos infantiles y se pierde también ese brillo inocente de los primeros años. Aún jóvenes, se hablan ya como un matrimonio viejo, y se conocen tan bien como los abuelos. Se procuran mutuamente los pequeños gustos de la vida, ¿quieres tu cobija?, ¿te traigo tu café? Conocen sus esquinas angulosas y las esquivan. Mejor no ir por ahí, pelea segura. Queda del pasado febril el recuerdo y ese eco de la pasión fulminante. Hacen el amor con más amor y menos sexo, y conocen cada recoveco de su cuerpo y su cerebro. La conversación se termina pronto. Nada que descubrir si es que son testigos mutuos desde que eran casi niños. A veces no queda ningún espacio de uno donde no haya estado el otro, no hay secretos ni intimidad, todo está ventilado en el cuadrilátero. Y no pueden crecer ya mucho, saben que la verdadera naturaleza de cada uno está registrada en los archivos mentales del otro. Se conocen demasiado bien. ¿Ahora resulta que no fumas?, ¿y qué te picó que te despertaste temprano? Y la prisión se vuelve evidente: no hay forma de renovarse cuando el mundo conoce perfectamente su esencia.
Los amantes viejos se encuentran bien entrada la tarde de la vida. Han vivido duras soledades, rupturas, abandonos. Han aprendido lecciones valiosas, cada uno las suyas. Ese amor loco que te ciega y te consume no es real, no existe. Entran al amor con cautela, se toman su tiempo para conocer al adversario. Y por aparte, cada quién conoce su lado oscuro, y sabe bien como ocultarlo. Se respetan a sí mismos, saben que pueden prescindir de todo y de todos, pueden no tener miedo. Tardan tiempo en cocinarse. Los amantes viejos son críticos y concientes, mantienen una distancia que les da seguridad e independencia. Pero si tienen el valor de salir de su cómoda soledad y amarse, emprenden un nuevo camino. Pueden compartir muchas cosas, la conversación es larga. Pueden hablar claramente y saben por qué opinan lo que opinan. Se guardan los detalles de la historia que no quieren compartir con nadie. Los amantes viejos pueden llegar a amarse, o sólo a acompañarse. Hacen el amor con más sexo y menos amor, y no les sorprende nada, pues han estado en muchos cuerpos, en muchas camas, de muchos ánimos. Pero fácilmente descubren qué es lo que busca el otro en ellos, y pueden manipular libremente lo que muestran de sí mismos. Le gusta que use esto, le gusta que haga lo otro, esto no tiene por qué saberlo, esto le gustará saber. Embonan como dos piezas que no se sorprenden de la embonadura. Les asombra su falta de asombro.
Los amantes libres se encuentran en la misma sintonía. Saben a la perfección cuando se encuentran. Se conocen y se reconocen en lo que soñaron. Se descubren sin juicio y con asombro, y se esfuerzan en amarse y recibirse con alegría. Se encuentran maravillosos y diferentes, y se respetan ante todo. Se dejan ser y se admiran de las elecciones de cada uno. Se aplauden los aciertos y se confortan en los fracasos, actuales o anteriores. No se piden nada. Se comprenden con lo bueno y malo y se aceptan como son. La puerta siempre está abierta y nunca existe la seguridad de que permanezcan juntos, pero esto no los abruma. Los mueve un ideal y un valor humano profundo, más grande que la simple satisfacción personal. Y así emprenden el camino de la forma más natural posible. A veces hacen el amor y a veces tienen sexo, según el ánimo y el tiempo. No usan máscaras ni estrategias, están prohibidas en el juego. Se dicen las cosas pronto y abiertamente. Se dejan caer lentamente en un túnel sin fin que no repite ningún modelo. No siguen estereotipos ni se encasillan mutuamente en ideas prefabricadas. Crean su propia historia contra todo y todos, y un mismo sueño los mantiene unidos. A veces pueden prescindir de papeles, de etiquetas, de símbolos, de presentaciones. Algo más fuerte y más grande les dice que nada hace falta para confirmar que se aman. Se enfrentan a sí mismos y a sus miedos y fantasmas. Si dudan el uno del otro recuerdan que ese es el riesgo de la libertad. Se desean siempre lo mejor, aún si no es juntos. Se re-descubren muchas veces durante su vida. Nunca se aburren el uno del otro. Y poco a poco construyen algo tan fuerte y tan sólido que nadie comprende mejor que ellos, ni siquiera sus hijos. Así mueren sin dejarse de amar, pensando en volverse a encontrar.
bien por esta raflexión, me ha encantao!
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