Oct 18, 2010

cresta de la ola


Jamás le había sucedido. Sí había experimentado antes momentos de éxtasis y vasto placer, pero, esto, jamás. Ambas ocasiones habían ocurrido de día. Todo había empezado normalmente, quizá con cierta sensación particular de relajación y libertad, tanta luz en la habitación, las obligaciones abandonadas sin excepción y una atmósfera de intensas intimidad, complicidad y confianza. Salir a la calle a jugar sin hora fija de regreso. No podía anteponer qué sucedería, ocurría así de pronto. Un circuito de energía los recorría y conectaba, la sensación era sutil pero a la vez sólida. Después de algunos minutos de ritmo estable, sudor y saliva, de respirar y sentir la luz entrando por la ventana, le brotaba de pronto un gemido curioso del pecho. Era algo distinto de los usuales, tenía vida propia. Casi podía decir que no se debía en particular a una estimulación erótica. Parecía provenir de otra naturaleza. De pronto desaparecía la habitación, se le desintegraba la piel en mil partículas de energía, el cerebro quedaba deprovisto de mente, y desde muy dentro, le brotaba una risa excepcional.

Reía, muy, pero muy fuerte, mucho tiempo, con el pulmón completo, sin tono de humor particular, sin sentido, vertiendo la vida fuera de sí, a bocanadas. Una risa que no ríe, un sonido de placer gritado, de plena felicidad, de expansión de diafragma y de conciencia, una risa de orgasmo, de amor, de gozo.

Él seguía balanceándose gustoso y completo, sudoroso, tan bello, y la miraba, quizá intrigado, quizá divertido, pacífico. Y ella, antes de volverse a la deliciosa tensión de la fuerza y la lucha, reía otro tanto.


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