Feb 13, 2010

registro


Pensé que no recuerdo las palabras que dije durante toda mi vida, no recuerdo qué oraciones usaba para expresar cosas, de pequeña. No recuerdo qué le dije a mi padre todas las mañanas, de camino a la escuela, qué palabras usé. No recuerdo cómo le dije a mi madre sobre un lápiz nuevo o sobre los cuadernos, sobre el uniforme horrendo que teníamos que usar. No recuerdo qué palabras dije en tantos recreos, en el tiempo libre, con los jóvenes amigos o los maestros. No recuerdo tampoco de qué hablaba en los descansos entre clases, en la secundaria o la preparatoria, o qué palabras dije en las clases de pintura, de baile, o en interminables cafés adolescentes. No recuerdo qué dije a los hombres que amé, qué cosas charlé con ellos cuando estaba enamorada, qué expresé o con qué sentido, ni qué me respondieron. No recuerdo qué palabras usé cuando pasé las noches con él, y tantas otras, no recuerdo qué dije. No recuerdo qué dije en las mañanas, al mirarlo y abrazarlo, al despedirnos, al discutir. No recuerdo qué palabras dije en los mejores momentos, ni en los peores.

Más recuerdo bien qué pensaba. De pequeña, de niña, de adolescente, de joven y más tarde. Recuerdo las ideas que se mantenían circulando en mi cabeza. Lo que creía, lo que me parecía correcto, lo que me parecía trascendente. Las reflexiones pequeñas de mi niñez, darme cuenta de las cosas, las personalidades, las relaciones. Y en la adolescencia, cómo pensaba insistentemente en el dilema de la popularidad, de aislarme o pertenecer a un grupo deleznable. Y recuerdo también lo que sentía, recuerdo bien los días felices y los terribles. Recuerdo pensar en lo que sentía y cambiarlo con razonamientos, mecanismo vigente. Recuerdo la quemante ebullición del deseo, la inseguridad de la incertidumbre, el desgarramiento del rechazo.

Recientemente, durante unos años, experimenté la ausencia total de ratos libres. Perdí también tiempos de reflexión. Fue muy duro y extenuante. Recuerdo los sentimientos asociados a esa temporada. Dejé de pensar en la vida y mi percepción de ella, mi cerebro estuvo saturado de tareas y ocupaciones, pendientes y compromisos. Casi lo considero un tiempo perdido. Es una pena.

Pero recuperé las horas-neurona hace relativamente poco. Ahora empiezo a notar que -tras ese período de "muerte cerebral"- va emergiendo un nuevo conjunto de pensamientos y sentimientos. Es una grata sorpresa. Veo que ha cambiado y sigue cambiando lo que hasta hace unos años creí que nunca cambiaría. Me estoy convirtiendo en lo que sigue de lo que fui por mucho tiempo. Me siento satisfecha. Veo las cosas desde otro punto de vista. Me voy comprometiendo con lo que pienso, sólidamente, como si por fin me atreviera a ser quién soy (como dijo Nietszche). Pero de las palabras que dije, sigo sin acordarme.

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