Inmerso en la rutina, como un relámpago brevísimo, de pronto ocurre. Un momento de lucidez espontánea. Primero identifico plenamente la emoción de sentirme comprendida, reafirmada en mis ideas, de tener razón. Pero inmediatamente me distancio del fulgor de la empatía (presuntamente) recibida. Más profundamente, a un nivel casi imperceptible, así es durante toda nuestra vida. Así nos definimos y nos reafirmamos, en lo que creemos, y en como decidimos ser. Me es inevitable entonces pensar en cuántos eventos instantáneos de reafirmación vivimos diariamente durante los cuáles nos sentimos (primero) identificados, (después) justificados y (finalmente) convencidos. Y así, lentamente, vamos construyendo una Persona, que se define por esto o por aquello, y que ha encontrado, en pequeños acontecimientos nimios de la vida, respaldo para ser como es, y difícilmente se modificará.
Casi inmediatamente, estos eventos de reafirmación me parecen absurdos. Justificaciones huecas para evadir el encuentro con el vacío absoluto, la ausencia total de definición. Inmediatamente me parece que podría re-programarme a placer. Una persona indefinida, quizá. ¿Cuál es el sentido de la auto-definición? Las justificaciones han perdido toda su validez. Me siento perdida.
Entonces el día avanza y el consciente recupera su terreno. No puedo, repentinamente, ser alguien más. Siento el peso de la conciencia llevarme durante el día, como un muñeco titino manipulado automáticamente por su equivalente humano. Pero reflexiono: es posible escapar del consciente e identificar los gestos que quisiera cambiar, pero que he reafirmado a lo largo de la vida. Identificarlos es el primer paso, desafirmarlos podría ser el segundo, suplantarlos el tercero (o en su caso, eliminarlos) y finalmente, ejercer nuevos rasgos que no necesariamente requieren reafirmación.
Me siento más ligera.
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