Últimamente ando algo perdida. No entiendo bien qué hago aquí, por qué vine, por qué sigo aquí y qué es lo que espero subconcientemente qué suceda. Y es que no es sencillo sintonizarse de pronto en una realidad pequeña y local, o al menos no lo es para mí. Me encuentro a mí misma angustiada por detalles insignificantes de la cotidianeidad, que si no hay teléfono, que si no hay sillón para sentarse, que si mejor focos de luz amarilla que focos de luz blanca. ¿Por qué pongo tanto esfuerzo en las cosas?
En el jardín hay 3 perros: un macho cachorro, uno joven, y una hembra. No son míos, son perros callejeros. Pero les he dado de comer un par de días y ahora los 3 mueven la cola en las mañanas, afuera de la puerta. Hoy amanecieron otros 4 perros nuevos, asediando a la hembra que parece estar en celo. Pero ella no les permite montarla, les lanza dentelladas feroces y afila las orejas. No la dejan en paz. Uno chaparrito se queda penetrando el aire con insistencia, sin poder controlar el impulso de cruzarse. A la hembra le he hecho un encierro de malla, muy sencillo, para que la dejen en paz. Ha buscado salirse ella misma, pero sin éxito, y por fin se ha rendido en una esquina, hecha bolita. Me hizo pensar qué vale más, la comodidad o la libertad. Y yo qué busco exactamente, ¿libertad, comodidad? Yo también valoro más la primera que la segunda... ¿o no?
En las mañanas enciendo el radio, escucho la corta transmisión del D.F. Me sabe a gloria, como si con ello me conectara con la realidad, no este ramillete de historias sin remedio. Después de Granados Chapa sigue un programa local de "denuncia", donde una voz femenina con tinte de hartazgo y fracaso enlista durante una hora todo tipo de vejaciones cometidas contra los "compañeros y compañeras". Me inspira tanto coraje. No sólo las vejaciones, sino la tónica del programa. No podía ser una transmisión inspiradora, de casos exitosos de organización, de empresas rurales, de alternativas, no, a las 9:30am hay que chutarse diario la miseria humana interminable. Y todos los días es igual. Apago el radio. Vuelvo a la nueva rutina.
Todos me preguntan el precio de todo. Cuánto costó el carro, cuánto costó el celular, cuánto costó la laptop, cuánto costó la bicicleta, cuánto costó el colchón, cuánto costó la puta malla de la perra. Solía responder con candidez y cierta vergüenza, mmm, bueno, costó esto. "-Es caro.", replicaban. "-Si, ¡muy caro!", fingía yo. De nuevo esa sensación de culpa. (Si, lo siento, es que puedo pagarlo, discúlpeme, tiene razón, es carísimo, no debí comprarlo). Es suficiente. He decidido mentir flagrantemente. Primero la libertad, e inmediatamente la comodidad. Hoy me ha preguntado el vigilante cuánto pago de renta de la casa. "No lo he acordado con la dueña", he respondido previo a su mirada incrédula, "y disculpe que lo deje, tengo que irme a trabajar", he rematado. Me he sentido mejor. Que haga con su pregunta lo que quiera, que yo ya lo he hecho con mi respuesta. Me viene siendo extremadamente útil la fiereza de la perra. Debo lanzar dentelladas si no quiero joderme junto con el programa de radio.
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