La verdad es que yo desestimé los símbolos desde hace años. Recuerdo ese día en que, discutiendo religión con mi papá, le dije que la comunión, persignarse, arrodillarse, etc. no eran más que símbolos, representantes materiales carentes de valor, inútiles. Que no tenía ningún sentido realizar esos símbolos o cualquiera otros.
Después, ya de forma automática, puse todos los símbolos en la misma canasta, y desacredité todo tipo de "objetos" o "gestos" que se usaran en un contexto religioso o "espiritual". Me parecía que la "espiritualidad", si es que se le puede categorizar, debía estar deprovista de todo, de absolutamente todo, lo material. No podría identificarse con nada del mundo material y mucho menos, del humano. Así que todo lo que un ser humano identificara consigo mismo, para efectos de fundamentar su dimensión espiritual, me parecía arbitrario, artificial, banal y primitivo. Me imaginaba esos hombres de la India que lo han dejado todo y no tienen más que una corta falta de color bermellón. Yacen sentados en el suelo, en el polvo, sus cabellos y uñas crecen, no tienen posesión alguna... Ellos me parecían lo más cercano a algo espritual. Por supuesto yo nunca llegaría a ser alguien así. Me atraía la idea de hacerlo, pero me aterraba el juicio social que caería sobre mí.
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