Jan 27, 2012


"Pero estemos atentos a que la relación no se vuelva rutinaria", dijo. Me sorprendió un poco que lo dijera, pero creí entender desde dónde lo decía.  Hasta ahora nos habíamos adaptado, no con poco esfuerzo, a los vaivenes espaciotemporales de vernos cada tanto.  Los encuentros eran siempre emocionantes, extraordinarios.  Tratábamos de detener toda la vida ordinaria para dar paso a la visita extraordinaria.  Convivíamos con intensidad unos días.  Siempre en celebración por la oportunidad.  Luego, venía la despedida vertiginosa. Los dos dijimos "no me quiero ir" o "no quiero que te vayas" más de una vez, con tranquilidad, pero también con auténtico deseo de prolongar la convivencia.  Pero no podía hacerse.  El otro tenía que partir irremediablemente a cumplir con sus obligaciones, gustosas o forzosas, pero tenía qué irse.  Había pasado un año y medio así.  Esperar, desearlo, esperar, desesperar, emocionarse, ¡recibirlo!!, disfrutarlo, despedirlo, extrañarlo, esperar.  Y así los ciclos.

Esta dinámica no nos permitía acercarnos demasiado, o así lo percibía yo.  No pasábamos de cierto punto de conocimiento mutuo.  No podíamos contar el uno con el otro en los momentos difíciles, ni podíamos ver cómo lideaba cada uno con sus momentos de crisis.  Siempre que nos veíamos era todo motivo de festejo, no había tiempo ni espacio para las sombras.  Fueron pocos los momentos en que compartimos nuestros lados oscuros, y no fue sencillo encontrarse de pronto con otra cara de este pseudo desconocido amado.  Yo no sentía a qué asirme en él.  No podía ofrecerle tampoco a él a qué asirse en mí.  Había poco conocimiento de causa.  A veces, el que intentaba ayudar al otro se encontraba con reproches y reclamos.  Como sucede cuando se intenta ayudar sin conocer el origen del problema.  En una palabra, no podíamos construir.

Pero ahora mi situación había cambiado.  Se habían terminado mis obligaciones forzosas.  Era libre de moverme sin prisas ni presiones de volver.  Podía ir a instalarme a su casa varios días, muchos más de los que comúnmente lográbamos vernos.  Eso implicaba un cambio a muchos niveles, supongo.  Para empezar, no habría ese tironeo de "ya ven", "no te vayas", porque yo podría ir y quedarme cuando y cuánto se nos antojara.  A primera vista parecía una situación más ventajosa, pero era finalmente una situación nueva a la que tendríamos que adaptarnos en muchos niveles.  Por ejemplo, emocionalmente, estaríamos más disponibles, más cercanos, y dejaríamos los vaivenes anteriores que nos daban cierto ritmo de alternancia emocional.  Y así sucedía con las otras dimensiones de la relación y de cada uno.  ¿Es aquí dónde nuestra relación se volvería común y corriente?

Para mí, al fin y al cabo, el meollo del asunto eran los momentos de vida de cada uno.  Nos gustábamos, si, nos amábamos, si, nos respetábamos, si, nos agradaba compartir intereses y actividades, si. Y lo más importante, nos aceptábamos tal cual éramos.  Había paz.  Pero nuestros momentos de vida eran diametralmente distintos.  Esto era lo más difícil de compaginar.  Se nos antojaban planes de vida distintos, con distintos componentes incluídos.  De forma natural, nos provocaban cosas diferentes.  Y no había forma de pedir al otro que hiciera o no hiciera algo, de que cambiara de una u otra forma, de que saliera de su mundo de seguridad para vivir otra cosa.  Era tácito el acuerdo de que, lo que fuera que cada uno hiciera, lo hacía por su propia voluntad, no obedeciendo a una solicitud -por más amable- del otro.  Y éste era uno de los pilares más sólidos de lo nuestro.  Quizá un arma de doble filo.

Entonces, pues, no había casi nada qué decir.  Cada uno podía actuar en concordancia con lo que creía y quería.  Ni siquiera era necesario anunciar qué haría cada uno.  Las acciones eran aquí, con más contundencia que nunca, absoluta autoridad por encima de las palabras.  Y, como los diamantes, en las acciones se reflejaría la transparencia de las emociones.  Su transparencia y autenticidad.

Jan 14, 2012


Primeras piezas de cerámica de torno.

fin del contrato

¡Bien, bien, bien!  ¡Me da gusto escribir este post!  Poco a poco me va cayendo el 20 de que por fin estoy en el lugar y momento en el que deseé estar por meses.  Para ser precisa, poco más de un año. Voy a repasar la historia rápidamente para terapearme, ¡como me gusta hacerlo!  Todo comenzó en febrero de 2010, cuando casualmente conocí a la que sería mi futura jefa.  Yo vivía en el DF y no tenía un plan muy concreto, más que mudarme a Chiapas e iniciar algo relacionado con la selva.  Después de que me hiciera una maravillosa propuesta, trabajé en su organización por un año y medio, tiempo durante el cual la maravillosa propuesta nunca se materializó.  No me salí del trabajo en ese tiempo porque me había mudado a San Cristóbal y pensé que las actividades en las que colaboraba se afectarían negativamente si yo dejaba el trabajo.

Enseñanza: preocúpate cuando pienses que eres indispensable.  Si te quedas en algún sitio porque piensas que todo empeorará si te vas, aunque tu situación personal mejore, empieza a cuestionarte por qué no piensas que mereces que tu situación mejore, y por qué estás tan preocupado por todo el mundo menos por ti mismo...  Nadie es indispensable, la vida es corta, ¿para quién la vas a vivir?

El año y medio que estuve en ese trabajo aprendí un montón de cosas.  Por fin viví en Chiapas, con sus pros y sus grandes contras también, y me quité esa espinita.  Aprendí más sobre mi línea favorita de trabajo y puse en práctica mis conocimientos anteriores, cosas que disfruté mucho.  Conviví con gente muy diferente a mí y aprendí de su compañía y sus percepciones.  Comprendí algunas dimensiones muy crudas del ser humano en las que no había reflexionado antes.  Algo de mi inocencia se fue.  Para bien, creo.

Enseñanza: de cierta forma, la pequeñez de estas vidas me hizo ver la pequeñez de mi propia vida.  Si nuestras vidas son tan pequeñas, fugaces y triviales (no en contenido, sino como eventos breves en la historia del cosmos), ¿por qué vivir buscando el reconocimiento exterior, que un grupo de gente diga "qué bien, qué capaz, qué bárbara", intentar llenar los estándares arbitrarios de una sociedad, cultura, momento histórico, etc.?  ¿Qué aprobación es la que realmente importa?, ¿la de los demás o la de uno mismo?  Se necesita valor para no buscar aprobación alguna.  Valor y claridad.

Justo antes de mudarme a este lugar, me costaba mucho trabajo levantarme por la mañana, pesaba 84 kg y me torturaba pensando por qué a mis 31 años no tenía una pareja.  Estar lejos de mi familia y de sus gastadas interacciones me ayudó a sanar lentamente mis heridas y dolores.  Conocí a un hombre maravilloso, empecé a despertarme temprano de forma natural, y perdí 7 kg de peso gracias a una dieta desintoxicante.  Leí dos libros que cambiaron mi forma de ver la vida: Born to be Free (Jac O'Keeffe) y Las 5 heridas que impiden ser uno mismo (Lise Bourbeau), entre otros.  Mientras se desarrollaba esta relación a distancia con él, fue todo novedoso y la distancia ayudó a atenuar las llamaradas pasionales que en otro momento quizá hubieran resultado homicidas, así que disfruté amarlo, que me amara y, por primera vez, no pensé en bodas, hijos, casas u otra meta, lo cual fue muy relajante y afortunado. Pude experimentar esta relación concientemente, en el momento presente, la mayoría del tiempo.  Eso fue algo nuevo para mí.

Enseñanza: por primera vez pude ver cómo hacía, pensaba y sentía muchas cosas simplemente reaccionando a mis huellas infantiles.  Siempre en el pasado o en el futuro, nunca en el presente.  Me pude ver como una persona con percepciones subjetivas e interpretaciones condicionadas, ni correctas ni incorrectas, pero sí sesgadas.  Esto me ayudó dejar ir cargas físicas, mentales y emocionales.  Estar en el momento presente me hizo vivir más intensamente y con mayor fluidez.  Vivir el presente me ayudó a sobrellevarlo.  Y pude disfrutar el momento, con lo que tiene, sin más ni menos.  Y lo más importante: empecé a aceptar la vida y la realidad como se presentan, tal cual.

Sin embargo, también, durante todo este tiempo estuve mirando hacia el futuro con ansia y angustia.  Cuando se terminara mi contrato con la organización, todo cambiaría.  Me encontraría liberada de un compromiso que en esencia no deseaba tener.  Volvería, de cierta forma, al mismo lugar en el que estuve hace 2 años: sin compromisos laborales y con el mundo enfrente para hacer lo que yo quisiera.  Fueron tan largos estos meses, que mucho tiempo pensé que este momento jamás llegaría.  Ahora veo cómo cada mañana me forzé a cumplir con mis responsabilidades, pero sin gusto.  Hasta que el momento llegó.  El momento en que todo es posible.  El momento de tomar estas enseñanzas y abrazarlas con gratitud y entusiasmo.  El momento de dejar de reaccionar al ego, a la sociedad, a los modelos, a la cultura, y probar fluir en una auténtica naturalidad.  El momento de hacer lo que te dé la gana.

Enseñanza: ten paciencia, todo estará bien.  Pero abre bien los ojos. Los espejismos pueden engañarte y puedes perder tiempo en ellos.  Trata de no dejarte seducir por los señuelos del ego.  Busca lo que tú quieres, lo que amas hacer, lo que te sale natural.  ¿Qué importa el resto?  Es tú vida, vívela como tú quieras.  Y cuídate, no pongas antes que tú a todo lo otro.  Tú vas primero, luego, el resto.  Siempre que tú estés bien, podrás apoyar a aquellos que amas.  Siempre que tú estés bien, te sentirás satisfecho con cualquier resultado que la vida presente.  Siempre que te cuides, te apapaches y te mantengas bien alimentado, descansado y en forma, podrás cuidar de ti y de los tuyos.  No importa qué suceda en el exterior, procúrate a ti mismo.  Y así, todos estarán más felices de estar contigo, ¡y tú mismo estarás feliz de estar contigo!

Han sido meses intensos y pesados.  No fue sencillo atravesar este período y tuve muchos momentos de flaqueza, incomodidad, forzamiento, y agotamiento.  Hubo muchos sacrificios.  No diré que "valieron la pena", sino que rindieron frutos concretos que he intentado esbozar en estas enseñanzas.  Las enseñanzas me han hecho una persona más feliz consigo misma, lo cual no se puede valorar.  Es algo que finalmente, creo, rinde satisfacción haber vivido.  No siempre se abren ventanas en nuestra comprensión.  Es grato encontrarme ahora, sin daños colaterales mayores, pasados estos momentos de aprendizaje. Siento que tengo más claridad.  No todo está descifrado, nunca lo está de todos modos.  Pero ahora tengo mayor confianza en mí misma y en lo que la vida me traiga, y sobre todo, menos miedo de lo que vendrá.  Creo que esto es fantástico.

Bien, saludo el futuro.  ¡Posibilidades!, ¡cambios!, ¡sueños!, ¡LIBERTAD!!!

No recuerdo cuál fue la última vez que escribí desde la selva.  Estar aquí me provoca escribir inmediatamente.  Será que no hay mucho que me distraiga de todo lo que existe.  No hay forma de distraerse deliberadamente con la televisión, con los objetos, con los libros, con los pendientes, con los planes… vaya, ni siquiera hay suficiente alumbrado público o privado para evitar adentrarse en uno mismo.

Me pregunto cómo percibirá la vida la gente que vive aquí.  El ejido es pequeño, con menos de 50 familias.  Los solares se acomodan en una pequeña cuadrícula, cada uno de 50 x 50m.  El ejido se distingue de otros por su limpieza y orden.  Los pastos están verdes, las casas son de madera pero algunas están pintadas.  Los setos están podados.  Así por encima, se percibe tranquilidad y armonía.  Ahora, de noche, se escucha música en algunas casas, pero no como en otros ejidos donde la estridencia es notoria, sino a un volumen amable, casi compartiendo, pero sin invadir a los vecinos.  En otras casas se escucha la televisión.  En otras no se escucha nada, sólo se ve un foco prendido por aquí y por allá.  Y en otras casas se escuchan risas de niños y grandes.  Charlan y ríen.
 
Alrededor del ejido hay montañas peludas de selva.  No son muy altas, pero la vegetación siempre las hace ver imponentes.  Siempre que las veo me da la impresión de que aquí la selva es tan explícita que grita por sí sola su presencia, invencible.  Pero no es así.  No es invencible ni mucho menos.  La selva es vulnerable y débil, y se la puede aniquilar con poco esfuerzo.  Simplemente aquí, donde estoy sentada ahora, pudo levantarse alguna vez un árbol de cuarenta metros de alto.  Y ahora hay un piso de cemento, una bombilla titilando débilmente, y una persona sentada en una silla de plástico escribiendo en una computadora.  Y así en todos los terrenos que se ven en el camino, sin árboles, con pasto, con ganado, quemados, en fin, ahí alguna vez hubo selva.  Quizá esta imagen  es de las que me tortura silenciosamente cuando viajo para acá.  Por eso no puedo dejar de ver los montes verdes y poblados e imaginar que así fue todo alguna vez. 

Pero no entremos en los dramatismos usuales en torno a la extinción de los ecosistemas (ja), regresemos a la vida del ejido.  Ahora hace un tiempo espléndido.  No hace calor y el aire no está completamente húmedo.  Quizá más tarde en la noche haga un poco de fresco.  No hay mosquitos, y eso sí es de agradecerse a Dios con toda el alma.  Es más, el tiempo está tan agradable que dan ganas de quedarse aquí una semana a no hacer nada más que columpiarse en una hamaca y nadar en el río.  Porque el río está aquí cerca, el río Lacantum.  Y es un río grande.  Tendrá unos cincuenta metros de ancho, y sus aguas corren rápidamente hacia el Usumacinta.  Es una corriente fuerte, nadar puede ser peligroso, aunque con un chaleco flotador y algunas habilidades de nado, una persona puede viajar de poblado en poblado a lo largo del río sin problema, según me han dicho.  Ahora no me he ido a asomar al río, pero seguramente sus aguas están azules y brillantes, como suele ser en temporada de secas.  Durante las lluvias, se tornan color café y el río crece.   Cuando los leñadores tabasqueños sacaron la caoba de la Selva Lacandona en los años 40, era usual que lanzaran las trozas (troncos cortados) al río y viajaran sobre ellos hasta el punto de reunión.  No sé hasta dónde llega el Usumacinta, me pregunto a dónde viajarían sentados sobre esos inmensos troncos, cabalgando el río.


Me imagino a Marcos (no él en persona, sino lo que representa) escribiendo “desde algún lugar de la selva”, como suele firmar sus misivas.  Estar metido de pronto en un punto muy, muy lejano de la civilización y ponerse a pensar y a escribir.  Y más si es en la selva.  Me lo imagino despojándose del pasamontañas y las botas, usando unos cómodos huaraches y tumbándose en una hamaca para esbozar el siguiente movimiento del Movimiento.  Pensar que algunas comunidades despertaron a una conciencia social de sí mismas y desde aquí, desde pisos de tierra y malaria, intentaron darse autonomía, derechos, identidad, respeto.  No sé cómo lo hicieron.  Además de que aquí no hay prácticamente productos y servicios que puedan aprovecharse para tal fin, me da más curiosidad cómo aclararon en sí mismos, en su mente, qué querían, y cómo querían conseguirlo.   Porque nacer y crecer en la selva tampoco provee muchos recursos intelectuales.  Es curioso, pero la relación que mantienen las comunidades con el ecosistema en el que viven frecuentemente es de extrañeza y hasta repulsión.  Digamos que no son el típico ejemplo de la relación armoniosa hombre-naturaleza.  Eso vino después, en el discurso… Aunque quizá en otros casos no es así.


¿Por qué este lugar guarda tanto encanto para mí?   Recuerdo que en la carrera era especial aquél que trabajaba “en la selva”, como si se le tuviera una especie de respeto, admiración.  Cuando entré al taller de tesis, que fue definitivo en la elección que más tarde haría sobre mi área de trabajo, existía las posibilidad de trabajar con especies de diferentes ecosistemas,  e hicimos una salida de campo a Tamaulipas y Veracruz.  En Tamaulipas visitamos El Cielo, una reserva de bosque de niebla, o lo que quedaba de éste.  En Veracruz visitamos Los Tuxtlas, un relicto de selva tropical.  Pero no, no fue ahí que la selva me impresionó, o no lo recuerdo así.  De niña, también, viajé a Chiapas, a Palenque, y tampoco recuerdo que en ese momento pensara que la selva era imponente.  Quizá fue después, durante el doctorado, donde mi motivación inicial era una idea (aquella de “la selva”) y se afianzó al cruzar el Lacatum y adentrarnos en la Selva Lacandona. Y es que qué selva, no es cualquiera.


En la selva conviven más especies por hectárea que en ningún otro ecosistema.  Es decir, la selva es el ecosistema más diverso qué existe.  El suelo de la selva tropical es muy delgado, el ciclaje de nutrientes se mantiene gracias a la gran cantidad de biomasa que hay en el suelo, conformada por miles de hojas que caen, se pudren y se degradan en el suelo, y por las raíces superficiales de los grandísimos árboles que viven aquí.  La vegetación está estratificada y esto se puede observar a simple vista: hasta abajo, el sotobosque, en un estrato intermedio los arbustos y especies pioneras, y hasta arriba, los árboles tolerantes a la sombra (pues se hacen sombra entre sí).  Finalmente, las especies de dosel emergente crecen y crecen hasta que sus copas rebasan a todas las demás y pueden recibir el sol sin intermediarios.  Todo esto sonará científico, y lo es.  Pero basta fijarse un poco en un manchón de selva que se ve.  En tantos tonos de verde, café, blanco, amarillo, gris de las hojas.  En tantas formas de hojas grandes, redondas, afiladas, como estrellas.  En los grosores, formas y colores de los troncos.  Y en los sonidos.  La selva habla a través de una voz de múltiples identidades.


Es quizá éste último el rasgo que recuerdo con más nostalgia cuando no estoy aquí, y el que me hace reconocer que he llegado: el sonido de la selva.  Si pudiera grabarlo en un disco y escucharlo por horas.  Miles de insectos cantando sus propias tonadas, a diferentes horas del día y la noche, hasta volverse casi estridentes al atardecer.  Las hormigas arrieras comiendo las hojas de un arbusto.  Los monos aulladores rugiendo como jaguares a kilómetros, hablando entre ellos un diálogo instintivo y misterioso.  Las hojas de los árboles meciéndose al viento o al agua, golpeando en armonioso batir.  Y la lluvia.  Un ejército de tambores que se acerca desde lo lejos y se le escucha venir, y que al llegar calla toda voz y todo pensamiento.  Benditas esas noches en que despertaba extrañada, ¿qué se escucha tan fuerte?, y sólo algunos instantes después podía comprender que el estruendo no era nada más que la lluvia, como sólo llueve en la selva.

Jan 7, 2012

Bueno, el fin de año fue como amenazaba ser: completamente estresante y desquisiado.  Me vino una ola de aprehensión más fuerte de lo que pensaba.  De pronto los días no eran suficientemente largos para realizar miles de pendientes que parecían tener la misma importancia. Cuando miro atrás a esos momentos, me pregunto por qué soy tan aprehensiva de cosas que seguramente no tienen importancia, ni siquiera a mediano plazo.  Además, sucede que en pocos días olvido por completo qué me tenía tan preocupada.  Sólo recuerdo que en esos momentos la sensación de pánico y repulsión se instala en mí 24 horas.  Son emociones intensas, pero que no puedo detectar ni manejar con claridad cuando aparecen.  Es como si éstas secuestraran mi capacidad para observarme.

Compré un libro que se ve muy interesante.  Se llama "Handbook of Emotions" (algo así como "Manual académico acerca de las emociones"), y parece estar muy completo.  Digo "parece" porque apenas he leído medio capítulo.  Es un libro muy gordo y trae decenas de artículos cuasi-científicos acerca de las emociones humanas.  Lo compré porque últimamente me siento extremadamente curiosa acerca de las emociones.  ¿Por qué existen emociones tan complejas en nosotros?, ¿todos sentimos emociones igual de complejas, o algunos únicamente sienten emociones "sencillas"?  ¿De qué depende que no nos permitamos experimentar ciertas emociones?  ¿Por qué automáticamente sentimos otras?  El pensamiento parece estar muy relacionado a las emociones.  El pensamiento parece afectar lo que sentimos, y lo que sentimos a su vez nos hace cambiar de parecer... Entonces no entiendo muy bien si la razón y la emoción están verdaderamente separadas, o fluyen en una especie de "continuo neuronal", por llamarlo de cierta forma... Se nota que no sé mucho de psicología.

Y hablando de psicología, últimamente me está seduciendo mucho la idea de estudiarla como carrera, sí, desde cero.  Llevo aproximadamente 15 años dedicándome a las ciencias naturales, ecología tropical, específicamente, y siento que he llegado a algo así como una revelación.  Por un lado, conocer cómo funciona la Naturaleza es muy interesante per se.  Hay personas que dedican toda su vida simplemente a dilucidar las formas y mecanismos del mundo natural.  Esto está bien, me parece muy bonito.  Sin embargo, por otro lado, la destrucción de la Naturaleza es creciente.  Minuto a minuto se pierden especies, ecosistemas, funciones, etc. ¿De qué nos servirá saber cómo funciona la Naturaleza si la fina red de interconexiones está desapareciendo?  Creo que de muy poco.  ¿Y qué es lo que está causando la destrucción de la Naturaleza? Bueno, todos lo sabemos, de una u otra forma, es la especie estrella, el ser humano.  Es decir, la Naturaleza se está destruyendo a sí misma, pero estamos tan acostumbrados a vernos separados de ésta que muchos pueden no estar de acuerdo.

¿Y por qué el ser humano está destruyendo a la Naturaleza?, bueno, entre otras muchas razones, por su ambición, búsqueda de la comodidad, ignorancia, y -como yo lo veo- grado de vacuidad vital.  Es decir, nuestra vida está vacía, ¿no es así?  Nada nos satisface, siempre sentimos un vacío profundo que queremos llenar, para que desaparezca.  ¿Y cómo podemos llenarlo?  Pues lo intentamos haciendo, teniendo, acumulando, en fin, buscando que los demás reconozcan que nos destacamos de una u otra forma.  Y cuando miles de millones quieren hacer y tener y acumular, esto tiene que reflejarse en las fuentes de recursos.  Los océanos han sido saqueados, los bosques han sido talados, los animales han sido extinguidos, y no hemos podido recuperar casi nada.  Entonces, ¿en dónde radica lo que motiva al ser humano a actuar cómo lo hace? - En las emociones.

Pensemos en un hombre común y corriente que no tiene coche.  Desea tener un coche para moverse, porque esto le permitirá llegar más rápidamente a todas partes (comodidad), ser dueño de un coche (orgullo), y sobre todo, que otros reconozcan que este hombre se diferencía de ellos porque tiene un coche (satisfacción, narcisismo).  Cuando el hombre compra el coche, quiere sentirse satisfecho y seguramente se sentirá así por unos días o semanas.  Pero más tarde sucede que el coche ya no es suficiente.  Ahora quiere tener uno de esos teléfonos "inteligentes".  Tanto el coche, como el teléfono, como sea lo que sea se relacionan directamente con la cantidad de recursos que se utilizaron para generar estos productos, y se utilizan para que funcionen, así como su impacto en el medio ambiente cuando sean descartados.  También, tanto el coche, como el teléfono, como sea lo que sea tienen un efecto en las emociones del hombre.  Así pues, las emociones afectan al ambiente en función de los  productos y servicios que adquiere la especie que puede sentir emoción: el ser humano.

Creo que no salvaré al mundo.  Ni siquiera puedo decir que salvaré una hectárea de selva.  Vaya, ni siquiera puedo asegurar que al final de mi vida me sentiré satisfecha conmigo misma.  Pero sí puedo seguir aprendiendo.  Eso me entusiasma.  Aprender.

Cuando decidí estudiar Biología, mi argumento fue que "quería conocer todo lo que funcionaba sin ayuda del hombre".  Sentía una repulsión natural hacia las Humanidades.  Sin embargo ahora, después de haber ido hasta cierta profundidad de lo que funciona sin el hombre, veo que desafortunadamente el hombre determinar el destino de aquello que no le necesita para existir, pero sí viceversa.  Pareciera que ahora me atrae la idea de conocer todo aquello que hace que el hombre funcione como lo hace.  Veremos si con mi manual de emociones puedo aprender un poco al respecto.