Solía creer que la vida cambiaría radicalmente cuando viviera sola. Que la vida iniciaría cuando me casara. Que cuando terminara el doctorado sería una persona respetable, con valor. Que cuando me mudara a Chiapas, todo sería diferente, parecido a lo perfecto. Solía creer que nunca me dejarían de doler las pérdidas vividas. Que nunca superaría la ausencia de aquél hombre. Que nunca llegaría otro siquiera cercano a aquél. Solía creer que hay cosas sagradas, prohibidas, ocultas. Que la vida se debe defender ante todo. Que hay, tanto acontecimientos deseables, como otros inaceptables. Que siempre todo me alegraría o me dolería, que no lograría separar mis emociones de los eventos jamás. Que siempre podría hacer algo al respecto de las cosas, que yo tenía el control. Que siempre sentiría dolor ante la miseria, y alegría ante la abundancia. Solía creer que mi valoración de las cosas era objetiva y absoluta. Solía creer que la vida jamás terminaría, la mía, la de mis queridos. Solía creer que no había fin.
Pero ya no lo creo más.
Dec 20, 2010
Dec 18, 2010
mármol
No sé bien cómo fue. Desperté con cierto sinsabor en la cabeza, sin poder relatar el sueño que me producía esa sensación. Me acompañó la incomodidad unas horas, el comezón. Poco a poco emergió la fuente diáfana. Se había desmoronado esa cubierta tibia de su presencia en mi mundo, el sentimiento cálido que me acompaña cada momento desde que estoy con él, que prevalece aunque está lejos y sé muy poco de él en días, aunque no escucho su voz por semanas. Se había ido la almohadilla confortable de su fresca sombra. Quedaba la loza brillante y fría, el mármol sólido y resbaloso, la superficie desnuda y lisa.
No me quería.
Había sido todo imaginación mía. Cerebro de mujer que crea, inventa, arma una historia en la cabeza. Se cree que sabe y que está seguro, que las cosas son, y no que parecen. Hubo silencio. Todo era entonces diferente. No habían lindos recuerdos de nuestros viajes, no había confianza, no había intimidad ni complicidad. No había nada. No había el cuenta conmigo, ni el aquí estoy. No había nada. No habían esas noches largas de hacer el amor una vez, y otra, y otra, y despertar abrazados y sonriendo. No había el te quiero tanto. No había nada.
Curiosamente, en el sueño, no me explicaba el fin, ni me lo cuestionaba. Simplemente se había develado la realidad y así era. Mi estatus había cambiado de con él a con nadie, como fue siempre antes. En mi psique profunda se declaraba desierto el lugar, tan desierto que desaparecía. No había nadie. Era yo otra vez sola, quién quiera que yo fuese, lo que quiera que yo fuese, lo que quiera que "sola" significara, porque significa tantas cosas, y a la vez no cambia nada. Era de nuevo esta mujer que hace, que va, que viene, que piensa, que siente, que todo es implosión y silencio en su vida. Que no sabe ni quiere remediarlo, que está vencida. Otra vez como antes. Me rendía ante el inevitable estado ya experimentado por años. Entraba en la celda como el reo que sabe que tiene cadena perpetua, resignado, sumiso, doliente. Se había ido mi oportunidad de seguir amando. Se había terminado. Quedaba sólo el cuerpo automático y la vida insabora. No me quedaba energía para agradecer lo pasado. Sólo resignación y mucha tristeza. No tristeza por lo que se había perdido, sino por lo que venía adelante.
Y así avanzó el día. No pude enviarle mensaje alguno. ¿Qué tal que fuera todo cierto? ¿Qué tal que mi subconsciente me hablaba a través del sueño? Tal vez me avisaba a mí misma que dejara de crear la historia. Que rompiera la necesidad, el apego. Anular la falta que me hace su presencia. Que volviera a ser aquella otra, sin el calor de su compañía. Que enfrentara la vida sin el apoyo del sonido de su respiración a mi lado. Y así fue. Se replegaron las emociones. Se amputó el pedazo de corazón que le quiere y le extraña, le siente y late por él.
Curiosamente, en el sueño, no me explicaba el fin, ni me lo cuestionaba. Simplemente se había develado la realidad y así era. Mi estatus había cambiado de con él a con nadie, como fue siempre antes. En mi psique profunda se declaraba desierto el lugar, tan desierto que desaparecía. No había nadie. Era yo otra vez sola, quién quiera que yo fuese, lo que quiera que yo fuese, lo que quiera que "sola" significara, porque significa tantas cosas, y a la vez no cambia nada. Era de nuevo esta mujer que hace, que va, que viene, que piensa, que siente, que todo es implosión y silencio en su vida. Que no sabe ni quiere remediarlo, que está vencida. Otra vez como antes. Me rendía ante el inevitable estado ya experimentado por años. Entraba en la celda como el reo que sabe que tiene cadena perpetua, resignado, sumiso, doliente. Se había ido mi oportunidad de seguir amando. Se había terminado. Quedaba sólo el cuerpo automático y la vida insabora. No me quedaba energía para agradecer lo pasado. Sólo resignación y mucha tristeza. No tristeza por lo que se había perdido, sino por lo que venía adelante.
Y así avanzó el día. No pude enviarle mensaje alguno. ¿Qué tal que fuera todo cierto? ¿Qué tal que mi subconsciente me hablaba a través del sueño? Tal vez me avisaba a mí misma que dejara de crear la historia. Que rompiera la necesidad, el apego. Anular la falta que me hace su presencia. Que volviera a ser aquella otra, sin el calor de su compañía. Que enfrentara la vida sin el apoyo del sonido de su respiración a mi lado. Y así fue. Se replegaron las emociones. Se amputó el pedazo de corazón que le quiere y le extraña, le siente y late por él.
Y me costó más que nunca llevar el día... la vida. Me di cuenta de cuánto me impulsaba sin hacer nada, sólo estando en mi cabeza con brillo de fogata chispeante. Y cuánto me pesaba el día sin su luz y su calor de fuego vivo. Me pesaba terriblemente, tanto, que me aplastaba. Sin él nada de este esfuerzo parecía valer la pena.
¿Por qué? ¿Qué tenía qué ver él con lo que yo estaba haciendo? ¿Qué estaba haciendo entonces? ¿Forzándome a sobrellevar una vida "dura" valiéndome del motor de estar enamorada? ¿Pretendiendo que todo era sencillo porque de todas formas, encima de todo, le amaba? ¿Qué clase de demostración era ésta? ¿Para quién? ¿Para él, que de todo esto no sabía nada? ¿Para mí, que a veces podía ver claramente que todo este esfuerzo estaba vacío y era hasta cierto punto inútil? De nuevo me forzaba por motivos que ni yo misma entendía claramente. Quería escapar de la prisión que me había construído. Y sin tener mejor prisión para mudarme, se hacía evidente que no quería estar fuera, suelta, libre, sin agarrarme de nada. Ni siquiera del dolor que toda esta excusa llenaba en mi cabeza.
Entonces parecía claro. Tenía todavía que llegar a ser quién soy, con él o sin él. De otra forma no habrá nada que me consuele. Y tampoco podré amarle con corazón saludable y pleno. Será él siempre otra frazada para tapar el frío más hondo que me sigue congelando el alma.
¿Por qué? ¿Qué tenía qué ver él con lo que yo estaba haciendo? ¿Qué estaba haciendo entonces? ¿Forzándome a sobrellevar una vida "dura" valiéndome del motor de estar enamorada? ¿Pretendiendo que todo era sencillo porque de todas formas, encima de todo, le amaba? ¿Qué clase de demostración era ésta? ¿Para quién? ¿Para él, que de todo esto no sabía nada? ¿Para mí, que a veces podía ver claramente que todo este esfuerzo estaba vacío y era hasta cierto punto inútil? De nuevo me forzaba por motivos que ni yo misma entendía claramente. Quería escapar de la prisión que me había construído. Y sin tener mejor prisión para mudarme, se hacía evidente que no quería estar fuera, suelta, libre, sin agarrarme de nada. Ni siquiera del dolor que toda esta excusa llenaba en mi cabeza.
Entonces parecía claro. Tenía todavía que llegar a ser quién soy, con él o sin él. De otra forma no habrá nada que me consuele. Y tampoco podré amarle con corazón saludable y pleno. Será él siempre otra frazada para tapar el frío más hondo que me sigue congelando el alma.
Dec 5, 2010
peso cotidiano
Quisiera saber lo que tengo que hacer
para darle la vuelta a la vida y ver
que el peso cotidiano en los hombros es
emocionante y maravilloso
Cómo despertar una vez más y ver
la luz radiante en el amanecer
el enésimo milagro renacer
corriente, común, hermoso
Cómo aquilatar lo que la vida da
aún con aquello que nos falta
Y no caer en la trillada trampa
de ver terrible lo glorioso
¿Qué la vida es corta? ¿Qué se pasa volando, qué no te das cuenta, qué ojalá volvieran todos esos años? ¿Qué los años vuelan, qué en un parpadeo todo ha cambiado, qué nunca supimos cuándo pasó todo? ¿Qué ojalá repitiéramos todos esos momentos, qué no vimos a dónde se fueron? ¿Qué parece que fue ayer lo que fue hace muchos años?
La vida no es corta, ni se pasa volando. Los años son largos, con sus estaciones, sus cambios de horario, sus temporadas. Las hojas se secan, una a una, se desprenden, vuelan, caen. Las ramas se quedan desnudas esperando que pase el invierno, sin saber si pasará o no. Los meses son eternos, sus semanas perennes, los días se estiran desde los primeros rayos, las horas gotean lentas por el reloj, minuto, a minuto, a minuto. Los segundos se suceden uno tras otro, cada uno con su espacio propio, y tan lentamente se acumulan... El silencioso ahora sobrevive siempre.
En cada presente, los espacios cambian, las personas cambian. Nos ocupa el teatro de la vida, nos convence de tomar parte. Nos involucramos, nos la creemos. Damos credenciales a todo lo pensado, hacemos y hacemos y hacemos. Perseguimos metas, proyectos. Inicio, desarrollo, conclusión, fin. Siguiente. Complejizamos. Hablamos. Hablamos en consecuencia con. Hablamos sobre de. Hablamos con el fin de. Hablamos para. Hacemos, hacemos. Otra vez, otra vez, otra vez. No podemos dejar la obra, nuestro papel casualmente resulta siempre el del protagonista. ¿Qué haríamos de la obra sin nosotros?
Pero llega un momento de silencio tan largo, que es repentinamente obvio. Antes del primer segundo marcado por el primer reloj no había segundos. Los ciclos naturales no están cronometrados, varían y ocurren, o no. La vida se crea, se destruye, o no. No hay tiempo, no hay espacio, no hay obra. No hay nada. Para el ratón-mascota la vida es la rueda, el aserrín, el baldecito de agua, la ratoncita, y empezar todo de nuevo. Para él todo es tan necesario, interesante, meritorio. Quiere involucrarse. El ratón libre sólo pastorea. Improvisa cada instante, huele el viento, tal vez encuentre una hembra, tal vez no. Pasará su vida simple. Sin darle demasiada importancia, ni siquiera al momento del fin. Un instante vivirá. Al siguiente, no. Es ratón, no tiene que ser otra cosa. Ser lo que es es suficiente.
La vida no es corta, ni se pasa volando. Los años son largos, con sus estaciones, sus cambios de horario, sus temporadas. Las hojas se secan, una a una, se desprenden, vuelan, caen. Las ramas se quedan desnudas esperando que pase el invierno, sin saber si pasará o no. Los meses son eternos, sus semanas perennes, los días se estiran desde los primeros rayos, las horas gotean lentas por el reloj, minuto, a minuto, a minuto. Los segundos se suceden uno tras otro, cada uno con su espacio propio, y tan lentamente se acumulan... El silencioso ahora sobrevive siempre.
En cada presente, los espacios cambian, las personas cambian. Nos ocupa el teatro de la vida, nos convence de tomar parte. Nos involucramos, nos la creemos. Damos credenciales a todo lo pensado, hacemos y hacemos y hacemos. Perseguimos metas, proyectos. Inicio, desarrollo, conclusión, fin. Siguiente. Complejizamos. Hablamos. Hablamos en consecuencia con. Hablamos sobre de. Hablamos con el fin de. Hablamos para. Hacemos, hacemos. Otra vez, otra vez, otra vez. No podemos dejar la obra, nuestro papel casualmente resulta siempre el del protagonista. ¿Qué haríamos de la obra sin nosotros?
Pero llega un momento de silencio tan largo, que es repentinamente obvio. Antes del primer segundo marcado por el primer reloj no había segundos. Los ciclos naturales no están cronometrados, varían y ocurren, o no. La vida se crea, se destruye, o no. No hay tiempo, no hay espacio, no hay obra. No hay nada. Para el ratón-mascota la vida es la rueda, el aserrín, el baldecito de agua, la ratoncita, y empezar todo de nuevo. Para él todo es tan necesario, interesante, meritorio. Quiere involucrarse. El ratón libre sólo pastorea. Improvisa cada instante, huele el viento, tal vez encuentre una hembra, tal vez no. Pasará su vida simple. Sin darle demasiada importancia, ni siquiera al momento del fin. Un instante vivirá. Al siguiente, no. Es ratón, no tiene que ser otra cosa. Ser lo que es es suficiente.
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