Vertiginosamente caigo en esta vida nueva a la luz de tu compañía. ¿Quién soy yo, en tu presencia? No puedo ser la misma, silenciosa, reflexiva. Exploradora permanente del laberinto de la mente, melancólica, derrotada. Con mil excusas para denostarlo todo, hasta desear la muerte. Ya no.
Contigo, soy... (me observo). ¿Esa soy? ¿No es acaso una especie de actuación? Mi voz... no la reconozco. Evidentemente, esa otra que habla contigo no es precisamente ésta que habla sin voz. ¿Es posible siquiera no actuar del todo en tu presencia? Sigo cayendo vertiginosamente, hay muy poco tiempo para reaccionar y cancelar la función de una vez por todas. ¿Por qué me estoy colocando en este nivel intermedio de superficialidad durante nuestra interacción? Me pregunto si es posible no actuar del todo en cualquier relación. ¿Será posible ser el mismo estando solo o acompañado? No lo sé, será falta de costumbre, tal vez.
Al encuentro, nos abrazamos silenciosos. Pero ya es tarde, yo ya me he ido. Ahí está la otra, abrazándote, insegura. Tiene miedos, tantos, es terrible, se le cuelan por debajo de la puerta, filosos. Trato de animarla, le doy un pequeño empujón para que te siga abrazando. No puedo, me responde, tengo tanto miedo de no abrazarlo más, mejor lo dejo de abrazar ahora mismo (trata de dejarte ir suavemente). Deja de decir tonterías -trato de apoyarla-, pongámonos de acuerdo de una vez por todas, es mejor que yo mande, soy más segura. ¿Pero quién hablará con él?, me increpa, ¿tú vas a exponerte aquí, en primer plano? Me parece demasiado riesgoso, le respondo, tal vez podamos seguir así un tiempo y poco a poco yo iré viendo si es seguro presentarme. Te advierto, me responde, que no podrás forzarte, y si sigues dejándome al frente, será más difícil que salgas algún día. Quizá no salgas jamás. ¿Por qué no me dejas mandar?, es más fácil, yo te representaré ante él, propone. ¿Y asumirme en franca falsedad y cobardía? No, pienso. Tarde o temprano tengo que manifestarme. ¿Pero cómo? La barrera del cuerpo me parece impenetrable. La voz sin voz y la voz de cuerdas nunca serán la misma, argumento.
La intensión no cuenta en este caso. Saldrá quién tenga que salir, es natural. No hay manera de forzar quién se aparece. El miedo puede restringirte, pero notarás que está presente, no puede pasar inadvertido. Haz llegado ya demasiado lejos. Ambas están ante tí y sabes bien quién habla cuando hablas.
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