Jun 4, 2011

revelaciones



Desde que terminé el doctorado, y posteriormente me mudé a SC, muchos pilares de mi cabeza se han desmoronado. Estos meses, más de 24, han sido catárticos y fulminantes, con cambios externos e internos que a veces no puedo notar más que cuando ya pasaron. Sigo sorprendida de cómo casi puedo sentir que mis neuronas hacen conexiones nuevas y abordan la vida desde otra perspectiva, una que en 32 años nunca fue abordada. Ha sido un camino largo y tortuoso, pero me parece que hoy tengo más claridad que nunca, aunque sigo en tinieblas.

Uno de esos veintes aplastantes que me cayeron fue que no tengo control de las cosas. Esta simple idea que a otros les parecerá tan obvia, para mí fue un parteaguas de vida. No tengo control de las cosas. Cuando tuve claro esto, vinieron efectos faraónicos en la forma en que veo la vida. Pude soltar la angustia de echarme la culpa por todo lo que no era en mi vida como yo -u otros- lo deseábamos. Ahí está la angustia y tristeza de años por no tener una pareja. Ahí está la tristeza infinita que sentí cuando se fue Fiona. Ahí está toda la ansiedad que sentí cuando pensé que si las cosas no salían bien era por mi culpa. Fueron años de emociones negativas y mucha dureza conmigo misma. Pero no tengo control de las cosas. Las situaciones suceden y pasan, y no tengo control sobre ellas. Me resta simplemente hacer lo mejor que pueda con lo que tengo al alcance, que es muy poco. Y el resto aceptarlo y dejarlo en paz.

Otra de las revelaciones fue que no podemos cambiar a los demás. No está en nosotros que los demás sean de una u otra forma. No podemos vivir pensando que si los demás hicieran esto o aquello, serían felices, y por lo tanto nosotros también. Esto fue una ayuda enorme para separarme de los vínculos viciosos que sostenía con mi familia. Cuando comprendí que no podía cambiar a nadie, inmediatamente me sentí lista para aceptarlos como eran, con las cosas que yo rechazaba y las que aplaudía, aceptarlos tal cual con todos sus defectos, hasta los más aberrantes y dolorosos. También pude entonces aceptar personas de mi pasado, que actuaron de cierta forma y yo traté de que actuaran diferente. Se me quitó un gran peso de encima. Pude sentarme en el sillón y escuchar a mi interlocutor sin desear cambiarlo en absolutamente nada. Esta aceptación me trajo mucha paz. Lo siguiente era aceptarme a mí misma. Estoy en ese proceso.

Probablemente otra de las nuevas percepciones fue que las valoraciones son exclusivamente humanas, y las emociones y sentimientos también. Anteriormente, solía sufrir con las circunstancias que me parecían inadecuadas, la destrucción de la naturaleza, la pobreza, el maltrato a los animales, me causaban una angustia terrible. Pero esas valoraciones humanas que califican algo de bueno o malo, de correcto o incorrecto, de desagradable o grato, son arbitrarias y no existen más que en la cabeza de uno. No me hubiera sido posible desarrollar el trabajo que hoy hago si hubiera mantenido en mi cabeza esa tristeza terrible al escuchar las motosierras derribar los árboles. Pero estamos suspendidos en un segundo que nunca fue, en un instante imaginado, nada de esto es real, no existe lo real, es sólo nuestra mente jugándonos la pasada de la realidad construída. Así pues, la "destrucción" o "creación" de la naturaleza no es algo para entristecerse o alegrarse. Simplemente, es. Y eso es todo. Y así con todo lo demás que solía calificar.

De pronto tuve la sensación de que no quedaba nada para aferrarme. No quedaba nada ni nadie por qué luchar, no había control, y las valoraciones eran arbitrarias. El mundo apareció ante mí como un ente descifrado por mis sentidos, como una película con el sonido desactivado. No hubo conexión entre mis emociones y el mundo, ni sus personas, ni sus circunstancias. Entonces fui capaz de hacer todo, de estar horas sola y en silencio, tranquila, sin comerme la cabeza. De trabajar y hacer y deshacer, hablar con personas, buscar, preguntar, sin sentirme abrumada o fuera de lugar. Todo se tornó ligero y banal, tuve una sensación lúdica, como si estuviera en un teatro y pudiera actuar cualquier cosa. Pudiera decir cualquier cosa, hacer cualquier cosa, -aun lo que antes pensé que jamás podría decir por ser incorrecto o darme pena- y nada fuera importante o trascendental, todo era ajeno a mí, aún lo que yo hacía o decía. Y esta es una sensación maravillosa que me trae mucha paz, aunque no siempre puedo mantenerme en ese lugar de absoluta ecuanimidad.


flagelo



Recientemente me doy cuenta de algo que quizá he estado haciendo por muchos años: suelo recordarme de situaciones en las que me ridiculizé a mí misma, u otros me ridiculizaron. Situaciones remotas, probablemente ya olvidadas por todos menos por mí, sin importancia. Pero ahi están, vuelven a mi cabeza y vienen de no sé dónde. Les doy vuelta un rato, hasta que me quema la frente, me vuelvo a sentir avergonzada, y me reprocho en silencio mi estupidez.

Pasan unos días y me olvido de cierto recuerdo, no lo traigo más al presente, sigo mi vida normal. Pero pronto regresa cualquier otro recuerdo doloroso, que en el presente duramente juzgo, y me apeno de haber actuado así, me lo sigo reprochando, y al fin me castigo pensando que ocurrió y es imborrable, que es permanente, aunque está en el pasado.

Aún no logro determinar la razón por la que traigo a colación estos recuerdos. Si es en un momento de baja autoestima o un momento de crisis particular. O al contrario, si en un buen momento me saboteo con este tipo de recuerdos. Lo cierto es que vienen muy silenciosamente, nunca los comento con nadie, me aterra la vergüenza de verbalizarlos tan solo.


indagaciones



Si hay algo que nos caracterizaba a mí y todavía a mi familia (padres, hermano), y que durante casi 30 años de mi vida fue un elemento esencial en mi personalidad y en mi manera de ver el mundo, era la resistencia a las cosas. Siempre buscar que las cosas sean como uno quiere, y hacer todo lo posible para ello. Si no es así, molestarse, manifestar la inconformidad según la "importancia" del asunto, a mayor importancia, mayor molestia si la situación no era como uno deseaba. Y hasta quedarse en el "debí hacer esto... hubiera hecho esto otro", por semanas, meses, hasta años.

Éste es un rasgo característico de las personalidades controladoras, que buscan que todo sea como se desea, que tratan de manipular todo lo posible, personas, sucesos, situaciones, resultados, en fin, todo lo que esté al alcance de la mano para ser modificado y que el resultado sea como uno desea. La personalidad controladora sufre permanentemente, pues no acepta la realidad que encuentra, sino que la imagina diferente, ahí experimenta frustración, e inmediatamente se autoimpone la labor de modificar la realidad al juicio personal, siempre creyendo que "es el correcto", y en función de esto poniendo en marcha sus recursos, para provocar en las situaciones el resultado deseado. Si el resultado es el deseado, la personalidad controladora se regocija momentáneamente, hasta que decide que es hora de seguir controlando.

En la familia tenemos una broma local que es sobre la manía de buscar cosas imposibles. Esa marca de pantalón y ninguna otra, ese color de maquillaje y ningún otro, esa situación repetida mil veces con precisión escandalosa, en fin. Una especie de obsesión por las cosas más difíciles de alcanzar, y que no tienen importancia al fin y al cabo. En general, nos mostrábamos aprehensivos y quisquillosos de las cosas, eligiendo con sumo detalle todo, con una indecisión abrumadora hasta antes de decidirnos, y al decidir por fin, pensar un minuto después que la decisión debió ser diferente. Es una forma de ser verdaderamente agotadora, uno vive esforzándose permanentemente, en un juego de aunto premio y auto castigo, como en una prueba de desempeño que nunca es aprobada ni reprobada del todo.